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A José Pin, jefe de sala de Casa Lin, el responsable de seguridad de la Casa Real le pidió discreción ayer cuando, a media mañana, fue a comprobar la seguridad de la sidrería. Pero los perros que inspeccionaron el local junto con la presencia ... de varios policías llamaron la atención de la clientela y en cuanto don Felipe de Borbón entró por la puerta, la noticia de su presencia en la ciudad corrió como la pólvora. Cuando salió, al filo de las cuatro y media de la tarde, un par de decenas de personas lo esperaban, teléfono móvil en mano, y lo despedían al grito de '¡Viva el Rey!' y '¡Viva España!'.
«Yo sospechaba que iba a venir un personaje importante por el revuelo que había montado», comentaba Tino Canga, un cliente habitual. Él no le pidió una fotografía ni lo intentó parar, pero sí lo hicieron otros comensales y trabajadores del restaurante.
José Pin explicó que la mesa había sido reservada hacía unos días y que cuando el miércoles comenzaron a ver que reservaban varios aparcamientos en la zona azul que hay enfrente de la sidrería «empezamos a sospechar que venía alguien importante». Descubrieron quién a partir de las 12 horas, cuando llegó el equipo de seguridad. Comprobaron la mesa asignada y aunque se ofreció la posibilidad de que el monarca accediera por la puerta trasera, su equipo lo descartó. «Yo no soy monárquico, pero hoy ha sido un día distinto», reconocía el jefe de sala.
Don Felipe comió pixín y tarta de manzana y, como entrantes, compartió quesos, longaniza y almejas con la presidenta, la directora y el exdirector de la Fundación Princesa de Asturias.
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