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Jorge Fernández Díaz y Mariano Rajoy, en La Moncloa.
Cálido manto

Cálido manto

Alejandro Carantoña

Jueves, 23 de junio 2016, 10:00

A medida que se agotan los días y el mercado frutero las encuestas están proscritas sigue sin dejar claro si mandan berenjenas, fresas o gotas de agua, las posturas se aclaran y los cielos se abren. Pedro Sánchez ya ha dejado claro que va a por todos salvo Rajoy; Pablo Iglesias, lo mismo con la salvedad de Ciudadanos, que se guarda en la manga, y Rivera, como cuarto en discordia, que cualquier novia le sirve: en la definición de «fuerza del cambio» cualquier cosa cabe. El PP, en cualquier caso, está enrocado en la hipótesis de que va a volver a ganar las elecciones.

El cálido manto de la repetición de resultados, que al parecer todos manejan, se sustenta en debates tan ambiguos como el sostenido por las principales caras por Asturias anteayer en CANAL 10, en el que casi se habló más de Bárcenas y de la Gürtel que de la propia región. Es decir, llegada esta extrema situación, no hay más que concentrar la luz en un solo punto para que prenda el fuego. En un candidato, en una propuesta, en una cara que lo domine todo y que está volando por toda España, posándose a conveniencia en este o aquel granero de votos.

Esto explica que haya sido el mismísimo Alberto Garzón el encargado de enterrar el hacha de guerra con las comarcas mineras en lo que a Unidos Podemos toca; que Mercedes Fernández y Susana López Ares se estén ocupando de cimentar el marianismo en la Asturias rural; que Álvarez Areces sustente la idea del ahogamiento regional merced al gobierno popular, y que Ignacio Prendes reproduzca quirúrgicamente los postulados de su líder como cambio efectivo, tranquilo y sensato.

Con todo, este cálido y mullido manto se ha visto sacudido de amplias cantidades de polvo y suciedad con la publicación, ayer mismo, de unas grabaciones que apuntan que el ministro del Interior Fernández Díaz se dedicó a conspirar contra el independentismo catalán con la connivencia del presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.

El susodicho, entrevistado a contramano en la radio a las pocas horas de que saltase la noticia, se vio en el incómodo brete de mantener la agenda para hacer como que no pasaba nada, viéndose sometido, así, a un toma y daca del que se esforzó por salir airoso a fuerza de repetir que no pasaba nada.

Luego, ya en Sóller (Mallorca), repetía que son todo hilillos de plastilina propios de los días que anteceden a unos comicios, con la esperanza de que, durante solo 24 horas hoy no se hablará más que del referéndum británico se pudiese contener la marejada. Sin embargo, resulta que a las pocas horas de que saltase esta noticia una providencia convocaba al director general de la Policía a declarar el próximo lunes, como testigo, en la investigación por las filtraciones que han envuelto al caso de Francisco Nicolás; resulta que no hace ni un mes que el Supremo revelaba en una sentencia que en España es posible que el Estado convierta un teléfono móvil en un micrófono andante, y resulta que hasta el defenestrado Artur Mas se ve ahora con fuerzas para pedir la dimisión del ministro en funciones (sería el segundo en pocos meses).

Ahora es cuando el cálido manto de la repetición, como parecía previsible, salta por los aires y obliga a entrar en la urgencia de lo descarnado, de lo agresivo: la oposición en funciones arremete con ello contra el Gobierno en funciones, y este, consciente de que ya es día 23, cierra los ojos con fuerza esperando que al abrirlos sea lunes.

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