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I. ÁLVAREZ
GIJÓN.
Martes, 3 de diciembre 2019, 00:22
Discípulo frente a mentor en un cruce generacional de pizarras en Santa Cruz. En su sexta temporada al frente del Siero, Aníbal López (Gijón, 1955) es el decano de los banquillos de la Tercera asturiana, la categoría en la que debuta este curso Miguel Martín (Gijón, 1972) a las riendas del Gijón Industrial. Apenas un centenar de metros separa sus hogares en el barrio al que el club albigrana rindió tributo en un homenaje a sus raíces.
Con los colores del Club Calzada, el equipo entrenado por Miguel Martín se enfrentó al Siero de Aníbal López, nacido en Tremañes y mudado con sus padres a territorio fabril precisamente cuando nacía el Gijón Industrial tras la fusión con el Pelayo. Precoz en sus inicios como entrenador, recién consumida la veintena, el técnico gijonés escribió en la década de los ochenta la primera línea de un currículo que ya acumula 34 años de manera ininterrumpida en los banquillos al mando del Veriña infantil.
Capitaneaba aquel equipo desde el eje de la zaga Miguel Martín. «Era un crío ya con mucho aplomo, muy serio sobre el campo. Tenía un equipo fantástico y él era uno de los que marcaban la pauta», rememora el actual entrenador del Siero, que el pasado domingo afrontó un partido envuelto por la nostalgia a pie de campo en Santa Cruz. «Lo pensaba durante el fin de semana, las vueltas que da la vida. Entrené a ese 'neño' hace treinta años y ahora volvemos a coincidir en el banquillo. Me encanta, porque además de que tiene condiciones para ser un buen entrenador es una persona de diez», afirma el veterano técnico, que se deshace en elogios hacia el que fuera su apéndice en el campo.
Halagos de ida y vuelta por un vínculo que arrancó como una relación deportiva y trascendió al plano personal. «Es un fenómeno. Pondría la mano en el fuego porque muy poca gente pueda decir en el fútbol asturiano algo malo de él», afirma Miguel Martín, que ensalza la longeva trayectoria de su homólogo en el Siero, que alcanzó «con muy pocos recursos» los objetivos marcados en diferentes clubes.
Lo que antes era arena y barro ahora es hierba sintética. Cambia la superficie, también la mentalidad de los jugadores como ambos observan, pero no la esencia. «Recuerdo la confianza que daba a los jugadores. Seguramente no haya nadie en la categoría que transmita esa tranquilidad y dé esa confianza al futbolista. Cuando lo tuve como entrenador de infantil te transmitía eso y ahora que lo ves en el banquillo lo sigue teniendo», explica Miguel sobre la forma de dirigir de Aníbal, algo que el veterano técnico considera que «marca ante el grupo».
Convencido de que «va a hacer una buena temporada» en su bautismo al timón del Industrial, el técnico de los sierenses asegura que su antiguo capitán «es un entrenador que transmite ganas y seguridad». «Transmitimos de forma diferente. Yo soy un poco más intenso y él le da más tranquilidad al futbolista», precisa el preparador albigrana, que destaca la capacidad del que fuera su mentor para modificar el rumbo del duelo con los cambios: «Sabe leer los partidos perfectamente, es muy bueno en eso».
Por sus fuertes lazos, el cosquilleo de la previa fue distinto para ambos entrenadores, que plasmaron su profundo conocimiento mutuo con un equilibrio de fuerzas en el marcador que se mantuvo hasta el último suspiro. Un gol en el tiempo añadido le dio el triunfo al discípulo sobre el maestro. «Lo justo hubiera sido un empate, pero el fútbol es así», concluye el vencedor.
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