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2021. Ramón Gallego, en el esprint final hacia Tokio, en el pabellón Braulio García del Grupo. A. GARCÍA
Octava muesca en los Juegos

Octava muesca en los Juegos

Histórico. Ramón Gallego, el mandamás del arbitraje mundial, prepara ya las maletas, a la espera la segunda dosis de la vacuna, para viajar a Tokio, donde escribirá otro registro en la historia olímpica asturiana

EDUARDO ALONSO

Lunes, 3 de mayo 2021, 01:50

Cada cuatro años en un domicilio de Gijón se repite la misma escena. Un hombre haciendo las maletas rumbo al sueño olímpico. Durante las tres últimas décadas, Ramón Gallego Santos ha convertido lo poco frecuente en rutina y su trabajo, su compromiso y su buen hacer le han transformado a él en un hombre récord. El árbitro internacional en Barcelona 1992, Atlanta 1996 y Sídney 2000, miembro de la Federación Internacional de Balonmano (IHF) en Atenas 2004, Pekín 2008, Londres 2012 y Río 2016, y ahora máximo mandatario en Tokio 2021 de la Comisión de Árbitros de la IHF, a la que perteneció desde su retirada, se incorpora con honores a la historia asturiana de los Juegos con ocho citas olímpicas.

Aquel joven estudiante del Colegio Corazón de María, embrión de tantos 'escritores' de la historia del balonmano, que soñaba, primero, con ser jugador de balonmano -lo haría con la elástica del centro educativo y también del Sporting de Gijón- y que, posteriormente, se convertiría en árbitro internacional producto más de la casualidad que de otra cosa -«me llamaron para un torneo amistoso y ya ve»-, no ha parado de volar mientras sigue sumando talento en cada parcela de su disciplina.

Ramón Gallego, a sus 64 años y con siete maratones a sus espaldas, es un protagonista anónimo que salta a la palestra, especialmente, cada cuatro años. «No hay nada más importante para nadie, con la excepción quizás de los futbolistas, que ir a unos Juegos. El deporte me ha devuelto el tiempo que le he dedicado», afirma. Ello le supone dejar a un lado a la familia, a los amigos... Una etapa abriendo y cerrando maletas la de este ingeniero técnico industrial que hace dos años se retiró como profesor de dibujo técnico y (CAD) dibujo asistido por computador en la Escuela Politécnica de Ingeniería de Gijón coincidiendo con su nombramiento como el español más influyente del balonmano mundial, como el 'jefe' máximo del arbitraje internacional.

«No he estado tanto tiempo en casa como ahora. ¿Tres meses seguidos? Nunca», reconoce el exárbitro asturiano. «A mi mujer siempre le dijo que el balonmano llegó antes que ella», bromea. Tokio, que tumbó a Madrid en la lucha por organizar los Juegos de 2020, retrasados ahora por la covid hasta el próximo 23 de julio, se mantiene firme. «Yo estuve a finales de febrero de 2020. Separado del puerto, anclado a unos metros, había un crucero inmenso. No les dejaban ni entrar ni moverse. '¿Están locos? ¿Por un virus?', pensé yo». «Pero, al margen de la pandemia, lo tenían todo muy avanzado. Nuestro pabellón, por ejemplo, estaba preparado ya», asegura con voz firme y segura.

Gallego, con la experiencia de 25 años como árbitro y otros 21 con responsabilidad en la IHF, ya tiene sus billetes para viajar a la capital nipona. «Me iré el 18 de julio, cinco días antes de la apertura, y volveré el 11 de agosto, dos días después de la clausura», adelanta un responsable de la IHF que puede presumir de inteligencia y aplomo. Todo para vivir la experiencia de unos Juegos «diferentes». «Los deportistas van a estar sometidos a un régimen especial: villa olímpica, autocar y pabellón. Estará prohibido salir a la calle. No viviremos el ambiente olímpico, pero estaremos en unos Juegos», aclara. «Una de las razones que han llevado a que se disputen es precisamente esa, por ellos, para que no pierdan la oportunidad de participar en una cita como esta». La afirmación adquiere mayor relevancia porque proviene de una de las voces más autorizadas de la expedición española.

Pero cualquier precaución es poca. Más en esta disciplina, en la que es inevitable estar en contacto con el oponente. «El Comité Olímpico Internacional nos ha sugerido que toda la gente que vaya a Tokio acreditada esté ya vacunada», matiza Gallego. Él, por edad, ya recibió la primera dosis de la vacuna hace dos o tres semanas. En su caso, la de AstraZenaca. «No sé por qué hay dudas con ella. No entiendo por qué se paró la vacunación por unas cifras ridículas de efectos secundarios», explica el gijonés, firme en su trabajo, pero muy afable en la conversación.

Ejemplo para los compañeros de profesión bajo esa coraza, empezó como jugador. Lo dejó pronto por motivos académicos y recayó en el arbitraje. Y las cosas no le han ido mal. Considerado con su paisano Pedro Lamas como la mejor pareja del mundo, su primer gran escenario fue la final masculina de balonmano de Barcelona 92. Repetiría cuatro años después en Atlanta. «Algo que nadie ha igualado», señala Gallego, que se considera amigo de jugadores, técnicos... Habla con ellos, charla con ellos, disfruta con ellos y, cuando es necesario, incluso discute con ellos. «Mi experiencia me ha servido para tener buenas relaciones con jugadores que ahora son entrenadores, directores técnicos... Tienen que entender que, en momentos de tensión, todos estamos a lo mismo», explica.

Ahora le aguarda el ilusionante desafío de Tokio 2021. El reto vuelve a ser bello y colosal. España está donde todo el mundo quiere que esté. El balonmano nunca falla a su cita. Puede vivir momentos mejores y peores, pero, al final, termina volviendo a su camino. «Tanto el conjunto masculino como el femenino son muy fiables, han estado brillantes estos años. A los 'Hispanos', sobre todo por la experiencia de algunos de sus jugadores y por ese extra que aportarán otros que posiblemente se retiren a la vuelta, como el asturiano Raúl Entrerríos, los veo con posibilidades de medalla. El equipo femenino mezcla juventud y experiencia, pero también es verdad que es el actual subcampeón del mundo», dice Gallego, desde su domicilio, durante la conversación.

No muy lejos de las pistas en las que se jueguen los partidos, golpeadas por las carreras entre tipos de envergadura, el gijonés intentará pasar desapercibido mientras supervisa a aquellos que piden la palabra a golpe de un pitido estridente. Porque los árbitros no son perfectos. Solo intentan impartir justicia.

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