Lozano padre besa a su hijo

El delantero que no quiso el Real Madrid

El boxeador Rafa Lozano Jr puede repetir la gesta de su padre y entrenador, Rafael Lozano, al llegar a cuartos en su debut olímpico

Marta San Miguel

Enviada especial a París

Viernes, 2 de agosto 2024, 00:49

Le gustaba tanto el fútbol que cuando pasó del equipo de fútbol sala del colegio al de campo, Rafa Lozano (Córdoba, 2004) le dijo a su padre que quería hacer una prueba con el Real Madrid. Era delantero, era rápido, y sobre todo, era osado ... a la hora de verse a sí mismo más allá de los límites físicos o mentales en los que deambula el común de los mortales: «Siempre he soñado a lo grande y nunca he querido pasar desapercibido en este mundo», dice al recordar aquello, tan lejano, tan previo al imperio pugilístico que empieza a alicatarse alrededor de su nombre en París.

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De pequeño ya tenía esa mentalidad, y ya fuera por eso o por sus dotes, destacaba en todos los deportes que practicaba: fútbol, taekwondo, gimnasia artística. «Las cualidades físicas que tiene, su inteligencia, la forma en que observa y asume los movimientos le hacían sobresalir en todo», dice Rafael Lozano padre, leyenda del boxeo patrio y actual seleccionador, que un buen día vio cómo ese canijo poderoso y peleón le pedía batirse los cuartos en el mismo Valdebebas. Y un buen día, con 11 años y «a final del curso» le llevó de sorpresa a la prueba del Real Madrid. Había muchos niños. Muchos entrenadores. Muchos técnicos. Había mucho de todo, «tanto, que ni me veían», recuerda Rafa. Y menos mal porque, de haberlo fichado como delantero, España habría perdido a un boxeador llamado a hacer tintinear los metales en su disciplina.

Su estreno en París en la categoría de los 51 kilos ha sido como meter un gol por la escuadra: a sus 19 años ganó al número cinco del mundo (el australiano Yusuf Chotia) y pasó a cuartos de final, lo que supone que podría igualar el estreno de su progenitor en Barcelona 92, cuando consiguió un quinto puesto y diploma olímpico, y el inicio de una carrera fulgurante (bronce en Atlanta 96 y plata en Sidney 2000). ¿Ha heredado su talento? «Mi hijo no es como yo, es mejor», dice el padre entrenador, de hecho, añade, «no ha venido a por diploma, mi hijo ha venido a por medalla». Concretamente «a por la de oro si Dios quiere», apuntilla su hijo, que esta tarde, en el Nord París Arena a las 16.50 h, dará el primer paso para lograrlo contra el dominicano Yunior Alcántara Reyes.

La mentalidad futbolística de delantero, esa que ante el peligro de estar solo contra un portero le permite meterla solo a los buenos, sigue intacta en la capacidad de calzar ganchos y directos de Lozano hijo. «De pequeño, Rafa andaba mucho con los del equipo de boxeo. Viéndolos entrenar, absorbía lo que veía, captaba muy rápido los movimientos y se quedaba con los conceptos, de ahí que enseguida tuviera esta técnica». Sin embargo, a Lozano padre, curtido en los cuadriláteros de medio mundo, le costó ver que tenía delante a un campeón en potencia, porque al principio, solo veía a su hijo.

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«Temía que se defraudara»

Todo empezó en el Europeo de Bulgaria donde debutó en competición con 13 años. «Vi que mi hijo tenía cualidades y habilidades, que bajaba las manos y sorprendía, que atacaba con varios golpes; le vi con mucha inteligencia boxeando, pero no lo tenía muy claro», dice. ¿Por qué? «Porque lo vi con sufrimiento, lo vi nervioso y pendiente como padre y eso no me hizo captar bien las habilidades que él tenía». ¿Le preocupaba que se hiciera daño? «Lo que temía es que no lo hiciera bien, que se defraudara. Pero como tiene esa disposición, esa entrega, y lo ves que boxea tan bien y se defiende tan bien, que al final la confianza me la dio él».

Después de ese momento, lo empezó a ver como entrenador, y hoy, ese entrenador verá a su hijo pelear por superar a su maestro. ¿Estará el padre este viernes en el combate? «Aquí le ayudo más como entrenador que como padre, pero no puedo dejar al padre completamente fuera», dice, anticipando el combate emocional que el doble medallista también va a disputar cuando su hijo, su deportista seleccionado, suba al cuadrilátero a citarse con sus propios méritos.

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