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Itsaso Álvarez
Jueves, 20 de febrero 2020, 04:11
Fatuma Abdulkadir Adan es una mujer keniata licenciada en Derecho por la Universidad de Moi, estudios que amplió más tarde en la Escuela de Derecho de Kenia y más tarde, en la Universidad de Birmingham. Ella ha desarrollado un programa único que persigue, con el ... fútbol como herramienta, la resolución pacífica de conflictos en áreas de guerra tribal persistente, como sucede el lugar de donde ella procede, Marsabit, Kenia, una zona olvidada próxima a la frontera con Etiopía. De niña, caminaba dos kilómetros de la mano de su padre para llegar al pueblo más cercano a ver algún partido del Mundial de Fútbol en el único televisor que había. Fatuma cargó desde su nacimiento el peso de ser mujer en un país donde es raro que los hombres tengan solo una esposa –lo común son tres o cuatro–, donde las niñas, cuando llegan a los 12 o 13 años son obligadas a casarse y donde la mutilación genital es una tradición.
En Marsabit, su pueblo natal, no había agua potable. Lo que abundaban eran las tribus armadas armadas con fusiles AK-47 que a diario protagonizaban enfrentamientos. Al tiempo que acababan con numerosos poblados, los guerrilleros violaban a cuantas mujeres se encontraban. De alguna manera, Fatuma logró terminar primaria (al menos había escuelas y hospitales), algo que muchas mujeres no consiguen allí porque a esa edad están embarazadas o casadas. Ella suele contar que los dos primeros años fue a la escuela descalza y que su familia era tan pobre que enfermar era prácticamente una sentencia de muerte, porque no tenían dinero para comprar medicamentos. Cuando le tocó cursar bachillerato, viajaba dos días de ida y dos de vuelta, desde Marsabit hasta el valle de Rift, en el sur de Kenia. «No lo va a lograr», decían algunos. Pero resultó que sí y además fue una alumna destacada. Su padre, que era maestro de escuela y que siempre soñó con verla en la universidad, le acompañaba en estos trayectos. De no hacerlo seguramente esta joven habría sido secuestrada para casarla con algún hombre. Logró ir a la universidad y, para costearse la carrera, se dedicaba a transcribir e imprimir trabajos de otros universitarios.
Una vez licenciada en Derecho, algo que le aseguraba buen trabajo y bien remunerado, y aunque los bufetes se la rifaban, ella se empeñó en transformar la comunidad en la que había nacido y regresar a sus raíces. Un proyecto le rondaba la cabeza y lo materializó, en 2003. Lo llamó Iniciativa para el Desarrollo del Cuerno de África. Era una liguilla de fútbol muy particular. El trofeo en juego: la paz. Los primeros voluntarios los reclutó con la ayuda de su hermano, quien involucró a seis amigos. Fatuma se armó de paciencia y aguantó el rechazo y las burlas hasta que la escucharon. Primero, los mayores, líderes y tomadores de decisiones en las comunidades. Luego, las mujeres, siempre menospreciadas y carentes de voz ante el pueblo. Y al final, los jóvenes, esos que veían como una locura cambiar una AK-47 por un balón hecho con trozos de basura.
Fatuma habló a todos una y otra vez del fútbol para la paz. Generó curiosidad y consiguió formar los primeros equipos para competir entre sí. Eliminó de los partidos las tarjetas que castigan a los jugadores y las cambió por otras que premiaban el juego limpio. Además daban punto y, si los equipos no las tenían, no podían hacerse con el trofeo. Los puntos de paz empezaron a ser muy importantes para los jóvenes. Fatuma logró incluso reunir en un equipo a tribus enemigas. ¿Por qué el fútbol? «En la comunidad, el fútbol fue la forma de acercar a los jóvenes, aunque durante mucho tiempo fue casi como una guerra entre tribus. Ellos sabían que me gustaba; y aunque algunos se resistían, otros aceptaban mis ideas. Así me fui ganando su confianza, y empezamos a salir a otras comunidades para convencerlos de que dejaran sus AK-47 por una pelota hecha con pedazos de basura. Al principio me decían que estaba loca, pero se dieron cuenta de que era su forma de tener voz». Comenzaron con dos equipos, de dos tribus, y hoy tienen casi 400, ha relatado ante la ONU.
Mensaje esperanzador
Después Fatuma hizo lo posible por traer a las mujeres a jugar al campo. Cuando empezó el programa con ellas, en el año 2008, tenía 12 niñas. Una vez las llevó a un torneo en Nairobi, y de regreso ocho de ellas fueron secuestradas. Aquello fue un golpe muy duro para Fatuma, que se sintió culpable. Fueron dos años luchando contra ese recuerdo. Pero tenía que salir adelante porque traerlas de vuelta a la comunidad era imposible. Tuvo que ganarse de nuevo la confianza de las madres para que apoyaran otra vez a sus hijas. Además de jugar en el campo, son ya 1.600 las niñas futbolistas en Kenia, con ellas desarrolla un programa denominado 'Rompiendo el silencio, mujeres en el fútbol', un espacio en el que hablan de temas que les afectan; la mutilación genital femenina, los abusos, el matrimonio infantil, el acceso a la educación. Dura un año y es necesario graduarse para acceder al siguiente nivel educativo. «De esta forma nos aseguramos de que las niñas se mantengan en la escuela».
Los datos son reveladores. Con el mensaje de que la paz es un problema que concierne a todos, la labor de Fatuma ha contribuido a reducir el número de muertes y los secuestros de niñas. Más que una entrenadora de un equipo de 11, ella la entrenado a toda una comunidad. Su labor ha consistido en mostrar cómo enfrentar la violencia y cómo salir de ella. «Cuando hay guerra, un país no crece, pero cuando hay paz se puede hablar de educación, de desarrollo, mejorar la salud de las personas, de lo complejo que es el cambio climático...», indica.
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