El mismo Donald Trump que ha hecho carrera política dividiendo y enfrentando a la sociedad tiene ahora un propósito: unirla. El aplastante triunfo electoral que le lleva de vuelta a la Casa Blanca, pese a haberla dejado hace cuatro años con uno de los índices ... de popularidad más bajos desde Nixon, ha sido un bálsamo para su ego herido. Lo refrendan los 292 delegados que ha conseguido su formación frente a los 224 de la demócrata Kamala Harris.
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Supersticioso por naturaleza, el magnate decidió conjurar su nunca admitida derrota de 2020 subiendo al escenario del Centro de Convenciones de West Palm Beach a la misma hora prácticamente a la que hace cuatro años tomó el micrófono para acusar a la campaña de Joe Biden de fraude. Solo se había preparado un discurso, el de la victoria. «Hemos hecho historia y vamos a sanar nuestro país. El país necesita ayuda», proclamó eufórico. «EE UU nos ha dado un mandato sin precedentes, hemos vuelto a recuperar el Senado» y «aspiramos a mantener el control de la Cámara de Representantes», auguró antes de dar las gracias a su esposa, Melania, a la que se refirió como «la primera dama».
En su discurso de la victoria, en el que dio voz a J.D. Vance, su vicepresidente, no falto su eterno mensaje contra los migrantes: «Tenemos que impedir que la gente siga entrado en nuestro país». Con decenas de banderas estadounidenses a su espalda, el magnate hizo un repaso elogioso, uno a uno, de su equipo más cercano. No faltó, claro, una referencia a Elon Musk, que no estuvo presente en ese momento, al que calificó de «supergenio». «Tenemos que proteger a nuestros genios, no tenemos muchos y quiero darle las gracias. Es una persona increíble, impresionante», elogió. A lo largo de su intervención, el ganador de las elecciones insistió en la idea de arreglar el país, de sanarlo. Algo para lo que cuenta con Robert F. Kennedy, el hombre abiertamente antivacunas, negacionista de la covid y que según todos los indicios se hará cargo de la cartera de Sanidad.
Trump necesita de todos para poder cumplir con sus promesas de crear un país «más seguro, fuerte, próspero, poderoso y libre». Por extensión, la receta se aplica también al resto del mundo, donde los líderes internacionales se apresuraron a felicitarle sin esperar la concesión de su rival, Kamala Harris, que planea hablar hoy. Tras la experiencia del primer mandato, su carácter narcisista y vengativo es sobradamente conocido como para que nadie quiera ponerse en su lado malo.
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Pretende también desmontar la imagen de líder impredecible y, de camino, anotarse unos cuantos éxitos internacionales con los que bordar su legado. «Dijeron que empezaría una guerra», recordó. «No voy a empezar una guerra. Voy a detener guerras». En las trincheras de Ucrania más de un soldado se habrá estremecido. Según sus palabras de campaña, el nuevo presidente electo de EE UU forzará al gobierno de Zelenski a aceptar una paz con concesiones territoriales a Rusia, so pena de dejar de recibir las armas y municiones que necesita para continuar la guerra. «Gobernaré bajo un lema simple: promesas hechas, promesas cumplidas».
Entre gritos y aplausos de sus seguidores se despidió no sin antes remarcar que «haremos que Estados Unidos vuelva a ser seguro, fuerte, próspero, poderoso y libre». «Y pido a todos los ciudadanos que se unan a mí en este esfuerzo noble y justo. De eso se trata. Es hora de dejar atrás las divisiones de los últimos cuatro años. Es hora de unirnos, y vamos a intentarlo. Vamos a intentarlo. Tenemos que intentarlo».
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Entre los invitados que habían seguido el recuento electoral desde antes de que se cerraran los colegios electorales, el cansancio había neutralizado ya el entusiasmo. Sus demandas eran simples: «Que baje el costo de la gasolina y el de la cesta de la compra», resumía Fatima Hengees, una brasileña de 30 años deslumbrada por el temor que Trump inspira en los líderes mundiales, lo que a su juicio le permite mantener en raya a los dictadores.
Nunca antes desde que en 1992 George H. Bush padre se sorprendiese de ello en una parada de campaña, el precio de los huevos había estado tan en boca de los votantes. Todos confían en que el magnate ponga sus dotes de hombre de negocios al servicio de la ciudadanía reduciendo mágicamente los precios. Bajo su mandato -o a la sazón, el de cualquier otro que heredase la gestión actual- la economía mejorará, de acuerdo a los indicadores económicos que aún no habían trasladado esa mejoría al ciudadano de a pie.
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Las encuestas a pie de urna señalan la economía como el gran cisma que ha dividido a los votantes e impulsado la victoria de Trump. El 80% de los que le votaron consideran que la situación de su familia era mejor hace cuatro años y el 73% dice haber pasado «dificultades severas» por la inflación. Por el contrario, el 91% de los que votaron por Harris cree que la economía es «excelente o buena» y el 83% cree que su familia está mejor que antes.
Trump ha sido el clavo ardiendo al que se han agarrado. Con él «volverá la seguridad ciudadana», confía Lauren Malta, una empresaria local, el control fronterizo y hasta la manufactura trasladada a México o China, que le adjudica la responsabilidad de propiciar una economía «boyante» con la que sacar brillo al país. «Dios me salvó la vida por una razón, salvar a nuestro país y restaurar la grandeza de Estados Unidos», dijo desde el escenario.
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En cada una de sus comparecencias judiciales, el expresidente había dicho que serían los votantes quienes le juzgasen en las urnas este 5 de noviembre y, evidentemente, le han exonerado. Todo indica que habría ganado en los siete estados bisagra en los que se había concentrado la batalla. Sus resultados de 2020 han mejorado prácticamente en todos los condados y grupos demográficos, por lo que la historia ha sido benevolente con su legado.
Los estadounidenses le han exonerado de su papel en la toma del Capitolio, que aún está en los tribunales, pero al que sin duda le dará carpetazo tan pronto tome el poder el 20 de enero. Será como cumplir otra de sus promesas, la de despedir al fiscal especial Jack Smith. La Casa Blanca no solo representa para él el poder perdido, sino su carta para escapar de la cárcel. A los 78 años, Trump ha hecho historia como el candidato de más edad en ganar la presidencia, el segundo en recuperarla después de haberla perdido, y el primer convicto en ganarla.
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Una de sus delegadas, Scherie Murray, aseguraba al salir de la fiesta que no será un presidente vengativo, sino que su humor es malinterpretado frecuentemente, pero que tiene «las mejores intenciones en mente». Dispone ahora de cuatro años para demostrarlo y menos de tres meses para cumplir con la promesa que hizo a los líderes árabes americanos que le han dado la victoria en Michigan: acabar con la Guerra de Gaza antes de ser investido. Con el alivio manifestado de Benjamin Netanyahu, es posible que ocurra, aunque sea solo después de darle carta blanca para que remate la faena, ha dicho en sus mítines.
Dispone, además, de un poder absoluto, al haber proporcionado a su partido una victoria aparente en el Senado y la Cámara de Representantes. Probablemente tendrá también la oportunidad de nombrar algún juez más para el Tribunal Supremo, con el que consolidar la mayoría conservadora que ha desmantelado el derecho al aborto y tiene pendiente otros temas fundamentales para redefinir la sociedad estadounidense. Si Dios le salvó para cumplir una misión, también le ha dado las herramientas para hacerlo. Y, de paso, le ha interpuesto por segunda vez en el camino de las dos mujeres que han aspirado a ser la primera presidenta de EEUU. El 54% de los hombres votaron por él, el mismo porcentaje de mujeres que lo hizo por Harris, lo que revela que si Dios votaba en estas elecciones, probablemente lo hizo por Trump
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