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Carlos Sobera (Barakaldo, Vizcaya, 1960) es «un culo inquieto» que ejerció como profesor de Derecho de la Publicidad en la Universidad y que sueña con «tener un pequeño hotel, un restaurante, un negocio de turismo... Con aprender a bailar para poder bailar bien ya de ... una puñetera vez el resto de mi vida y tres o cuatro idiomas aparte del inglés y del castellano...». Y, como tal, además de haberse convertido en uno de los rostros más cotizados de la tele, este empresario con teatro propio no ha querido renunciar tampoco a la interpretación, «porque el contacto directo con el público es impagable». Así que este viernes subirá a escena en el Palacio Valdés (20.15 horas / entre 11 y 23 euros) 'Asesinos todos', una comedia coral «sobre el despertar de la bestia que todos llevamos dentro».
–¿Qué le da el teatro que no le aporte la tele?
–Mucha plenitud como profesional. Un aire de viejo rockero que va de ciudad en ciudad, tocando y visitando distintos garitos, algo que tiene su punto de aventura y de descubrimiento.
–¿Usted no descansa nunca?
–Es el estigma de los españoles en los últimos años: que, o trabajamos sin parar, o no hay manera (Ríe). No:me gusta mucho mi curro, soy feliz. Y haciendo giras teatrales, más.
–En esta obra, la descabellada idea de dos parejas pone en marcha un mecanismo infernal...
–Sí. Cuenta la historia de dos matrimonios que lo tienen todo en la vida y que, en veinticuatro horas, lo pierden. Y, para recuperarlo, toman una drástica decisión que es matar. Pero pronto descubrimos que matar no es fácil y no está al alcance de cualquiera. Y, a partir de ahí, pasamos un rato muy muy divertido.
–Le he escuchado hablar de gente que lo pierde todo en unas pocas horas y me he acordado de Pablo Casado. ¿Cómo lo ve?
–Ha sido un poco doloroso. A mí, que soy bastante apolítico, estas cosas no me gustan. Cuando veo cómo achuchan a alguien hasta que lo levantan de su sitio, me incomoda. Casi hasta me alío con esa persona. Siempre estoy con los que pierden y a Casado le ha tocado perder. Me pasa también en las películas: cuando a alguien lo declaran asesino y lo quieren linchar todos del árbol del pueblo, me pongo de su lado aunque sea un asesino. Pero no es el caso que nos ocupa (Ríe).
–¿No habíamos quedado en que de esta pandemia íbamos a salir mejores?
–Yo creo que estamos saliendo peores. Fíjate:no hemos salido todavía de ella y estamos con una guerra casi universal. Y luego, si hablamos del carácter de las personas, depende, porque es verdad que hemos salido con ganas de vivir cosas auténticas, reírnos y disfrutar, porque estar en casa y lo virtual ya nos agotan un poco, pero hay una buena parte del personal al que todo esto le ha avinagrado un poquito el carácter. Se han vuelto más turbios, más intolerantes, más quisquillosos, más quejicas y mil cosas más.
–Usted, en cambio, es la cara amable de Mediaset. ¿Cuánto hay de pose en su actitud zen?
–Nada. No sé hacer las cosas de una manera diferente. Necesito hacer tele como soy: con alegría, con simpatía, con humor. Supongo que a la gente le gusta que sea un tipo alegre, que transmita siempre buen rollo. En ese sentido, soy poco canalla, poco cabrón. Es mi filosofía de vida.
–Yasí lleva más de un lustro como Cupido televisivo. ¿A tope con el amor en todas sus formas?
–Es maravilloso y muy pedagógico. Quienes llegan al programa se entregan en cuerpo y alma a encontrar pareja y nos enseñan muchas cosas, las normalizan. Cuando me preguntan «¿Mis hijos pueden verlo?», les respondo: «Yo tengo una hija de trece años y, con once o doce, ya sabía de todo». Así que conviene que los adolescentes puedan ver un programa como 'First dates' con sus padres para seguir aprendiendo por el buen camino y no aprender de otras maneras en las que no sabemos lo que les enseñan. Aquí se hablan las cosas con normalidad, con naturalidad, con seriedad, sin escándalo.
–¿Cuál de todas esas historias le ha sorprendido más?
–He conocido a gente que tiene su propia filosofía, que va desde beberse su propia orina hasta hablar con los muertos. Yte dejan sorprendido porque te lo cuentan con bondad, sin pretender hacerte miembro de su club. Mi papel es recibirlos y escucharlos. Hay que darle sitio a todos con respeto. Se permite que todo el mundo tenga voz y voto y reivindicamos el encuentro, porque la virtualidad está bien para quien no tenga tiempo, pero mirarse a los ojos es tan bonito que no hay que perderlo nunca de vista.
–¿Entre las estrellas de su cadena reina la misma cordialidad?
–No sé si habrá alguna estrella. Yo veo a gente que se lo curra y nuestra relación es muy buena, porque estamos en una negocio muy peligroso, siempre en el filo de la navaja, porque un día tienes trabajo y al siguiente, no. Te puede pasar como a Pablo Casado (Ríe).
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