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NOELIA ERAUSQUIN
Lunes, 4 de mayo 2020, 04:18
No es la primera vez que las plantas asturianas de Arcelor atraviesan una situación «crítica» desde que Lakshmi Mittal se hizo con el control del grupo, allá por 2006. De hecho, años atrás ya se habló del posible cierre de la división de largos, del peligro que se corre si se apaga definitivamente un horno alto o se frenan en seco las inversiones. De todo aquello no salieron indemnes las factorías de Gijón y Avilés. Desde la primera crisis, que coincidió con la Gran Recesión, que comenzó en 2008, hasta ahora, la plantilla de la multinacional en Asturias se ha reducido en alrededor de un millar de personas y, por el camino, en concreto en 2012, se quedó la línea de pinturas, que se paró de forma indefinida y así continúa.
La situación ahora vuelve a ser muy compleja. El coronavirus ha puesto freno a un ejercicio que se esperaba algo mejor que el anterior. Arcelor, como todas las siderúrgicas, ha entrado en la pandemia en horas bajas tras un 2019 nefasto, marcado por la desaceleración de la demanda y las distorsiones en el mercado por la importación masiva de acero barato extracomunitario. Pero, además, según fuentes sindicales, la afronta sin los deberes hechos en Asturias, con inversiones que se han ido retrasando y han dado problemas, como las inacabadas baterías de cok de Gijón, llamadas a garantizar la siderurgia integral en las próximas décadas.
El coronavirus ha sido una especie de puntilla a una situación ya delicada y ha provocado una nueva oleada de ajustes, que pasan por la paralización 'sine die' del horno alto 'A', el freno a las inversiones y recortes a la plantilla que suponen la solicitud por parte de la empresa de un nuevo ERTE sin complemento salarial y el anuncio de entre 50 y 100 despidos en España, que ya tienen «nombre y apellidos».
Las primeras cuestiones son de sobra conocidas en Asturias. Los hornos altos han tenido paradas más o menos prolongadas en 2009, 2012 y 2019 y una obra como la de las nuevas baterías de cok de Gijón, llegó a estar adjudicada en 2011, a la espera solo de permisos medioambientales, pero con los problemas que se iniciaron a final de año y se alargaron durante todo el ejercicio siguiente el proyecto se guardó en un cajón y nunca se recuperó. Volvió a ponerse sobre la mesa un lustro después, pero otro nuevo.
Sin embargo, a pesar de la dura crisis sufrida desde 2008, nunca hasta ahora Arcelor había planteado un ERTE sin complementos o despidos, algo que choca en la plantilla, que reconoce los efectos del coronavirus en la economía, pero que también vislumbra una recuperación más rápida que en ocasiones anteriores, cuando siempre se evitaron las salidas traumáticas. Eso no le impidió a Arcelor realizar durísimos ajustes que, en el caso de Asturias, fueron limitados, pero que en otras instalaciones llegaron a suponer su desaparición.
En 2008, la crisis que se inició como financiera afectó a todo el tejido económico y, en el primer semestre de 2009, tocó de lleno a la multinacional. En abril anunció su intención de parar el horno alto 'B' de Gijón por la falta de pedidos y con él también se ralentizó la actividad en las baterías, sínter, acerías y líneas acabadoras. Fue en ese año cuando se aprobó por primera vez el ERTE que complementa hasta casi el 94% los salarios y que se ha ido prorrogando desde entonces, aunque la empresa ya lo da por amortizado e impulsa ahora otro sin complementos. Fueron, sobre todo, los eventuales de las subcontratas los principales damnificados de entonces. Sin embargo, ese descenso de la actividad duró menos de lo que se temía y, a mitad de año, la compañía empezó a enderezar su rumbo. En pleno verano, Arcelor anunció su intención de abrir el horno en septiembre y la situación volvió a la normalidad hasta 2011.
Entre ese año y 2012 la multinacional vivió su mayor crisis reciente, que se llevó por delante, ya no solo la línea de pintura de Avilés, sino los dos hornos altos de la factoría de Lieja (Bélgica) y los otros dos de Florange (Francia), dejando estas instalaciones debilitadas y sin fase caliente. Ni la intervención directa del presidente galo de la época, Nicolas Sarkozy, evitó el cierre de las instalaciones, aunque se habló incluso de su nacionalización. Se rumoreó también el posible cierre de otro de los hornos altos de la compañía en el sur de Europa, es decir o uno de los asturianos -el 'B' estuvo detenido medio año- o uno de los de Fos-sur-Mer. Se salvaron, pero ahora ambas plantas tienen sendos hornos parados y, en el caso de la planta francesa, se detendrá el segundo en junio.
La crisis de 2011-2012 también se llevó por delante la fábrica de largos de Villaverde, en Madrid, duramente golpeada por la debacle de la construcción. Con el acero europeo en caída libre, retrocesos sin precedentes en el mercado español y el problema habitual del alto coste energético, en Asturias, como ahora, se habló de las enormes pérdidas de la división de largos, amenazadas de cierre, y que luego se extendieron a planos. Se acometieron serios ajustes de personal, mediante salidas no traumáticas, eso sí. Los trabajadores aceptaron mayor flexibilidad, recortes de plantilla y, finalmente, una rebaja salarial del 8% aquel año y un 8,5% los dos siguientes. A cambio, el horno alto 'B' volvería a ponerse en marcha en enero de 2013.
Los vientos volvieron a ser favorables para Arcelor entre 2016 y 2018, con beneficios que llegaron a ser de récord, aunque de nuevo se torcieron en 2019, fruto de la guerra comercial, las importaciones masivas y la desaceleración de la economía y de la demanda. Se esperaba que la situación remontara en este segundo trimestre, pero el COVID-19 ha borrado cualquier atisbo de recuperación. Así, Arcelor vuelve a poner sobre la mesa la necesidad de ajustes, aunque aún más fuertes que los de entonces, mientras los sindicatos acusan a la multinacional de utilizar la pandemia bajo amenazas y chantajes para llevar a cabo los recortes que ha intentado estos años y no ha logrado sacar adelante, y tapar su «mala gestión», como en el caso de inversiones que están resultando fallidas. «Si las baterías de cok estuvieran listas serían una máquina de hacer dinero, estaríamos en otra situación completamente distinta», señalan fuentes sindicales, pero no están terminadas y, además, tienen fallos que disparan sus costes. Además de su baja producción, destaca el problema con las válvulas que desveló ayer este periódico, que les impide reaprovechar el gas de cok que generan, por lo que se gasta entre 10.000 y 15.000 euros diarios en gas natural para calentar los hornos.
El presidente regional insistió ayer en la «enorme preocupación» con la que sigue su Gobierno la crisis de Arcelor. «Evidentemente, el Principado no va a mirar hacia otro lado», subrayó Adrián Barbón, que apeló a la responsabilidad de las partes, mientras mantiene contactos constantes con la compañía y el Ministerio de Industria.
En este contexto, este lunes, sindicatos y empresa celebrarán la última reunión del plazo legal para el nuevo ERTE, que la compañía prevé sacar adelante incluso sin el visto bueno de los representantes de la plantilla. Estos reclaman ampliar ese periodo y piden a la empresa que para negociar retire la amenaza de despidos y el recurso contra la denegación del ERTE de fuerza mayor, que fue rechazado por la autoridad laboral. En caso contrario, advierten de la escalada de la conflictividad que habrá en las plantas. Mientras, la dirección española de Arcelor alerta de que las factorías de Gijón y Avilés «están en el punto de mira» por su escasa competitividad y urge medidas para reducir los costes fijos. Con el diálogo social prácticamente roto, la siderurgia regresa a la cuerda floja.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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