El buen resultado del Partido Popular impulsado por la figura moderada de Alberto Núñez Feijóo, que consigue ganar unas muy reñidas elecciones generales, resulta ensombrecido por la aparición de un 'sanchismo' oculto que emergió a lo largo de la jornada y que no había sido ... detectado por las encuestas. Los comicios del calor confirmaron la polarización del electorado en torno a los dos grandes partidos nacionales para sufrimiento de minorías independentistas -excepto Bildu- e inflexión a la baja de los populismos extremos a derecha e izquierda. Sin embargo, el voto histórico que en los últimos tiempos captó Ciudadanos y que se suponía que engrosaría en su práctica totalidad hacia el PP finalmente se repartió también con el Partido Socialista. Y, el llamamiento al voto útil para que el votante de Vox pusiera por encima de sus siglas el objetivo de derogar el 'sanchismo' no cuajó lo suficiente. El panorama al cierre de las urnas podía acabar subrayando la paradoja de que se puede ganar perdiendo y se puede perder, pero llegar al poder.
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Los factores que han podido influir en resultados tan llamativos, como los brillantes números del PSOE en un terreno desfavorable sobre el papel como Andalucía, tienen que ver con el gran esfuerzo de gasto público, la revalorización de pensiones casi del 10%, las ofertas de empleo público y las promesas de viviendas de promoción popular; o el reflujo del independentismo en Cataluña por el fracaso del 'procés' y una transfusión en vena a España de fondos europeos que ha permitido compensar de cara al electorado menos ideologizado los vaivenes y contradicciones de la gestión del llamado 'gobierno Frankenstein'. Al final, los socios más leales de Pedro Sánchez, como Esquerra Republicana, el Partido Nacionalista Vasco, Podemos/Sumar o Teruel Existe, pagaron la factura que, en teoría, hubiera debido abonar el Partido Socialista.
Eso supone que el castigo al 'sanchismo' no lo ha sufrido su promotor, sino sus beneficiarios, pero castigo, ha existido. Reproche social y político, sin duda. Una lectura desapasionada, positiva, e institucional de los resultados electorales, debería plasmarse en una investidura del candidato más votado. Porque reproducir la aglutinación de partidos perdedores en torno a Pedro Sánchez ignorando la voluntad mayoritaria de la sociedad podría abrir un período de inestabilidad de consecuencias imprevisibles y un precio político elevadídimo de los secesionistas al candidato a investir. Por el contrario, una lectura correcta de los resultados está emplazando a los grandes partidos, PP y PSOE, a una cooperación de geometría variable abriendo un período de consensos y descompresión de una sociedad tan tensada como la española en estos últimos años. Manejar el resultado electoral como una moción de censura buscando votos debajo de las piedras para seguir a costa de lo que sea en Moncloa no debería ser una opción aceptable.
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