Un nuevo escenario en Europa
Enrique vázquez
Domingo, 20 de diciembre 2015, 21:40
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Enrique vázquez
Domingo, 20 de diciembre 2015, 21:40
Una versión entre cínica y graciosa atribuida, al parecer sin fundamente alguno, a Churchill pretende que lo mejor de los gobiernos interinos o de gestión es que su falta de respaldo parlamentario les impide abordar cambios mayores y, por tanto, les libra de cometer graves errores.
El público, sin embargo, prefiere la estabilidad y hoy en España la impresión de novedad parece acompañada por cierta aprensión después de 33 años largos de gobiernos muy estables a lo largo de seis legislaturas socialistas, con Felipe González y José Luis Rodríguez Zapatero como primeros ministros y tres del PP (dos de J. M. Aznar y una de Mariano Rajoy). Tales legislaturas han sido o apuradas por completo o solo escasamente acortadas.
La atribución final de escaños ha confirmado 'grosso modo' las predicciones de los sondeos con la constatación de que no hay a la vista una suma de dos fuerzas afines o meramente compatibles para reunir una mayoría suficiente y obtener la investidura, primero, y poder legislar, después.
En nuestro contexto natural, la Europa occidental, hay escenarios para todos los gustos derivados de la presencia de dos centrales partidos-corrientes de opinión: eso vale para los grandes Estados, el Reino Unido, Francia y la RFA, pero también para algunos más pequeños, como Portugal, Austria o Suecia y en cambio abunda la inestabilidad en otros, con el ejemplo, ahora matizable, de Italia y el record imbatible de Bélgica.
Administración y Gobierno
Es sabido que el gobierno saliente está en funciones a la espera de que una mayoría suficiente asegure la formación de un ejecutivo con plenos poderes. Los tiempos están tasados y el BOE sigue saliendo con su legendaria puntualidad en una exhibición consoladora de que una cosa es administrar y otra gobernar. La primera suena a rutina, vigilancia y oficinas y la segunda a innovación, cambio y, eventualmente, riesgo.
Un observador periodístico extranjero con largos años de residencia en España sostenía ayer en nuestra presencia que el país está sobradamente preparado para afrontar y digerir la insólita situación y hasta parecía verle algunas ventajas en la medida en que forzará al compromiso y el arreglo, alterará eventualmente el calendario legislativo y tendrá la excelente propiedad de hacer que los opuestos se acerquen, los antagonistas se traten y el público se entretenga.
Para público entretenido, el de Bélgica, donde se baten todos los récords al respecto: el socialista Elio di Rupo formó en diciembre de 2011 un gobierno con seis partidos después de un año y medio larga temporada en que la vida del común de los mortales en la compleja Bélgica fue la ordinaria ¡y la economía creció! El país, como deseoso de mantener la cabeza en la curiosa lista repitió con el vacío sobrevenido tras los comicios de mayo de 2014 que solo en octubre pudo llenar el ejecutivo de coalición ahora vigente, presidido por un liberal, Charles Michel, cuyo partido, el Movimiento Reformador tiene el respaldo del diez por ciento de los electores
Portugal, Francia, RFA y Gran Bretaña
Hay algunas alteraciones apreciables en el escenario europeo. Hace solo tres semanas ha cambiado la norma convencional en el estable Portugal post-revolucionario (alternancia de socialistas y conservadores, con Soares y Cavaco Silva en el papel de grandes tenores) y hay un gobierno socialista-comunista-nueva izquierda del Bloco. Y en Francia el inmediato porvenir podría ser alterado si el Frente Nacional, ultranacionalista y antiliberal, obtiene escaños en las legislativas previstas para junio de 2017, lo que no es seguro. Pero hoy por hoy el país es otro acabado ejemplo de la perennidad del bipartidismo, facilitado por la Constitución gaullista de 1958.
Lo mismo sucede en la República Federal Alemana, donde cristiano-demócratas y social-demócratas se han alternado en el poder con una regularidad estable desde su fundación en 1949 solo acompañados ocasionalmente por el pequeño y ocasionalmente al alza Partido Liberal (hoy fuera del parlamento) para formar gobiernos de coalición. Y, cuando ha sido imperativo, por la vía de una grosse koalition, como la hoy vigente desde noviembre de 2005 bajo la jefatura ejecutiva de Angela Merkel.
El ejemplo de bipartidismo a machartillo, sin embargo, es el de Gran Bretaña, sin Constitución escrita, donde, fuera de los periodos excepcionales, como la Guerra Mundial, funciona la implacable alternancia de conservadores y laboristas, muy facilitada por una legislación electoral ad hoc. Solo recientemente se produjo, por fin el cambio: en la elección de 2010, los liberal-demócratas obtuvieron 57 escaños, un éxito sin precedentes y formaron un gabinete de coalición con los conservadores pero en los comicios de mayo pasado, con la victoria tory, cayeron a ocho, lo que impuso la dimisión de su líder, Nick Clegg y la vuelta a la adorable situación del bipartidismo perfecto
¿Un proceso de 'italianización'?
El caso excepcional y que ha pasado a ser una curiosidad para los tratadistas es el de la Italia republicana de posguerra, fundada por el referéndum de 1946 (54,3 por ciento de republicanos contra 45,7 por ciento de monárquicos) y regida sin interrupción durante unos 40 años por una potente Democracia Cristiana, con tres líderes de peso, Alcide de Gasperi, Aldo Moro y Giulio Andreotti, que coparon el gobierno, a veces con ocasionales aliados menores, hasta bien entrados los ochenta cuando hubo que instalar otro invento aún mucho más inmoral, los gobiernos del pentapartito (1983-87) bajo la dirección del socialista Bettino Craxi
La liquidación posterior del sistema político, provocada por el corrupto sistema de la Tangentópolis con la vasta operación judicial inherente, Manos Limpias, enterraron el viejo orden. Siguieron combinaciones improvisadas bajo personalidades diversas (como Romano Prodi) y la irrupción de Silvio Berlusconi, finalmente expulsado judicialmente de la vida política, para llegar a trancas y barrancas al gobierno actual, del socialista (formalmente Partido Democrático) Matteo Renzi, desde febrero de 2014, milagrosamente intacto y en trance de proceder a una fuerte reforma constitucional
Con los resultados electorales de este domingo, bastante bien anticipados por las encuestas, España entra en un escenario político del todo diferente, complicado además por la variedad nunca antes vista de los diferentes ejecutivos regionales. Que la situación es manejable es indudable si hay entre los nuevos dirigentes partidarios interés en mantener la normalidad institucional y la calma social, indispensable para mantener la iniciada recuperación económica. Los dos nuevos partidos con fuerte representación parlamentaria asumen una responsabilidad particularmente alta por sus muy alejadas extracciones ideológicas, exitosamente responsables, por cierto, de las pérdidas del PSOE y, sobre todo, del PP.
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