Olatz Hernández y SALVADOR ARROYO
Corresponsal. Bruselas
Viernes, 25 de marzo 2022, 10:56
Una compra anual de 50.000 millones de metros cúbicos de GNL (gas natural licuado) estadounidense hasta 2030. En eso se traduce el contrato energético que Washington y Bruselas comenzaron a negociar a finales de enero y que oficializaron la madrugada del viernes, tras otra ... cumbre de líderes extenuante en la capital comunitaria, a la que asistió el presidente estadounidense, Joe Biden. El acuerdo se destaca como la herramienta que va a permitir el cierre progresivo de válvulas de las infraestructuras gasísticas rusas que conectan con 'territorio UE'. Hasta terminar con ese suministro que cubre el 40% medio de sus necesidades. Que se dispara al 65% en el caso de Alemania. Y hasta el 95% en países del Este como Hungría.
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Con esta negociación se pisó el acelerador antes de la invasión de Ucrania, en plena escalada de precios por la mayor demanda 'poscovid' y ante las sospechas de que Gazprom, la compañía estatal rusa, estaba contribuyendo a disparar la factura 'cortocircuitando' el abastecimiento. La guerra ha llevado la cuenta a niveles récord.
Pero, además, en el contexto de medidas de castigo y aislamiento al Kremlin, una cifra elocuente continúa sonrojando a los europeos. Hablamos de esos 800 millones de euros -según concretaba recientemente el comisario de energía, Thierry Breton- que se pagan a diario a Rusia por su gas. Un dinero que en la práctica «financia la guerra de Putin», como han lamentado en numerosas ocasiones Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión, y otros mandatarios europeos.
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Pero liberarse de 155.000 millones de metros cúbicos de gas ruso anuales no puede conseguirse de la noche a la mañana. De hecho, el acuerdo con EE UU, que le va a permitir levantar un 68% sus exportaciones de licuado a Europa, solo permite colmar en torno a un tercio. Egipto, Catar o países africanos como Argelia -que es el principal suministrador de España- deberían compensar otra parte. Y ahondar en la eficiencia energética y las renovables para romper definitivamente el vínculo con el gigante euroasiático, el resto.
A partir de ahí, la pregunta clave: ¿cuánto nos va a costar el 'rescate' de EE UU? Saldrá caro. Porque, entre otras variables, como puede ser la duración de los contratos, ese gas no llegará a Europa en su estado original y directamente a través de canalizaciones de tuberías. El GNL estadounidense, con origen en distintas empresas del Golfo de México, se transforma de su estado gaseoso a líquido para ser transportado en grandes metaneros a plantas de regasificación europeas (seis de ellas instaladas en España, lo que le convierte en país aventajado). «Sé que eliminar el gas ruso tendrá un coste para Europa, pero no solo es lo correcto desde un punto de vista moral, sino que nuestra posición estratégica será más sólida», destacaba Biden.
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15.000 millones de metros cúbicos adicionales de este combustible deberían entrar en Europa para finales de año. A más largo plazo, Estados Unidos garantizaría 50.000 millones de metros cúbicos anuales, frente a los 22.000 que llegaron en 2021.
Una importación de 'fracking'. EE UU se ha convertido en el mayor exportador de gas natural licuado del mundo gracias al 'fracking' (fracturación hidráulica), una tecnología empleada para la extracción de materias primas que se rechaza en Europa desde hace años por su impacto medioambiental.
40% de las necesidades europeas se cubren actualmente con el suministro ruso. Una media que se dispara en el caso de Alemania, que llegó a niveles del 65% el pasado año, o países del Este como Hungría, en el que la necesidad es prácticamente total (95%).
Los precios de estas importaciones reflejarán «los fundamentos del mercado a largo plazo y la estabilidad de la oferta y la demanda», se apunta en el acuerdo. Esto significa, de base, que cargarán con la cotización del índice estadounidense de gas natural, el 'Henry Hub'. Bruselas lo asume porque, en estos momentos, esa referencia estaría por debajo de la europea, la TTF (Title Transfer Facility). Pero los contratos han de suscribirse con compañías privadas y no eximen de las oscilaciones de precios que puedan registrarse en el futuro. Así que una de las claves estará en conseguir firmar con plazos de vinculación largos, algo que hasta la fecha no se producía. No, al menos, en comparación con los que se suscriben para el gas natural no transformado.
Y luego están las nuevas infraestructuras. Con el anuncio de este 'salvavidas', la Comisión Europea vuelve a insistir -lo hace desde hace semanas- en lo evidente: hay que acelerar la construcción de nuevas infraestructuras para poder absorber la mayor importación. Y no solo aquellas que recepcionarán directamente el cargamento de los buques y procederán a la regasificación. También desplegar kilómetros de tuberías para tejer una red lo suficientemente ágil y tupida que extienda su transporte por Europa.
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Bruselas lleva tiempo trabajando para mejorar las interconexiones de la Península Ibérica con Francia para asegurar el suministro en caso de que hubiera un corte a traición de Moscú. Vladímir Putin ha amenazado con ello. Porque la energía es, de hecho, parte del armamento de guerra. Hace dos días planteó que solo aceptaría rublos de los «países hostiles» por su gas. Y ya disparó su precio en los mercados mayoristas.
Y como a la fuerza ahorcan, Alemania intenta reducir contrarreloj su dependencia rusa. Su Gobierno asegura haber bajado las importaciones de carbón a la mitad, las de petróleo al 25% y la del gas al 40%. Busca nuevos suministradores en otros mercados ajenos a Estados Unidos. Y su ministro de Economía, Robert Habeck, aseguraba ayer que el nexo energético con Moscú podría romperse «en el verano de 2024». Al final, y aunque Rusia ya no esté en la ecuación, la UE seguirá con la misma desventaja energética.
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