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La tarima flotante

La tarima flotante

Mariano Rajoy, en su visita express a Asturias, se apretó un buen vaso de leche asturiana y otro de sidra antes de despegar hacia Galicia

Alejandro Carantoña

Viernes, 17 de junio 2016, 11:06

Como es difícil creer que alguien la instalara como escenografía electoral, es de suponer que ayer Mariano Rajoy, harto de incomodidades logísticas, recorrió el Norte subido a una tarima flotante y azul PP, cual alfombra voladora: a las nueve de la mañana estaba en Radio Nacional de España; a las doce, en su única visita a Asturias en esta campaña; a las cinco y media, departiendo con oenegés en Santiago y, a las ocho, volviendo a aquella Pontevedra en la que fue agredido en diciembre.

En su paso por la región, arropado por la plana mayor del PP en Asturias y por la no tan mayor de Foro, su socio electoral (¿dónde está Francisco Álvarez-Cascos?), aterrizó la tarima azul del candidato entre dos nutridas hileras de vacas lecheras, bien lejos de la suntuosidad de Pedro Sánchez en su acto en La Corredoria el martes. Las expectantes vacas pacían, mascaban y el candidato popular anunciaba que el cambio real «ya empezó hace cuatro años», sumando a ello el mantra de la recuperación y de la necesidad de perseverar en sus apuestas económicas. Nada que no hayamos oído ya. Mercedes Fernández, junto a él en tan inefable contexto, asentía fuera de juego: parecía obnubilada, con las manos entrecruzadas sobre el abdomen, recortada contra la silueta de un tractor y compartiendo ovni con su líder por unos instantes.

José Luis Fernández, el ganadero en cuya explotación se produjo el avistamiento, calificó la visita de «súperamena»: pocas veces habrá tenido el currito, que al menos pudo transmitirle a Rajoy los problemas causados por el precio de la leche, semejante concurrencia en su trabajo; no digamos ya las vacas y sus asuntos, de los que Rajoy se mantuvo unos convenientes centímetros por encima durante toda su alocución.

Para festejar, en un gesto de consecuencias imprevisibles, el candidato se apretó un buen vaso de leche asturiana primero y otro de sidra, como cierre, antes de volver a despegar y a surcar el dubitativo cielo cantábrico.

De allí partía a su Galicia natal, donde Pedro Sánchez le había estado contraprogramando el mismo día y siete horas antes de su advenimiento: justo en Pontevedra. Sánchez, avistado por más de doscientos fieles en un recoleto café local, tenía que improvisar un concurrido mitin en plena calle, por en medio del cual se cruzó una oportuna camioneta con propaganda del Partido Popular.

Están ellos dos, entonces, completamente despojados ya de la necesidad de trazar una campaña basada en otra cosa que no sea repetir su argumentario hasta dormirnos: Rajoy acercándose a la gente o a las vacas en su tarima (comiéndose el helado almeriense, las alcachofas tudelanas, la bomba de leche con sidra, todo esta semana) y Sánchez volviendo sobre los baños de masas tan del gusto ibérico, que pretenden subrayar la devoción que por él siente la gente, otra vez, pero no se sabe si las vacas.

Pablo Iglesias optó por mandar su concurrida nave a Palma de Mallorca, en el marco de la gira «La sonrisa de un país». Tras el revuelo organizado este fin de semana por haber rebautizado la versión barcelonesa como «La sonrisa de los pueblos» para no herir sensibilidades, el nuevo ardid consiste en llamarlo, como en Palma, «La sonrisa del Mediterráneo».

Y por si todo fuera poco, aún queda la última vuelta de tuerca: esta noche, Albert Rivera verá a la Selección en pantalla gigante, en plena calle, en Barcelona. Está por ver si en tarima o a ras de suelo.

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