Concentración de trabajadores de Duro Felguera, en 2022, en contra de los despidos propuestos entonces. ARNALDO GARCÍA

Duro Felguera busca una nueva resurrección

En preconcurso de acreedores, la compañía intenta reestructurar su deuda y lograr apoyos para poder volver a salir a flote

Domingo, 15 de diciembre 2024, 01:00

Duro Felguera lleva ocho años caminando al borde del abismo. Llegó allí, en buena medida, por culpa de algunos proyectos, muy arriesgados y casi faraónicos, por los que se apostó en la etapa de Ángel Antonio del Valle al frente del grupo. Se firmaron durante ... la Gran Recesión, cuando pocos se explicaban las cifras abultadas de la compañía asturiana en medio de una debacle generalizada, y desde entonces ninguna de las direcciones que ha tenido la empresa ha podido dar carpetazo a todos los problemas heredados que han minado y siguen lastrando sus delicadas finanzas.

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Esos contratos tienen nombres propios. Está el ciclo combinado de Vuelta de Obligado, en Argentina, tremendamente afectado por la inflación disparada del país. El de la mina de hierro de Roy Hill, en Australia, que la propia empresa asturiana consideró «megaproyecto» y finalizó en un arbitraje; aunque, sin duda, el que más titulares ha acaparado es el de Termocentro, en Venezuela. La obra de este ciclo combinado sufrió numerosos problemas, aunque las consecuencias más graves son tres: los millonarios impagos por parte del Gobierno chavista, que podrían superar los 100 millones de euros; la reclamación de Hacienda de más de 250 millones de euros en impuestos y sanciones por la tributación de la UTE (Unión Temporal de Empresas) que llevó a cabo los trabajos –Duro defiende en los tribunales un diferente criterio fiscal–, y el proceso judicial por el pago de presuntas mordidas a altos dirigentes del Gobierno venezolano. Sin embargo, es el de Djelfa, en Argelia, firmado en 2014, es el que ha llevado al grupo a pedir el preconcurso de acreedores. La energética magrebí ha solicitado un arbitraje en el que reclama a la compañía asturiana una indemnización de 413 millones de euros.

Duro Felguera se encuentra así en uno de los momentos más complejos de su historia, que puede suponer el salto al abismo definitivo, aunque en sus más de 150 años de historia ha tenido otros momentos complicados y siempre ha sabido renacer.

El hierro, el carbón y el alto horno marcaron sus inicios. La empresa se constituyó en febrero de 1858 como Duro y Compañía. Inicialmente estaba especializada en la producción siderúrgica y en la extracción de carbón, sectores en los que se convirtió en referente en España durante décadas, hasta bien pasada la mitad del siglo XX. Sin embargo, en los años 60 se inició el proceso de reestructuración minera e industrial y con él Duro Felguera se transformó. Formó parte de la Unión de Siderúrgicas Asturianas (Uninsa), absorbida finalmente por la gran Ensidesa, mientras que sus activos mineros se integraron la empresa pública Hulleras del Norte S. A. (Hunosa).

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La reinvención de Duro

Así, mientras Duro se reinventaba como especialista en la producción de bienes de equipo, en 1976 vivía una profunda crisis. La compleja coyuntura del Banco Urquijo, que llegaría a ser su principal accionista, también complicó la situación. Pudo sobrevivir, pero aproximadamente una década después volvió a sortear ese abismo en el que se resiste a caer. Con pérdidas millonarias, presentó un expediente de regulación de empleo para 232 trabajadores de Felguera Melt y el Taller de Barros. El conflicto laboral que se derivó de la situación incluyó huelgas de hambre, barricadas y un encierro de 318 días en la Catedral de Oviedo por parte de un grupo de sus trabajadores despedidos (acabaron saliendo con un compromiso de recolocación firmado). «Estuvo al borde de la quiebra», reconocían hace unos años técnicos de la «casa» que vivieron aquellos momentos.

Un personaje clave fue Ramón Colao, el gestor que reflotó la empresa entre 1994 y 2003 y la rescató de una de las más graves crisis que padeció el grupo en sus años de existencia. En este periodo crucial tuvo que hacer frente a una situación angustiosa: superar cuatro ejercicios de pérdidas (1992-1994), que se repitieron en 2003.

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Con él se buscó y se logró estabilidad financiera con capital asturiano, con la involucración de Arrojo, Melca, Imasa, TSK y más tarde Vegasol, que entraron en el accionariado y conformaron, junto con el equipo directivo, un núcleo de socios que aportó estabilidad al grupo para su relanzamiento y lo blindaran de ofertas hostiles.

Gonzalo Álvarez Arrojo se hizo fuerte en la compañía y apoyado en un hombre de la casa, Juan Carlos Torres Inclán como presidente, se intensificó la captación de contratos y se dio un vuelco a la sociedad, reorientándola hacia la ingeniería, gestión de proyectos llave en mano y prestación de servicios especializados a la industria. A la vez se impulsó la mayor internacionalización de la historia de la firma.

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En junio de 2011, la dimisión de Torres Inclán abría paso a una nueva etapa en la que Álvarez Arrojo, que se alejó de la gestión, colocó a su yerno, Ángel Antonio del Valle, como hombre fuerte. Llevaría a la compañía a la grave crisis de la que no logra recuperarse. Empezó a dejarse notar a partir de 2016, cuando comenzaron a aflorar los problemas, a pesar de las promesas de recuperación. Pero las cuentas de 2017 resultaron catastróficas. En lugar de despegar, cayó en barrena, tras acumular unas pérdidas de 254 millones.

Con todo, Duro volvió a sobrevivir. Eso sí, con Del Valle fuera de la empresa, que llegó incluso a presentar una querella contra él por administración desleal. Y se salvaron muchas bolas de partido que parecían definitivas: se abordó una ampliación de capital que dio entrada a nuevos accionistas, aunque resultó claramente insuficiente; se negoció con la banca y se lograron varias reestructuraciones de la deuda que incluyeron importantes quitas; tras la pandemia, se consiguió el rescate por parte de la Sociedad Estatal de Participaciones Industriales (SEPI), que inyectó 120 millones de euros y que el Principado apoyó con otros seis a través de la Sociedad Regional de Promoción (SRP) y, finalmente, se logró la ansiada llegada de socios industriales que, aparentemente, tenían que dotar de estabilidad financiera a la entidad con la entrada de los mexicanos Grupo Prodi y la filial azteca de Mota-Engil. El desembarco se retrasó, pero se culminó a inicios de año tras sendas ampliaciones de capital y una aportación de 90 millones de euros por parte de los nuevos inversores que no han sido suficientes para lograr la estabilidad financiera.

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