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Hace apenas unos meses, Arcelor defendía que, a medio plazo, no había sitio en Europa para los hornos altos. El hecho de ser de las instalaciones más contaminantes del continente y el sistema de derechos de emisión, cada vez más restrictivo, hacía inviable su mantenimiento, ... explicaban desde la multinacional. De ahí que su plan pasara por ir agotando su vida útil e ir sustituyéndolos, en la medida de lo posible, por plantas de reducción directa del mineral de hierro (DRI) abastecidas por hidrógeno verde y ligadas a acerías de arco eléctrico.
Sin embargo, esa estrategia se percibe ahora como demasiado arriesgada y el gigante siderúrgico se abre a mantener en cada una de sus cabeceras uno de sus hornos altos, eso sí, ligados a plantas de captura de CO2 que permitan evitar el sobrecoste disparado de las emisiones. Esto posibilitaría que en Asturias siguiera funcionando a largo plazo el horno alto 'B', cuya vida útil expira en 2032.
El planteamiento no es totalmente nuevo. En 2020, Arcelor presentó dos rutas para su descarbonización: la basada en plantas de DRI, que pasa por el uso del hidrógeno verde como combustible y reductor clave, y la llamada 'Smart carbon', que se centra en aprovechar las fuentes del carbono circular de residuos y luego capturar y almacenar el CO2 de los combustibles fósiles restantes. La aceleración de la transición energética llevó a la multinacional a realizar una apuesta decidida por la primera, mucho más ambiciosa y costosa. De hecho, en aquella presentación hace algo más de tres años, la compañía avanzó que las primeras demostraciones llegarían a mediados de esta década y que no esperaba una producción significativa hasta la siguiente.
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Noelia A. Erausquin
Apenas un año después anunciaba en Gijón su plan verde para las plantas asturianas, basado en una planta de DRI que estaría lista en 2026 y que tendría capacidad para producir 2,3 millones de toneladas anuales de hierro de reducción directa.
Mientras, el gigante siderúrgico ha seguido avanzando en la ruta 'Smart carbon', o carbono inteligente, para la que preveía efectos antes y que aprovecha todas las energías limpias en el entorno de reducción controlada a alta temperatura de producción de arrabio. Sin embargo, durante un tiempo, sus proyectos se han planteado principalmente como una especie de complemento, un avance que permitía mantener la viabilidad de los hornos altos hasta el fin de su vida útil, que reducía sus emisiones y a la vez eliminaba o disminuía las de otras instalaciones. No obstante, el objetivo final pasaba por sustituir los hornos altos.
De ahí que se planteara en Europa una primera fase de proyectos relativamente similares en España, Francia, Bélgica y Alemania y que consisten en construir plantas de DRI y reformar las acerías para que sean de carácter eléctrico. Con ello, se prescindiría de los hornos altos más viejos e ineficientes.
Sin embargo, aunque sin anunciarse oficialmente, se preveía una segunda fase que permitiera sustituir completamente el resto de instalaciones de este tipo. Supondría abandonar la forma tradicional y contaminante de producir acero desde el mineral de hierro, utilizada durante siglos, y cambiarla por un método nuevo y descarbonizado.
En estos momentos, ni siquiera la primera fase está clara. Se teme apostarlo todo a una carta. El proyecto asturiano está bloqueado, a pesar de que recibió hace ocho meses el permiso de la Unión Europea para que España le otorgara una ayuda de 450 millones de euros. Se duda de su viabilidad económica, mientras se sigue negociando sobre él con las administraciones.
El coste del proyecto rondaba los mil millones de euros cuando se anunció, ahora se estima que esa cifra se queda muy corta. Tampoco se confía en que el suministro de hidrógeno verde llegue en los plazos que se barajaban, ni que el coste de este vaya a ser competitivo a pesar de las ayudas, sin contar con el precio volátil de la electricidad, de la que dependerán mucho más las instalaciones, o de la necesaria garantía de suministro renovable para que pueda reducirse realmente la huella de carbono hasta los objetivos fijados.
Son muchas las dudas que surgen, que incluyen las tecnológicas o los cuellos de botella que se puedan producir con los proveedores, que haya demanda para ese acero verde más caro, pero a estas se suma también la apuesta radical de Estados Unidos por subvencionar su hidrógeno verde, mientras que en Europa se plantean ayudas mucho más modestas. Incluso dentro de la UE hay grandes diferencias. Mientras que el Banco del Hidrógeno impulsado por Bruselas otorgará 800 millones de euros en forma de primas fijas por kilogramo, Francia ha puesto sobre la mesa 4.000 millones de euros para compensar la diferencia de precios con el generado con combustibles fósiles. El acero se mueve en un mercado global y tiene que ser económicamente competitivo. La incertidumbre que rodea al desarrollo de las plantas de DRI, los suministros y sus costes están lejos de garantizarlo.
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