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noelia a. erausquin
Sábado, 1 de enero 2022, 09:09
Las economías asturiana, española y mundial han vivido un año turbulento, movidas al son que marcaba de una forma u otra el coronavirus, con grandes restricciones a principios del año y una fuerte expansión a medida que se avanzaba con las vacunas, aunque no exenta ... de amenazas. De hecho, en ambos momentos la incertidumbre ha sido la nota predominante. Dudas sobre la salida de la crisis o sobre la fortaleza de la recuperación han definido un ejercicio en el que la intensa reactivación de la actividad también ha generado fuertes problemas, avivados por tensiones geopolíticas, como los derivados del encarecimiento de los costes energéticos, las materias primas o la falta de suministros, lo que ha hecho revisar a la baja las perspectivas de crecimiento y dispararse la inflación. A ello se suma la mala evolución de la pandemia o las nuevas olas del virus que azotan Europa y España en estas fechas. 2021, el año de la recuperación, no ha sido tal y las esperanzas se ponen ahora en 2022 y la ansiada lluvia de millones procedentes de los Fondos Next Generation, cuya llegada se está retrasando.
El primer trimestre de 2021 empezó casi como había finalizado 2020, con nuevos avances del virus y restricciones. Se vio claramente en las cifras de trabajadores afectados por ERTE, que repuntaron en febrero por la paralización de actividades. Sin embargo, a partir del segundo trimestre, la situación comenzó a mejorar. Los distintos sectores fueron recuperando sus niveles de negocio, con la industria y la construcción disparadas, la agricultura con cierta estabilidad y los servicios más renqueantes, pero también con un intenso crecimiento en verano, en el que el Principado volvió a ser un importante destino vacacional. Pese a ello, mayores cifras de facturación no implican mayor rentabilidad, advirtieron con frecuencia desde la Federación Asturiana de Empresarios (Fade), debido en buena parte a los costes disparados, pero también a la falta de materias primas. Algunas compañías, como Asturiana de Zinc, decidieron amoldar su producción para que no coincidiera con los picos en el precio de la electricidad, otras como Arcelor, aunque fuera de la comunidad, realizaron paradas selectivas.
Por toda Europa hay fábricas que han parado o ralentizando su producción por falta de materias primas, componentes o la escalada de precios de los insumos, que hacen imposible su rentabilidad. Esta coyuntura se debe a distintos factores, aunque casi todos apuntan en una misma dirección: tras el parón mundial provocado por la pandemia la actividad se disparó a la vez en todo el planeta. El resto llega del juego de la oferta y la demanda, aderezado con especulación. Países como China, que salió antes de la crisis, están dedicando toda su producción al consumo interno. Antes eran netamente exportadores, pero ahora incluso importan materiales, lo que provoca importantes desequilibrios en los mercados. Con ello, el sistema logístico mundial también se ha desajustado. El precio de los fletes marítimos se ha cuadriplicado y hay escasez de contenedores. China, con su peso, está acaparando el flujo de barcos, pero además se ha producido una caída en la cifra de buques y contenedores disponibles (se achatarraron más de los que se produjeron) y también se está especulando. Navieras, fabricantes de contenedores y arrendatarios están cómodos con esta situación, ya que ganan más.
A todo ello se suma el precio de la electricidad, impulsado por el aumento del coste de los derechos de emisión de CO2 -que han entrado en una fase más restrictiva por parte de la Unión Europea para impulsar la lucha contra el cambio climático y se ven afectados por la especulación- y el encarecimiento del gas, provocado por ese aumento de la actividad industrial, pero también por cuestiones geopolíticas, como las tensiones que afectan a los principales suministradores: Rusia y Argelia. Todo ello está generando cuellos de botella e incluso colapsos.
Pese a todo, las cifras que se conocen en el Principado son positivas, incluso mejores a las previas a la pandemia. Asturias cerró noviembre con 66.403 parados registrados, el dato más bajo para ese mes desde 2008, y 368.636 afiliados a la Seguridad Social, un número similar al que había en 2011, antes de que los peores efectos de la Gran Recesión se dejaran sentir en la comunidad.
Mientras, el tirón de la demanda a nivel mundial ha impulsado la industria regional, con Arcelor a la cabeza, batiendo récords de beneficios. De hecho, el sector asturiano encabeza el crecimiento en el país durante buena parte del año. Como ejemplos, en el mes de septiembre, la producción se había incrementado un 20,7% en relación al año anterior, solo por detrás del 26,3% de Baleares, mientras que el promedio nacional era del 1,9%; y la cifra de negocio del sector se había disparado un 34,5%, el mayor aumento de España, frente a la media nacional del 12,5%. La construcción, a su vez, vuelve a ser motor de actividad y de creación de empleo, aunque se reconoce muy afectado por el alza de costes y reclama revisiones en los contratos de obra pública para adaptar los precios a la nueva coyuntura.
De hecho, esta es una de las grandes amenazas de la recuperación. El mundo se ha sumido en una espiral inflacionista de la que es difícil escapar, más aún en territorios como Asturias, muy dependiente de la industria básica, tremendamente afectada por el alto coste de la energía, el encarecimiento de las materias primas y las tensiones logísticas.
La digitalización ha hecho que los chips estén en todas partes, desde el móvil al coche, pasando por cualquier pequeño electrodoméstico. Y su repentina escasez ha impliado la paralización de las fábricas de automóviles en casi todo el planeta. En Asturias ya se está dando de plazo hasta un año para la entrega de algunos modelos. También ha detenido a buena parte de su industria auxiliar. Como ejemplo, Arcelor ha llegado a parar un turno en su planta de Sagunto (Valencia) por ello. La falta de estos circuitos integrados tiene que ver en gran parte con la pandemia, que, por un lado, detuvo las fábricas durante meses y, por otro, disparó en todo el mundo la demanda de productos electrónicos, tanto para trabajar desde casa como para el ocio. Reequilibrar oferta y demanda resulta enormemente complejo, ya que se trata de una industria muy rígida, que ya estaba al máximo de su capacidad y que se concentra, prácticamente, en Taiwan y Corea del Sur. Además, los productores se están centrando en los chips que más beneficios les dan, los más pequeños, pertenecientes a ordenadores, tarjetas gráficas... El sector del automóvil no sabe cuándo recuperará la normalidad.
La inflación, del 5,6% en noviembre, sigue desbocada y al alza mes a mes, impulsada sobre todo por los precios energéticos. Y a la vez que esto sucede, el aumento del Producto Interior Bruto se desacelera. Entre julio y septiembre, avanzó un 2%, un 2,7% interanual, y resulta más inviable el 6,5% anual calculado por el Gobierno.
Antes de conocer estos datos del INE, BBVA Research ya había calculado a la baja su evolución, con una previsión de avance del PIB para este año en España de un 5,2%, más de un punto por debajo de la predicción anterior. En Asturias, no llegará a esa cifra y se quedará, de cumplirse sus pronósticos, en el 5,1%. Para 2022, augura que el Principado será la comunidad que menos crezca, apenas un 4,5% frente al 5,8% que se esperaba a mediados de año.
La patronal Femetal, en su último balance, referido al tercer trimestre del año, señalaba que la producción industrial del sector se había elevado en la comunidad un 26,15% respecto al mismo periodo del año anterior, pero también advertía de «que la recuperación empieza a tener síntomas de agotamiento», con una primera señal, debido a la crisis de la cadena de suministros en el sector de la automoción, pero también una segunda alerta, que las empresas, debido al incremento de los costes internos, «tienen más dificultades para recuperar los niveles de rentabilidad, de solvencia financiera y de productividad» y se sitúan en «fase de supervivencia».
En otros sectores, la situación se repite. La patronal química Feique, en la que se integran compañías como DuPont, Química del Nalón, Fertiberia y Bayer, calculó un crecimiento de la cifra de negocio en 2021 del 14,1%, pero con los márgenes lastrados por unos precios «que condicionan la competitividad actual y futura del sector».
Y fuera de la industria, la hostelería no despega atenazada por los contagios, mientras que el comercio minorista alerta también de que el alza de la inflación puede frenar su recuperación y de que su factura eléctrica se ha incrementado en muchos establecimientos hasta un 50%. Prueba de la ralentización del consumo en Asturias es que las ventas del comercio minorista retrocedieron en septiembre un 5,9% en relación al mismo mes de 2020. El Principado fue la comunidad autónoma que registró el mayor retroceso del país, incluso antes de ómicron. El crecimiento ya no está garantizado.
Y si mala es la deflación, que supone una caída de los precios por la falta de consumo, también lo es la escalada desbocada actual de la inflación, empujada por un repunte de la actividad sin precedentes en todo el mundo tras el parón del coronavirus y el alza de los costes energéticos. Así, la alta demanda encarece las materias primas, esto se traslada a la energía y el transporte, después a la producción, luego a los precios y finalmente a los salarios y pensiones indexados al índice de precios de consumo (IPC). Y se vuelve al inicio: el aumento de las remuneraciones incrementa aún más los costes de producción y la bola inflacionista sigue creciendo, mientras la mayoría de familias se empobrece. La media de subida salarial en Asturias se situó este año en un 1,54%, muy por debajo del IPC.
La nueva ola del virus que ha disparado los contagios este mes de diciembre y la amenaza de la variante ómicron desatan todas las alarmas. La normalidad se hará aún esperar.
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