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110 años de la conquista del Urriellu

110 años de la conquista del Urriellu

Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, y Gregorio Pérez 'El Cainejo' ascendieron por la cara Norte y llegaron a la cumbre en cinco horas

GUILLERMO FERNÁNDEZ

Martes, 5 de agosto 2014, 00:29

Hoy, 5 de agosto de 2014, se cumplen 110 años de la primera presencia humana en la cumbre del Urriellu, el pico de 2.519 metros más conocido como Naranjo de Bulnes, aunque los cabraliegos digan que en el lugar donde se encuentra enclavado «no hay naranjo que aguante el clima». Los primeros en llegar fueron Pedro Pidal, marqués de Villaviciosa, y Gregorio Pérez 'El Cainejo', un vecino de la localidad leonesa de Caín, que hizo las funciones de 'sherpa' para el aristócrata y llevó el mayor peso de la escalada. Eso sí, el primero en pisar la cumbre fue el marqués de Villaviciosa, como él mismo cuenta: «Cuando el embudo se abrió y la vertical empezó a dejar de serlo, yo me desaté la cuerda, abandoné a 'El Cainejo', pase a éste, y, saltando, loco, ebrio de placer y de entusiasmo, entoné al llegar a la cumbre el más formidable ¡hurra! que di en los días de mi vida. Era la una y cuarto de la tarde».

Ese día del año 1904 nacía el alpinismo español con la conquista de la cumbre más emblemática del territorio nacional, especialmente por los 550 metros de la pared vertical de su cara Oeste. Los pioneros ascendieron por la vertiente Norte y abrieron la que todavía hoy se llama vía Pidal-Cainejo.

Pedro Pidal tenía entre ceja y ceja ser el primer humano en llegar a la cima del Urriellu. Vivía obsesionado con esa idea. Gregorio Pérez era un pastor de cabras al que sus vecinos le llamaban 'El Atrevíu', porque en Caín todos eran cainejos. A Pidal le costó convencer a 'El Cainejo', no por miedo a la aventura, sino porque insistía en que el aristócrata le contestase a una pregunta: «¿A qué vamos al Picu?». Gregorio tenía 51 años y cinco hijos a los que mantener fruto de su matrimonio con Francisca Cuevas.

La tarde del 4 de agosto de 1904 la pasaron Pedro y Gregorio inspeccionando milimétricamente con unos prismáticos cualquier alternativa de la roca. Durmieron acompañados por un rebaño de cabras al final de la canal de Camburero y a las ocho de la mañana del día siguiente estaban desayunando en la base del Urriellu, al lado de una fuente.

'El Cainejo' estaba preparado para la aventura porque, según cuenta Fontán Negrín, «tenía unas manos muy grandes y muy fuertes con las que se aferraba a los agarres apoyándose en sus piernas de cortos y potentes músculos y progresando en la roca como si se tratara de un orangután». Pidal se había preparado físicamente durante el invierno «levantando la gran pesa, la 'Sultana'» en el gimnasio gijonés de Sánchez, viajó a Londres en busca de los mejores materiales del momento y regresaba de entrenar en los Alpes.

La pareja de escaladores, que no buscaba dinero, gloria ni fama, realizó una escalada que todavía hoy asombra por atrevida y por haberse realizado con medios muy rudimentarios. 'El Cainejo' subió descalzo y Pidal, que narró la aventura en un libro, calzando alpargatas.

Encontraron la primera dificultad en una 'llambrialina', una placa de caliza lisa de más de 150 metros que había que cruzar transversalmente. Escribió Pidal que «la llambria es una parte de peñas que forman un plano muy inclinado y difícil de pasar. Y llaman 'llambrialina' los montañeses a una llambria muy estrecha, muy lisa, muy inclinada y sin agarradero alguno sobre el precipicio». Gregorio siempre iba por delante y el marqués ponía las manos y los pies donde él los había colocado antes. Pidal explicó que no se habían enfrentado a la 'llambrialina' «con temeridad porque guardaba interés por mi pellejo y no lo tenía menor por el de Gregorio, noble, leal, y como yo, padre de familia».

El segundo apuro se les presentó en la zona de la roca que bautizaron como 'panza de burra', una mole de piedra que les bloqueaba el paso por la chimenea. Hoy es el mítico y venerado lugar en el que el marqués subió a hombros al pastor y éste aseguró la plomada, ató la cuerda de cáñamo a una piedra y subió a pulso a su compañero de cordada. Comentó con posterioridad el marqués que, antes de superar la dificultad, «una honda tristeza se apoderó de nosotros al comparar las penalidades sufridas con el poco fruto de tanto esfuerzo». Pero, al dejar atrás la 'panza de burra', «el instinto del triunfo se apoderó de nosotros, subimos con ansia, no reparábamos en los peligros y no nos decíamos ni una palabra. Todo sonreía a nuestra ambición desmedida». En poco más de cinco horas habían conquistado la cumbre.

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