VÍCTOR M. ROBLEDO
GIJÓN.
Lunes, 27 de mayo 2019, 02:05
Los once mil espectadores que acudieron el 31 de agosto de 2003 a El Molinón salieron del estadio con desánimo. El Sporting cayó por 0-2 ante el Getafe en el debut liguero y la sensación entre la afición era mala tras un verano ... en el que se habló más de los problemas económicos del club que del equipo. Ese día, sin hacer mucho ruido, Marcelino García Toral se estrenaba como entrenador profesional en el banquillo. Pocos habrían imaginado entonces la trayectoria futura de aquel tipo que se desgañitó en vano en el área técnica durante los noventa minutos. Quince años después, Marcelino estrena su palmarés con una Copa del Rey que hace justicia a una carrera curtida desde la base.
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Para entender al Marcelino entrenador hay que remontarse a su etapa como jugador. Nacido en 1965 en Careñes, en el concejo de Villaviciosa, el actual técnico del Valencia se formó futbolísticamente en Mareo. En la temporada 1984-1985 dio el salto al primer equipo del Sporting, con el que jugó once partidos en la máxima categoría aquel curso. Era un centrocampista liviano -mide 1,70 metros-, aunque con cabeza para leer el fútbol. Su estilo llamó la atención de los técnicos de las categorías inferiores de la Selección Española desde su etapa como juvenil.
Con el Sporting participó en el histórico 0-4 en el Camp Nou de la temporada 1986-1987 y en los dos partidos de la eliminatoria de Copa de la UEFA ante el Milan. En la campaña 88-89, sin embargo, su papel se redujo hasta jugar solo tres partidos. Su carrera como futbolista no dio mucho más de sí. Se fue al Racing y al Levante, en Segunda, y más tarde al Elche, de Segunda B. En 1994, con solo 28 años, dejó el fútbol en activo por una lesión en la rodilla.
Marcelino coincidió durante sus años en el Sporting con Eloy Olaya. Ambos tenían una edad similar -un año mayor este último- y habían dado casi al mismo tiempo algunos pasos en el fútbol. Juntos se apuntaron al curso de entrenador nacional en una hornada en la que destacaban ilustres nombres del fútbol asturiano, como Enzo Ferrero, Mino, Bango y Paco.
Marcelino asumió en 1997 el banquillo del Lealtad y logró subirlo a Segunda B. Rubén Uría, su mano derecha durante prácticamente toda su carrera como técnico, era el capitán de aquel equipo. Su vida volvió a cruzarse en 2001 con la de Eloy, entonces secretario técnico del Sporting. Su antiguo compañero lo recluyó para trabajar en Mareo y le dio las riendas del filial tras el salto de Pepe Acebal al primer equipo. El Sporting B bajó a Tercera División y un año después cayó en la promoción de ascenso.
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Aun así, Eloy redobló su apuesta por él: en el verano de 2003, con el club sumido en unos problemas económicos que amenazan su futuro -fue el año en que se traspasó a David Villa al Zaragoza-, Marcelino asumió el banquillo del Sporting. «Las hostias fueron grandes. Por suerte entonces no existían las redes sociales, porque me hubieran crujido. Pero no veas los correos que llegaban. Nadie lo entendía», recuerda Eloy Olaya. Pese a las dudas que despertaba su nombramiento, Eloy lo tenía claro: «Aposté por él por su idea futbolística y por su capacidad de trabajo. Es un hombre que vive las veinticuatro horas para el fútbol».
El Sporting acarició el ascenso aquella temporada 2003-2004. Luego, igual, que le pasó en su etapa como futbolista, Marcelino siguió su vida como técnico lejos de Mareo. En los quince años que han pasado desde su debut ha acumulados éxitos similares a títulos, pero le faltaba un trofeo como el que conquistó el sábado en el Villamarín. Ascendió a Primera División con el Recreativo, el Zaragoza y el Villarreal. Al Racing lo metió en Europa y en semifinales de la Copa del Rey. Al conjunto amarillo lo clasificó primero para la Liga Europa y más tarde para la Champions. En la temporada 2016-2017 -la única en que no entrenó- estuvo cerca de irse al Inter de Milán.
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En el Valencia, tras un inicio de temporada en que llegó a estar tremendamente cuestionado, ha logrado romper la sequía de títulos del club y clasificarlo para la Champions por segundo año consecutivo. Sus éxitos son fruto de un carácter casi obsesivo en el trabajo. Marcelino mantiene un férreo control sobre sus vestuarios y es puntilloso hasta el punto de reprochar a un futbolista que su índice de masa corporal ha flojeado. Con los jugadores habla un lenguaje claro y no le tiembla la mano si tiene que comunicar un descarte o apretar a alguno de ellos.
En Valencia, igual que en todas sus etapas anteriores, vive centrado casi al cien por cien en el fútbol. Reside en la zona de Cortes Valencianas, donde vive puerta con puerta con Rubén Uría, su ayudante y confidente. Su único capricho, muy de vez en cuando, es acudir a cenar a algún restaurante. 5.746 días y 601 partidos después de su debut, Marcelino alcanzó la gloria en el Villamarín. Quién lo iba a imaginar aquel 31 de agosto de 2003 en El Molinón, cuando asomó por el túnel de vestuarios de El Molinón para estrenarse en un banquillo profesional.
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