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«What has happened to it all? Crazy, some'd say. Where is the life that I recognize? Gone away». A buen seguro, esta estrofa de sus adorados Duran Duran, del clásico Ordinary World, en el que los británicos cantaban «¿Qué ha pasado con todo? Loco, dirían algunos. ¿Dónde está la vida que reconozco? Se ha ido», sonó en su mente más de una vez en 2020. Igual que la frase de su hermana, Isa, que en septiembre de 2019 le animó a aceptar la oferta del consejero de Salud, Pablo Fernández, y convertirse en director general de Salud Pública. «¡Claro, hombre, acepta. ¿Qué va a pasar? Nada». Y pasó todo.
No llevaba ni dos meses Rafael Cofiño (Gijón, 1969) en el cargo cuando en China se detectó el primer caso de una enfermedad a la que nadie ponía nombre y de cuyo nacimiento salieron todo tipo de teorías. De repente, covid, covid-19, SARS-CoV-2 y Wuhan comenzaron a ser palabras tan repetidas en los medios de comunicación como lejanas parecían sus consecuencias.
Vital
Gijonés: Nacido en 1969, se crió en El Llano. De saga de carpinteros, es el primer médico de la familia. Tiene dos hijos.
Laboral
Médico: Trabajó para Proyecto Hombre, médico de familia en La Felguera y fue director de Salud Pública en la pandemia.
Política
Sumar: Yolanda Díaz le fichó en 2022 como coordinador de Sanidad y Salud Mental.
No en vano, cuando China ya obligó a confinar, España celebró un multitudinario Fitur en Madrid (la Feria Internacional de Turismo que tiene lugar cada año a finales de enero) desde el que se pedía «responsabilidad» a los periodistas para no trasladar un miedo a los turistas que pusiera en peligro el récord de viajeros en la Semana Santa de 2020.
El propio Cofiño, a finales de febrero de ese año, pedía «esperar» antes de sacar conclusiones, aunque ya apunta él que «no podemos banalizar» al coronavirus. Y tanto. Porque dos días después, él mismo, junto a otros responsables de Salud del Principado, daba la que sería la primera de muchas ruedas de prensa sobre la aún no declarada pandemia: había llegado a Asturias el primer caso de coronavirus.
Y con el primer contagio, llegaron las muertes, muchas, millones, la mayoría en soledad obligada por la pandemia que paró al mundo. Las restricciones de movimientos, el confinamiento, el blindaje de los geriátricos, la habilitación de hospitales en cualquier lugar, incluso en aparcamientos o recintos feriales. Las olas que no eran del mar, sino de enfermedad y muerte.
Y Cofiño pasó a ser el Fernando Simón asturiano. El que cada semana explicaba la evolución de una enfermedad de la que nos conjuramos salir mejores, un objetivo que no parece haber sido conseguido. Y dejó de ser Rafael para recuperar el Rafa con el que siempre le conocieron en Proyecto Hombre, donde comenzó su carrera como médico. El primer médico de una familia de carpinteros. El primer universitario de los Cofiño llegados del pueblo homónimo para afincarse en el barrio gijonés de El Llano.
Como la Familia Castañón del malogrado y siempre añorado Ígor Medio, los Cofiño fueron y son «Xente Llano, de Xixón». El abuelo abrió una carpintería sobre cuyo local se edificaron unas viviendas en cooperativa, muchas de las cuales fueron ocupadas por la familia. Y así, aunque Rafa solo tiene una hermana, Isa, siempre ha vivido en una piña familiar con abuelos, tíos y primos. Una piña que luchó para que la tercera generación utilizara el ascensor social que supone la Universidad.
Un ascensor que, sin embargo, Rafa no utilizó para llegar al ático de lujo que presupone un título de medicina, sino que se paró en un piso lo suficientemente amplio para sumar familia a la suya (su 'todo' Natalia y sus hijos, Lucía y Martín), pero desde el que dedicarse a lo que hizo desde niño «ayudar». Un verbo que conjugó en casa, en la parroquia del Codema, en Proyecto Hombre, como coordinador regional del Sida, como médico de familia en La Felguera hasta llegar al Servicio de Salud Pública.
Allí sigue de técnico después de presentar su dimisión como director general de Salud Pública el día de Navidad de 2021. Su 'faciam ut potero' resonó a portazo, aunque fue su forma de pedir auxilio tras noches sin sueño y con llano, de días en un túnel pandémico al que solo iluminaron las vacunas.
Quizá entonces comenzó a sonar en su cabeza otra estrofa, la de su idolatrado Bowie: «There'a Starman waiting in the sky. He's told us not to blow it. Because he knows it's all worthwhile, he told me...». Cantaba que hay un hombre-estrella esperando en el cielo, que pide que no lo estropeemos, porque sabe que vale la pena. Y quizá, entonces, decidió sumarse a Sumar.
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