Laura Marta
Enviada especial a París
Sábado, 27 de julio 2024, 16:45
Saca el puño igual Carlos Alcaraz cuando gana un punto, pero es otro Carlos Alcaraz al que pisó esta misma pista hace dos meses. No solo porque ha ganado tanto la Copa de los Mosqueteros como Wimbledon en este tiempo entre finales de mayo y ... finales de julio, sino porque viste de amarillo y rojo y vive una experiencia en la que no hay Roland Garros por ningún lado, sino aros olímpicos y banderas en las gradas de todos los países.
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Es otro ambiente, música entre juegos, otro público, que ha soportado la lluvia de la mañana en las colas de entrada, algo que no ocurre en el otro Roland Garros, y el premio también es diferente. Por el momento, Alcaraz no acusa los nervios de un torneo que nunca había experimentado, con un banquillo en el que no está Juan Carlos Ferrero en la esquina, sino David Ferrer, como capitán del equipo español, Albert Molina, su mánager, y Samuel López, su segundo entrenador y que también es de Pablo Carreño. En la fila de atrás, eso sí, su padre, su madre y su hermano Jaime. La constante.
También se enfrenta a una situación que no suele acontecer demasiado: la entusiasta grada que se levanta en aplausos y en gritos de «¡¡Habib, Habib!!» cuando el libanés gana su primer juego con 3-0 abajo. Es un Roland Garros olímpico revolucionado más parecido a una Copa Davis que a cualquier otro Grand Slam. Y que multiplica el eco de la expresividad con el techo cerrado de la Suzanne Lenglen, porque la lluvia sí es igual a cualquier otra edición del grande parisino.
Pero se hace con todo Alcaraz, 6-3 y 6-1 en una hora doce minutos, disfrutando de las olas improvisadas del público con sonrisa de quien estrena juguete nuevo. Incluso se desmarca con un aplauso para agradecer la algarabía, que él se nutre de ella.
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La victoria, no obstante, llega igual, porque la derecha funciona olímpicamente bien y a Habib, primeros juegos también y primera vez que está representado el Líbano en un torneo como este, le cuesta leerla. Aunque hay mano fuerte en el 275 del mundo, pero pocos recursos para seguir los puntos. «Es muy diferente este torneo. Hay muchas banderas, que no estamos acostumbrados a ver en los torneos. La energía que se vive es totalmente diferente y especial. Es una experiencia muy muy bonita la que he tenido. Y ya tengo ganas de jugar otro partido para verlo», comentó sobre esa atmósfera más festiva que ha vivido por primera vez.
Sin aparente dificultad, logra un primer set en el que siente que jalean a su favor, pero también mucho a favor del Hadid. Pero está encantado incluso con eso; cómodo y centrado, que se perdió la ceremonia inaugural porque hoy afrontaba doble sesión, en individual y dobles, y sabe que está ante una muy buena oportunidad de brillar en unos Juegos. «Son momentos difíciles que aceptar. Lo primero es lo primero. En principio me dijeron que la ceremonia iba a durar muchísimo más, que mis compañeros iban a llegar a la una de la mañana. Y ahí decidí que mejor me quedaba porque hoy tenía dos partidos. Al final vinieron antes, pero nosotros estamos centrados en descansar para estar en buenas condiciones para el partido de individual y dobles». ¿De lo que más le gustó? «Cuando Nadal aparece con Zidane fue el momento de la ceremonia olímpica. Ver a Rafa llevar la antorcha ha sido increíble».
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Si apacible es el primer set, mucho más lo es el segundo. Aborda desde todos los lados al libanés, que hace lo que puede, pero no consigue que sus dejadas sean tan efectivas como las del rival ni su potencia alcance el mordiente de Alcaraz. También lucha para dejarse ver, agradecido e impulsado por un público que quiere ver más tenis porque apenas ha pasado una hora, pero sucumbe ante los ecos de esa derecha murciana que rompe el aire. «Me he encontrado bastante bien en el primer partido después de Wimbledon y en una superficie distinta. Es complicado, pero me he encontrado muy bien. Hay detalles que tengo que mejorar, que me han costado hoy, pero es normal y conforme juegue más tiempo y más horas, lo iré cogiendo», comenzó su análisis.
Sin desgaste, el murciano tiene unas horas para descansar y preparar el partido de la jornada, ese superdobles de pareja con Nadal y contra los argentinos González y Molteni. «Es un reto complicado, jugamos contra una pareja que está acostumbrada a jugar juntos, con un buen año. Daremos nuestro mejor nivel. Posemos ganar si jugamos a un nivel bueno. Con ilusión y ganas de disfrutar ese dobles. Llevamos varios entrenamientos jugando a un buen nivel, aunque sabemos que son diferentes. Intentaremos sacar nuestro mejor tenis. Es la primera vez que jugamos juntos, no estamos acostumbrados, pero con un nivel bueno, tenemos opciones».
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En una hora y doce minutos, Alcaraz ha descubierto lo que significa un torneo cada cuatro años, con los colores de su país, con una medalla al final de la semana en la que forma equipo con los jugadores españoles y vive una experiencia con los mejores deportistas del planeta en todas las disciplinas. Él es uno de los elegidos.
El serbio cumple su primer objetivo con una aplastante superioridad sobre Matt Ebden. Un 6-0 y 6-1 ante el australiano, que no jugaba un partido individual desde 2022, que evidencia el hambre con la que ha entrado Djokovic a este torneo olímpico, su quinta participación. Sabe bien que es su última ocasión de conseguir un metal que quedaría precioso en un palmarés descomunal, y no tuvo reparos en activar el modo demoledor ante un Ebden superado en todo.
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En segunda ronda, espera a Rafael Nadal, estrella del desfile inaugural el viernes, aunque este deberá pasar por una primera ronda contra Marton Fucsovic. El serbio quiere que llegue el español a esa eliminatoria que supondría el capítulo 60 en su eterna rivalidad. «Sería muy bonito porque, posiblemente, sería nuestro último baile juntos», admitía el serbio. Con 37 años él y 38 el español, son conscientes de que sí, cada vez hay menos opciones de prolongar este binomio que tanto ha dado al tenis.
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