I. ÁLVAREZ
GIJÓN.
Viernes, 31 de mayo 2019, 03:01
«El Everest es una fábrica de dinero, pero también de muerte», lamenta la montañera asturiana Rosa Fernández, que holló la cumbre del afamado pico del Himalaya por su cara norte en 2005. Impactada por las recientes imágenes que plasmaban un extenso atasco sobre la nieve camino de la cumbre, a miles de metros de altura ... , hace más de una década ya atisbó los riesgos de la excesiva proliferación de las expediciones comerciales integradas por personas de cuantiosos recursos económicos, pero faltas de preparación en la montaña.
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«Es gente que no tiene una relación directa ni con el alpinismo ni con el himalayismo. El Everest se ha convertido en un negocio puro y duro», afirma Nacho Orviz, que en su última ascensión por el Himalaya en 2012 ya palpaba la masificación que comenzaban a envolver a las grandes cumbres. «Ha habido una progresión geométrica», expone el alpinista gijonés sobre una deriva sin visos de freno. Un temerario negocio piramidal para la sociedad nepalí, en el que están inmersos desde las autoridades a través de los permisos gubernamentales hasta los 'sherpas'.
«Cobran unas cantidades de dinero muy elevadas y el coste que les supone es bastante rentable», explica Orviz, que cree que hay «una promoción exagerada del Everest». «Debería estar limitado a un determinado tipo de gente con experiencia y bajo unas pautas. Todo eso se lo han saltado», precisa sobre una de las causas que han multiplicado el denominado turismo de altura, que ha propiciado un repunte de la tragedia sobre la nieve.
Once defunciones en apenas unos meses suponen el mayor número de fallecidos de los últimos cuatro años. «Como casi siempre que ocurre una catástrofe son varios problemas los que se juntan», señala Orviz, que precisa que salvo «un irlandés por una caída» el resto se debe a problemas de salud como infartos o edemas pulmonares y cerebrales derivados de una falta de preparación para poder soportar unas condiciones extremas y otros peligros ocultos en las grandes cumbres.. «Cuando surge un inconveniente, están esperando allí la muerte como las vacas que van al matadero. No tienen experiencia para interpretar o valorar que no pueden estar dos o tres horas parados porque se le acaba el oxígeno y se mueren allí. No tienen esa capacidad para darse la vuelta», indica sobre un problema alimentado por «el ego de adquirir relevancia» a costa de una sobrepoblación en las alturas.
Por decenas de miles de euros se aseguran contar con todo el equipamiento y los servicios, pero aunque lo minimicen nadie les puede otorgar la garantía de salir ilesos de una situación de emergencia. «Se pueden pagar agencias que cobran 100.00 dólares, pero ponen en riesgo su vida también. Creo que nos estamos volviendo locos», alerta Rosa Domínguez, que coincide con Orviz en las secuelas derivadas de una falta de preparación y esa masificación en torno al Everest. «En 10 días han subido 800 personas a la cumbre», señala el himalayista gijonés, que tiene claro el método para atajarlo de raíz.
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«Cortarlo sería tan fácil como limitar a un determinado número de permisos por temporada», proclama antes de apostillar que «no lo van a hacer» por que se desinflaría la inyección económica en un país con pocos recursos. «El dinero lo corrompe todo y eso es lo que ha pasado. Son muy inconscientes porque van allí sin saber realmente a lo que se exponen», lamenta Rosa Domínguez.
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