IVÁN ÁLVAREZ
GIJÓN.
Martes, 7 de septiembre 2021, 02:07
Ejemplo de tenacidad, Alberto Suárez Laso (Oviedo, 1977) nunca se arredra. No lo hizo camino de los treinta años, cuando recibió el diagnóstico médico que iba a cambiar su vida, ni mucho menos más de una década y media después, tras el infortunio que condicionó ... su recorrido en sus terceros Juegos Olímpicos. El maratón, la prueba épica por antonomasia, recrudeció su dureza para el laureado atleta paralímpico asturiano, que vivió una pequeña odisea desde su puesta a punto en la burbuja de San Cugat, antes de poner rumbo a tierras niponas.
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«Fue una preparación un poco rara. Esa molestia en el bíceps femoral apareció en un momento en el que el volumen de kilómetros es alto y un parón de varios días haciendo solo elíptica reduce esa preparación», explica el fondista en conversación con EL COMERCIO ya desde España, todavía con la fatiga acumulada del extenuante esfuerzo y el largo vuelo desde Japón. A pesar de que no quiere poner excusas, ese infortunio, unido al factor «caótico» de encarar los últimos entrenamientos solamente en la villa olímpica, terminó por mermarle y alejarle de las medallas en el día decisivo, el que había esperado durante todo un lustro después de que la pandemia estirase el ciclo olímpico. «Hasta el kilómetro 28 las sensaciones eran muy buenas, estaba en los ritmos que podía aguantar en condiciones normales y luego la falta de kilómetros en la preparación creo que hizo que volviera a tener esas molestias en las piernas y tener que reducir el ritmo para que no fueran a más», explica.
En los cuatro últimos kilómetros, la parte más dura, con la pendiente rumbo al cierre del recorrido, se aferró al acicate de la última vuelta en el estadio que motiva a los maratonianos para poder alcanzar la meta en una quinta posición bañada de épica. «Acabé con mucho dolor en una pierna, bastante cojo, pero son circunstancias que sabía que se podían dar. Hay que alegrarse de lo conseguido y de poder terminarlo», valora sobre su logro en la capital nipona.
Oro en Londres y plata en Río de Janeiro, su tercera presencia en unos Juegos se cerró con una posición que agrega a las dos medallas conquistadas un diploma olímpico. «También es un premio bonito, todo es para saborearlo», señala el fondista riosano. Ayer vivió uno de los primeros reconocimientos oficiales con una recepción a la delegación paralímpica en la Casa de España y hoy tiene previsto el regreso a Asturias para reencontrarse con su familia y sus amigos, esos apoyos incondicionales que sintió muy cerca a pesar de la lejanía.
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Tras dejar atrás sus terceros Juegos Olímpicos, en los que afrontó las condiciones más duras con «esa tristeza de no conocer la cultura o vivir el ambiente», en el horizonte del fondista de 43 años está la cita de París en 2024. «Iré año a año a ver cómo vamos. Lo importante ahora es recuperarme bien de esas molestias. Son solo tres años, no es un ciclo de los habituales y sí creo en esa posibilidad de estar», valora. A corto plazo, «si todo va bien» y el físico respeta, tiene previsto participar en las pruebas populares, con la San Silvestre subrayada. El próximo Mundial también está en la mente de un competidor sin barreras.
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