p Al 100%Craviotto, en la proa, seguido de Arévalo, Cooper y Germade, esta semana en aguas del Guadalquivir. RFEP

El hambre voraz de Saúl Craviotto

Esprint hacia París. El piragüista multiplica, ahora en Sevilla y dentro de diez días ya en Trasona, las horas de trabajo junto a la tripulación de la K-4 y entrena la idea de participar también con una K-2

EDUARDO ALONSO

Viernes, 15 de marzo 2024, 01:00

Me pillas saliendo del gimnasio y voy ahora a la carrera a pilates, que llego tarde. Tengo para hora y media. Después, ducha y cena con el equipo. ¿Hablamos más tarde?». Es Saúl Craviotto ese tipo de deportista que es mucho más que la etiqueta ... que marca su edad. Profesional al que se le respeta y admira por su currículo, por su trabajo, por su entrega, por su forma de ser, por negarse a rendirse ante el tiempo... A sus 39 años, sigue volando sobre la lámina de agua. ¿Cómo se consigue ser tan competitivo tras ganar cinco medallas en cuatro Juegos –solo David Cal acumula tantas como él–, más otras once preseas en mundiales y seis en europeos? «Me siento un privilegiado porque me puedo dedicar a mi pasión, al piragüismo. Encontrar la motivación haciendo algo tan bonito y apasionante como, por ejemplo, unos Juegos resulta sencillo».

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Antes de los Juegos de Río se planteó dejarlo. De hecho, se tomó un año sabático –participó incluso en un concurso televisivo de cocina–. Pero mantuvo su mirada en Tokio, de donde regresó con una plata en K-4 500 metros colgada del cuello. Ahora se ha marcado un nuevo reto: París 2024. Se ha bajado de la nube, como él suele repetir, y ha puesto los pies en el suelo porque es, a su juicio, la única forma de conseguir nuevos retos. «¿Animados? Sí, sí, con muchas ganas. Si no lo estamos ahora que faltan 150 días...», explica Craviotto, que, al igual que sus compañeros de viaje, deberá afrontar, antes de la cita parisina, el selectivo nacional en un mes en Galicia y una prueba de la Copa del Mundo a mitad de mayo.

«Presume de una mentalidad que le hace diferente», ha dicho de él el luanquino Miguel García, jefe del equipo nacional de piragüismo y, posiblemente, una de las personas que mejor lo conoce. Es su entrenador desde casi hace veinte años. Han compartido mucho camino juntos desde que Saúl era un júnior. «No puede vivir sin competición. Además de su poderío físico, tiene una fuerza mental increíble. A la hora de competir, su cabeza es una máquina».

Limar centésimas al crono

Por eso, él y sus otros ‘cómplices’ en el K-4 (Marcus Cooper, Carlos Arévalo y Rodrigo Germade) multiplican estos meses las horas de trabajo para corregir errores, perfeccionar la destreza, exprimir siempre un poco más la embarcación para limar un puñado de centésimas al cronómetro… Ser, en definitiva, los mejores. Primero lo están haciendo desde el lunes en el Centro de Alto Rendimiento de La Cartuja, en Sevilla, a orillas del Guadalquivir, junto al conocido Puente del Alamillo. Y, a finales de la próxima semana, harán las maletas y se trasladarán, hasta la cita con los Juegos, al Centro de Tecnificación Deportiva de Trasona. Un entorno tranquilo ya tradicional en la planificación del K-4 en el que solo se irá una única voz por encima de todo. La de Miguel García.

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«Realizamos una primera sesión de agua a las 9 de la mañana. Después hacemos un pequeño descanso y, a las doce, vuelta al agua. Comemos sobre la 1 o 1.30. Y, por la tarde, después de descansar, sobre las 16 horas, toca gimnasio o, como hoy, otra sesión en el agua. Por último, hacemos sesiones de pilates...». Es el día a día de un Saúl que tiene la motivación máxima para, posiblemente por última vez, vivir de nuevo la experiencia de unos Juegos, competir contra los mejores del mundo y, también, obtener la recompensa a su sacrificio diario: subir al podio.

El deportista nacido en Lleida, pero asturiano de adopción, presume de paciencia, inteligencia y aplomo. Es el director de orquesta de una embarcación coral como la K-4. Su lugar seguirá en la proa, aunque, detrás de él, en relación a Tokio 20, se sentará Carlos Arévalo, que ha intercambiado su posición con Marcus Cooper. Pero, como Saúl no pica para abajo, sino para arriba, ha decidido seguir conquistando más retos, redoblará su apuesta y tendrá, de nuevo, tal como sucediera en Tokio, otra bala en el K-2 200. «Existe esa posibilidad. Estamos haciendo pruebas. Pero no sé con quién lo haré. Se decidirá en el último tramo de preparación, igual a dos meses de los Juegos», asegura el piragüista.

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Una quilla en el timón

Lo importante es el trabajo sin descanso. Muchas horas acumuladas sobre el agua y en el gimnasio para arañar centésimas valiosas. Fuera, en el pantalán, aguarda la embarcación fabricada ya para la cita olímpica anterior en Portugal, en la factoría de Nelo, a medida, con la que entrenan habitualmente. Dos ‘gemelas’ partirán en unos meses hacia París –hay que llevar una de repuesto por si se rompe una pieza–. No presentan grandes novedades. Alguna pequeña modificación. La más importante sea quizás la incorporación de un quilla en el timón para que, explica Saúl, «el barco vaya más recto porque en el lago de competición de París, muy abierto, se prevé viento y oleaje».

Nada que ver, en cualquier caso, con aquella K-4 esculpida en 1976 por un artesano asturiano con dos componentes: un molde macizo de madera y la cara exterior de cedro, con la que se logró la última medalla olímpica española de esta categoría hasta la obtenida por Craviotto y compañía en Tokio.

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