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En un torneo en sus comienzos. E. C.
Hasta la cima del tenis por el camino más largo

Hasta la cima del tenis por el camino más largo

Constancia. Se fue de Gijón cuando era un adolescente para cumplir su ilusión. Hoy está entre los mejores tenistas del mundo

J. L. CALLEJA

Domingo, 1 de agosto 2021, 01:13

Este verano entró en la treintena y en su currículo deportivo todavía hay hueco para muchas más líneas por escribir, pero Pablo Carreño (Gijón, 1991) ya es historia del tenis asturiano y español. Y ahora, con más motivo, gracias a su medalla olímpica. Campeón de la Copa Davis y doble semifinalista del US Open, ha llevado la bandera del Principado hasta catedrales del deporte de la raqueta como la pista Philippe Chatrier y la Arthur Ashe. En el polvo de ladrillo de la capital gala vivió su bautismo en Roland Garros frente a Roger Federer un 26 de mayo de 2013 imborrable en su mente.

Y sobre el cemento neoyorquino se quedó, cuatro años después, a las puertas de la final de un Grand Slam, opción acariciada de nuevo en 2020 en una de las páginas más brillantes de un currículo con seis títulos ATP. Su palmarés, el fruto de su tesón por agregar matices ganadores a su juego, plasma su abnegada apuesta por abrirse paso en el primer nivel mundial. Lo ha conseguido a base de perseverancia, tenacidad y las dosis necesarias de resiliencia para salir adelante de la intervención quirúrgica por la hernia discal lumbar que sufría y puso en jaque su carrera cuando comenzaba a despegar. «Le cortó toda la progresión, porque el año anterior había tenido una buena temporada y le tocó volver a empezar de cero», recuerda Lucía Carreño, la hermana mayor de Pablo y culpable involuntaria de su prolífica carrera en las pistas. Tres años menor que ella, Pablo siguió la estela de Lucía en las instalaciones del Grupo Covadonga, donde los profesores comenzaron a bromear con él tirándole pelotas mientras observaba las clases de ella para que las devolviese con la raqueta de minitenis que le había pedido a su madre.

Con apenas cinco primaveras empezó a acudir a los cursillos de la entidad y Rosa Domínguez y María José Echenique comenzaron a moldear el potencial de ese niño rubio de pelo ensortijado que golpeaba con gesto académico la bola y destacaba entre sus coetáneos por su disciplina. «Teníamos una rivalidad sana. Nos enfrentábamos en algún torneo social, en los entrenamientos y ganamos juntos el campeonato de Asturias de dobles mixtos», cuenta Lucía, que pronto tuvo que dejar los intercambios fraternales sobre la pista por las llamadas de teléfono. En un mundo tan nómada como el del tenis, en el que sus protagonistas viven entre maletas, aeropuertos y hoteles, Carreño no tardó en hacer su primera mudanza.

Con quince años cambió Gijón por la Ciudad Condal para aprovechar una beca de la Federación Española de Tenis que le llevó al Centro de Alto Rendimiento. Allí se adaptó a una rutina que multiplicó su exigencia y corroboró ese potencial que habían atisbado los técnicos con la conquista del Campeonato de España en categoría cadete mientras trataba de lidiar con la nostalgia de su tierra y la lejanía de su familia. Entre mayo de 2011 y julio de 2015 alcanzó once finales del Challenger Tour, en las que hizo pleno de victorias, y su mentalidad positiva le impulsó para conseguir asentarse entre los mejores del circuito ATP, donde logró el galardón que le distinguía como tenista con mayor progresión del año en 2013.

Fue entonces cuando se produjo su eclosión, tras pasar del puesto 755 al 65 en el ránking tras zanjar su calvario con la espalda. El gijonés se erigió en uno de los estandartes de una generación que tuvo que lidiar con la pesada losa de empezar a tomar el relevo del mejor tenista español de todos los tiempos, Rafael Nadal. El balear, compañero del asturiano en varios torneos de dobles, es también para él un amigo y uno de sus referentes, junto a David Ferrer, por su constancia.

Hijo de un arquitecto y una cardióloga, Pablo está en las antípodas de las excentricidades protagonizadas por algunos de los jóvenes tenistas emergentes. «Es muy constante, en la pista está totalmente concentrado en lo suyo y es rara la vez que se sale del guion. De hecho, sus entrenadores cuando era más joven le decían que tenía que demostrar más ese carácter que tiene», señala su hermana. Ese punto de agresividad llegó cuando dio un salto más en su carrera e inauguró su palmarés individual ATP con el título en Winston-Salem. Tras cambiar de entrenador y enrolarse en la academia Equelite, encabezada por su ídolo de infancia Juan Carlos Ferrero, alzó el trofeo en tierras norteamericanas en octubre de 2016 y engrosó sus vitrinas dos meses más tarde al derrotar en la final de Moscú al volcánico Fognini.

Fue el preludio de su mejor año deportivo, el de su confirmación entre las mejores raquetas del mundo. Campeón en Estoril, logró su mejor resultado en Roland Garros al meterse entre los ocho mejores después de salvar seis bolas de partido ante Milos Raonic, pero una rotura abdominal que descartó su presencia en Wimbledon le impidió terminar su duelo con Nadal.

Idilio con Nueva York

En Flushing Meadows refrendó que estaba listo para cualquier desafío competitivo y avanzó hasta la semana decisiva del US Open, donde cayó en la previa del duelo por el título, pero se ganó su ascenso al 'top 10'. Presente en el torneo de maestros de ese año en Londres, las lesiones le alejaron de esa brillantez en 2018 y 2019, aunque en noviembre de 2020 contribuyó a la conquista de la Davis y resarcirse de algunas actuaciones dubitativas desde su estreno en la competición.

Su reaparición en las pistas tras el confinamiento fue después fulgurante y le permitió retomar su idilio con el US Open, donde puso contra las cuerdas a Zverev, al ganarle los dos primeros sets. Acumula también cuatro títulos en dobles, modalidad en la que se proclamó subcampeón del US Open y en la que demostró versatilidad con varios compañeros, como corroboró al conquistar el Masters 1.000 de Cincinnati con De Miñaur. Junto al australiano volvió a sonreír tras una final, como hizó el septiembre de 2020 tras remontar ante Bublik en Chengdu.

Pero este año ha sido uno de los más brillantes de su carrera. Cayeron dos títulos: el ATP 250 de Marbella y el ATP 500 de Hamburgo -su mayor logro-, la antesala y el reflejo de su gran momento que desembocó con la consecución del bronce olímpico desde el puesto 11 de la ATP tras tumbar a Djokovic y a Medvedev, los número uno y dos del mundo. Solo queda Nadal.

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