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NOELIA A. ERAUSQUIN
GIJÓN.
Domingo, 24 de octubre 2021, 01:03
Faltan chips y, prácticamente, se para el mundo. La digitalización ha hecho que estos circuitos integrados estén en todas partes. Unos son más complejos, otros más sencillos, pero se encuentran en prácticamente todos los dispositivos que utilizamos a diario, desde el móvil al coche, pasando por cualquier pequeño electrodoméstico.
La repentina escasez de estos dispositivos, como casi todo en los últimos meses, tiene que ver en gran parte con la pandemia, que, por un lado, detuvo las fábricas durante meses y, por otro, disparó en todo el mundo la demanda de productos electrónicos, tanto para trabajar desde casa como para el ocio. Y a ello se suma el desarrollo de las redes móviles 5G e, incluso, el minado de criptodivisas, que también está aumentando la compra de teléfonos inteligentes, ordenadores y tarjetas gráficas.
En este contexto, reequilibrar oferta y demanda resulta enormemente complejo, ya que se trata de una industria muy rígida, que ya estaba al máximo de su capacidad y que se concentra, prácticamente, en Taiwan y Corea del Sur. El tercero en discordia es EE UU, que lleva tiempo buscando su autonomía en esta materia, mientras que los esfuerzos que realiza China desde hace años para ser autosuficiente están siendo infructuosos.
Europa, por su parte, fue una potencia en su momento, pero los altos costes de producción y el desarrollo tecnológico, que implica meter cada vez más transmisores -y por tanto más procesos de computación- en menos espacio, fueron sacando del mercado a los fabricantes del Viejo Continente. Quedan, pero son pocos y no pueden producir los chips más desarrollados. La batalla está ahora en fabricarlos de dos nanómetros -cada nanómetro es una millonésima parte de un milímetro-, mientras la industria mundial reclama cada vez más y más circuitos integrados.
Europa está muy lejos. En la actualidad, no tiene la capacidad de producir componentes inferiores a 22 nanómetros. Ante esta crisis, la Comisión Europea quiere impulsar una Ley de Chips para atraer a algunos de los principales productores mundiales. De entrada, plantea destinar unos 800 millones a este fin y se marca como objetivo lograr llegar al 20% de la producción mundial y conseguir chips de dos nanómetros para 2030.
No lo tendrá fácil. Cada una de estas plantas exige inversiones ingentes, maquinaria muy específica, tiene altos costes de mantenimiento y requiere de personal extremadamente cualificado. Como ejemplo, el pasado mes de marzo, Pat Gelsinger, nuevo director general de Intel, anunció que su compañía invertirá aproximadamente 20.000 millones de dólares para poner en marcha dos nuevas fábricas en Arizona (Estados Unidos). La Comisión, igualmente, espera convencer a gigantes como Intel, Samsung o Taiwan Semiconductor Manufacturing (TSMC) para que se asienten en Europa, dado que ya disponen del conocimiento necesario. No obstante, el plazo para que pueda estar activa una planta de este tipo ronda los cuatro años.
¿Es posible producir chips en Asturias? A esta pregunta el catedrático de Tecnología Electrónica de la Escuela Politécnica de Ingeniería (EPI) de Gijón Javier Sebastián responde con risas. «Hacer chips es muy complicado», explica, empezando porque para producirlos hace falta purificar silicio, un elemento abundante en el planeta, pero difícil y muy costosos de recuperar al nivel que requieren los circuitos integrados. Y después porque hay que fabricar esos chips en zonas extremadamente limpias, salas blancas en las que no haya ni una minúscula mota de polvo. En España, apenas hay salas de este tipo y su coste es elevadísimo. «Cuando aún se hablaba en pesetas, visité una del Centro Nacional de Microelectrónica en Barcelona y mantenerla valía un millón al día», recuerda Sebastián. A ello hay que añadir el conocimiento y las altísimas precisiones que requiere «conseguir meter tantísimos transistores en sitios tan pequeños», aunque sobre todo cree que el problema es de costes.
De hecho, en el Viejo Continente hay firmas de semiconductores, como NXP Semiconductors, ST Microelectronics o Infineon. Incluso estudiantes de la EPI acostumbraban a hacer residencias en la belga Onsemi, pero no son comparables a los gigantes taiwaneses y coreanos.
En este contexto, Europa parece dispuesta a dejar de depender tantísimo de las importaciones, que están haciendo tambalear sus cadenas de suministro. Como ejemplo, por la falta de chips se calcula que se dejarán de producir siete millones de vehículos en todo el mundo, la mayoría en esta zona del planeta. Porque, además, se da la circunstancia de que los fabricantes de estos circuitos integrados están priorizando la producción de aquellos que les dan más beneficios y no son, precisamente, los de los automóviles.
Algunos gobiernos ya han presionado a los fabricantes para que no dejen de lado a industrias como la de la automoción, pero eso significa restar chips a otra, porque el problema real es que no hay suficientes. Y, mientras esto sucede, Europa tiene poco margen de maniobra. Ha empezado a moverse, pero llega tarde para paliar la crisis actual.
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