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ARANTZA MARGOLLES
Domingo, 10 de noviembre 2019, 01:50
Teodoro Cuesta no es una vulgaridad». Categórico, EL COMERCIO del cinco de julio de 1886 se adelantaba nueve años a la muerte del poeta para rendirle merecido homenaje. Mierense de pro, casado en Oviedo y xiblateru profesional, la burocracia fue la gran enemiga de la vida y el recuerdo del bardo de La Pasera: murió en aprietos económicos, porque la jubilación del Hospicio -fue director de su banda de música y víctima de los recortes presupuestarios- nunca le llegó; su estatua, trabajada desde 1919, tardó años en llegar a erigirse. Doce, concretamente, y después de tres regímenes políticos.
La pensaron en el veinticuatro aniversario de su muerte. El seis de noviembre de 1919, en vísperas de la efeméride, lo proclamaba nuestro diario decano: «Sus poesías deben hacer su estatua». Los versos de Cuesta, escritos en asturiano, habían hablado de la actualidad del mundo y pusieron en la picota de los medios a quien en realidad era, más que poeta, músico. «Para Teodoro Cuesta los versos eran lo accidental, el sedante a su gran amor, el pentagrama». Adeflor, maestro de periodistas, glosaba aquel otoño la figura y las notas biográficas de quien se había hecho a sí mismo y hecho también al folklore asturiano moderno para justificar que, de buen modo, se había establecido en Mieres una Comisión Organizadora para levantar un monumento en su recuerdo.
El problema, como siempre en esta piel de toro cigarra en vez de hormiga, era el dinero. No llegaría, por más que una activa comisión de vecinos presentase suscripción pública al Ayuntamiento mierense, y que Adeflor, en su suelto, propusiera una idea romántica, pero poco rentable: editar un libro recopilatorio de los poemas que habían hecho famoso a Cuesta y entregarlo, a precio de la voluntad, a instituciones, ayuntamientos, sociedades y colonias asturianas en América, para que con el dinero pagado por sus poemas pudiera esculpirse el busto al poeta.
Pero tampoco. Se ciñó la monarquía de Alfonso XIII a la dictadura primorriverista, en 1923, y aún no estaba en pie la estatua, ni pensada su forma final. En 1926, el proyecto inicial fue publicado y... no gustó. Aquel año no llegó el monumento al aniversario del deceso de Cuesta, ni al siguiente, y se sucedieron las ideas, porque si algo somos en este país, aparte de poco previsores -y a la vista está- con el parné, es opinadores. Una, en diciembre de 1927, de un anónimo, en portada de EL COMERCIO: que se hiciera el monumento en Oviedo, la patria adoptiva de Cuesta, no en Mieres; que tuviera una base de cuatro metros, ¡cuatro!, de frente y uno de altura; con un frontal de peñascos y entre ellos una corriente de agua; a la derecha, entre los peñascos, el busto del poeta, y una lápida de égloga; en la base, la figura de una aldeana fregando la ferrada y otra de un aldeano cortejándola.
Fue, al final, el ovetense Arturo Sordo el agraciado con la concesión del proyecto. Se contó en la prensa, en medio de real secreto sobre la forma final del monumento, por si las moscas, que en julio de 1930 ya andaba construyéndose el pedestal de la estatua, por el momento en la plaza del Ayuntamiento. No fueron las obras más rápidas del mundo, tampoco, y el tiempo que habían tardado en ejecutarse aún obligaba, en palabras del corresponsal local, a una mayor lentitud, porque el bardo lo merecía así. «Es necesario que, puesto que han transcurrido muchos años» -once ya- «no se vaya a solemnizar ese acto importante con marcada pobreza (...) Debe la Comisión gestora hacer algún programa dedicado a ese día para dar el merecido esplendor al acto».
El día llegó, casi coincidente con el advenimiento de la República, allá por 1931. De piedra labrada y bronce, en postura de reyes, sentado el bardo al centro de su monumento y arropado por las musas vestidas en traxe'l país. En la estatua de Sordo, que no está donde estuvo -en 1956 se aprobó su traslado, que, como viene siendo habitual en esta historia, también tardó en llegar: no fue hasta 1978 que se reinauguró, esta vez frente a la casa natal del poeta, en la plaza La Pasera-, Cuesta sujeta lo que podría ser la pluma que le dio la fama o la xiblata que le dio la vida y, en torno a sí, mozos y mozas bailan la danza prima. En Asturias, donde abundaron los poetas, pocas estatuas más que esta rinden homenaje a sus figuras fundamentales para entender la literatura asturiana y en asturiano, a la vez. «En nacer y morrer somos iguales», escribió en su día, Cuesta, «según diz Xuan el Foscu, los mortales / y que pobres y ricos nos morremos / pola sola razón de que nacemos». Se equivocaba ahí, de lleno, el bardo: hay personas, como él, cuyas obras les hacen inmortales.
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