XUAN BELLO
Domingo, 3 de enero 2021, 02:20
¿Quién no ha soñado con volver al pasado, a un día esencial del pasado, y sabiendo todo lo que ahora se sabe vivir la vida sin cometer los errores que se han cometido, aquellos que nos hacen -en la hora torturada del alba- seres ... infelices? Luciano de Samóstata, un Julio Camba del siglo IV, ya pensaba en ello y apuntaba, en una de sus charlas, que Alejandro Magno, aun sabiendo las funestas consecuencias, volvería a bañarse en el río donde contrajo unas fiebres fatales. Lo dice tan hermosamente Luciano que lo transcribo: «Alejandro deseó bañarse en el Cidno al ver que el río era hermoso y transparente, moderadamente profundo, agradablemente veloz, delicioso para nadar y frío en pleno verano; de suerte que -en mi opinión-, aunque hubiese sabido de antemano la enfermedad que iba a contraer en él no se habría privado del baño».
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¡Volver a cruzar el Tránsito de Santa Bárbara en Oviedo, con quince años, murmurando en voz baja aquellos primeros versos! ¡Pisar otra vez la estación de Braga y entablar, con aquellos amigos nuevos, una conversación que no acabó nunca! Ser más estudioso, más aplicado en las negociaciones de la vida, no sonreír -sino ser fiero- a quien se aprovecha de una idea. El deseo dura lo que dura el arte de mentirse a uno mismo: cien veces que hubiésemos vivido, cien veces hubiésemos hecho lo mismo aun sabiendo que ese camino que se cogía, un poco por azar, llevaba tanto a inquietudes como a maravillas.
Pues es cierto que esta mañana me he levando con voluntad de cambiar mi vida, pero eso, en el pasado, no se podría hacer, aunque fuese posible volver, como digo, a un momento esencial, al camino de las bifurcaciones. Carácter es destino y por mucho que varíen las circunstancias quien elige es siempre el mismo y siempre toma las mismas decisiones que llevan a este sitio. Sólo hay un lugar del cual no puedo evadirme, de mí mismo, y sé que estos píos deseos para comenzar el año son los apeos con los que linda mi voluntad.
La verdad es que siempre he hecho lo que me ha dado la santa gana y que, en la medida de lo posible, lo seguiré haciendo. A ciertas horas de la mañana, cuando aún la sombra del sueño está presente entre sorbo y sorbo de café, pienso que podría haber hecho las cosas de una forma mejor, menos doliente para aquellos a quienes amo, y poco a poco la luz del día va descubriendo perfiles y deshaciendo sombras. Hace años, en unos versos que citaban una banal novela negra, José Luis García Martín anotó algo que a todos nos sucede más o menos: «Todas las noches me duermo con miedo a la muerte; todos los días me despierto con miedo a vivir». Eso es verdad, pero también es verdad que algunas noches y algunos días han sido y serán, pues vida tengo y la suerte no se la he vendido a nadie, el lugar de la maravilla.
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Uno escribe de lo que escribe, de lo que ha sido su vida con intensidad, de esos momentos donde el tiempo dura más. Uno escribe de lo que sabe y a mí me han tocado horas que duran un siglo, años que en la memoria no son más que lo que dura en apagarse una de esas velas que llaman de botón. Por algunos momentos de mi vida, yo daría mi vida entera; otros, sin embargo, sólo albergaron sueños y desasosiegos.
Ser ahora es no haber sido otro entonces. Ser es haber sido. ¿La alegría es una inconsecuencia ética? Si miramos a nuestro alrededor, si apuntamos todos los detalles ásperos en el lienzo de la vida, la felicidad sin duda es una idiotez. Sin embargo, no hay ser humano que no haya sido feliz en algún momento por perra que haya sido su suerte. No soy un santo, pero he preferido hacer feliz a otros que ser feliz; y sí, es verdad, he sido inconstante, lábil, perezoso, incierto y perdido: pero no cambio la vida intuida por la vivida. La rosa sin espinas se puede comprar, pero no tiene aroma. Se marchita igualmente pero no deja en la memoria nada de nada mientras que esa otra, encontrada en la sebe del azar, perdura e de una forma perenne entre las páginas del libro de la memoria,
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Imaginad a Alejandro Magno cuando descubre, aún jovencísimo, aquella ribera amena. Sabiendo su destino, ¿no se sumergiría en él liberándose de miedo? Bracea, respira, descubre en el lecho del río un reflejo de oro. Se ríe por primera vez en mucho tiempo. Se ríe y piensa:
-Miserable el momento si no es canto.
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