Es uno de los edificios más emblemáticos del centro de Madrid, objeto de deseo de las grandes empresas por su ubicación y protagonista del debate arquitectónico desde que Antonio Lamela –coautor de la T4 de Barajas, entre otros muchos proyectos– idease su construcción en 1967. ... Un proceso completamente revolucionario en el que, literalmente, la casa empezó por el tejado. Las Torres de Colón afrontan la recta final de su última reforma, la tercera en sus más de 50 años de vida, manteniendo intacta esa fórmula única por la que, en vez de construir desde el suelo hacia arriba (donde cada eslabón soporta el peso del siguiente) los pisos se van colgando desde una estructura superior.
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A punto de culminar las obras, el edificio ubicado en la plaza que lleva el mismo nombre –en la céntrica calle Génova, esquina con el Paseo de la Castellana– ya cuenta con un nuevo y orgulloso inquilino. Se trata del despacho de abogados Garrigues, que a partir del primer trimestre de 2025 ocupará la totalidad de los 20.298 metros cuadrados del edificio de 30 plantas y 117 metros de altura, en propiedad de Mutua Madrileña desde 1995.
Fue entonces cuando la aseguradora se lo adquirió al grupo inglés Heron International, propietario desde los años 80, cuando la expropiación de Rumasa dio al traste con los planes de sus anteriores dueños, Rumasina, brazo inversor de José María Ruiz Mateos. Por aquel entonces, el edificio se había rebautizado como Torres de Jerez, aunque el nombre no terminó de cuajar entre los paseantes de este icónico edificio.
Fue en los 90 cuando el estudio Lamela acometió la primera reforma de estas dos torres gemelas, con una escalera central y una nueva fachada. Hubo que esperar hasta 2012 para la renovación de los ascensores y las escaleras mecánicas, que puso en marcha el estudio de Antonio Lamela, hijo del arquitecto original. Ahora, este tercer lavado de cara, diseñado por el estudio Luis Vidal + Arquitectos, acaba con uno de los elementos decorativos más reconocibles del edificio: el popularmente 'enchufe' que coronaba el rascacielos. Pero como en las dos ocasiones anteriores, ha mantenido intacto el espíritu de la estructura inicial.
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El salto del duro hormigón a las cristaleras culmina además con la adaptación del rascacielos a los más altos estándares medioambientales. El reforzamiento de la fachada permitirá que el gigante consuma un 60% menos de energía que un edificio convencional, lo que facilitará generar prácticamente cero emisiones de CO2 frente a las 1.000 toneladas anuales que emite un edificio de estas características.
Además, el 10% de la energía que consuma será generada en el propio edificio en el que cada metro cuadrado vale su peso en oro, siendo una de las zonas más caras de la capital. Por las nubes, desde donde nació este emblema arquitectónico.
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