M. SUÁREZ / D. BUSTO
GIJÓN.
Sábado, 23 de marzo 2019, 00:28
El amor resiste a la distancia. Al menos, el futbolístico. Sin duda alguna. El sportinguista Diego Parrondo y la oviedista Serrilynn Rawson son claros ejemplos de la pasión por los colores, a pesar de vivir a miles de kilómetros del estadio de su equipo favorito. Ambos viajaron ayer mismo a Asturias, desde Breda (Holanda) y Portland (Oregón, Estados Unidos), respectivamente, para asistir al derbi de mañana. Un partido que lleva meses marcado en rojo en su calendario.
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Antes de mudarse a Holanda con su familia, Diego Parrondo vivía al lado del estadio Carlos Tartiere. Sin embargo, influyó más su padre, quien ya les cantaba el himno del Sporting a él y a su hermano desde que dormían en la cuna. El joven, de 23 años, nunca ha vivido un derbi en el propio estadio, y ya cuenta los minutos para que suene el pitido inicial. «Este año hice todo lo posible para no tener ningún compromiso, ni ninguna competición -practica atletismo adaptado a raíz de un accidente que le dejó tetrapléjico - para poder estar en El Molinón», afirma.
Parrondo presume de sportinguismo en tierras holandesas. Es todo un embajador rojiblanco: «Algunos ubican Asturias y Gijón en el mapa, pero si no lo saben, ya les explico qué es la 'Mareona' y cómo se vive el fútbol en Gijón». En Holanda, añade, «los más futboleros, entienden esto de liarse la manta a la cabeza y viajar para ver el partido, pero tengo algunos amigos en Asturias que me dicen que estoy loco», asegura, entre risas, el aficionado rojiblanco, para matizar después, con rotundidad, que «es lo que me gusta y no se puede hacer nada para cambiarlo».
A Serrilynn Rawson no muchos oviedistas la conocerán, pero si les dicen que tras ese nombre se encuentra 'Sheba' pocos serán los que no sepan de esta maestra estadounidense. Un estudiante de ingeniería llamado Alberto Mateos fue el primer oviedista que se cruzó con Sheba. Fue en 2011, y serían cientos los que vendrían detrás. «Preguntó sobre mi equipo, Timbers, y encontré similitudes entre nuestras regiones, clubes y aficiones», recuerda la carbayona. De lo más activa en la salvación de 2012 y con el escudo tatuado en la piel, Sheba puso por fin ante sí el Tartiere en 2015. En solo una semana Oviedo le brindó amigos y un segundo hogar.
El destino quiso, cuatro años después de su primera y única visita a la capital, que su pasión tuviera premio: un derbi en El Molinón. «Ha sido pura suerte. Es justo la semana de vacaciones en la escuela primaria de la que soy directora en Portland», afirma Sheba.
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Su viaje ha sido largo: de Oregón a San Francisco, con escala en Múnich y también noche, porque los retrasos le hicieron perder la conexión con Madrid. Finalmente hoy llegará a la capital española, tras salir de Portland el pasado jueves. Tan solo le queda coger un coche de alquiler, sus mochilas y una amplia colección de bufandas del Oviedo para afrontar los últimos 500 kilómetros tras casi 12.000 a sus espaldas.
Su hija estudia en la Universidad de Granada, y ambas tienen un plan: «¡Ir juntas al siguiente partido en el Carlos Tartiere tras ganar el derbi!».
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