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De las páginas de sociedad al 'true crime'. El caso de Lyle y Erik Menéndez, acusados de haber matado a tiros a sus padres el 20 de agosto de 1989, ha sido llevado ahora a la pequeña pantalla bajo la batuta de Ryan ... Murphy, con Javier Bardem al frente del reparto. He ahí la noticia y, ahora, su particularidad: las raíces de los parricidas confesos se hunden en la parroquia de Nubleo, en Cancienes (Corvera), a principios del siglo XX. El mismo cuyo ocaso mancharon de sangre estos niños ricos de Beverly Hills, criados al calor de un 'american dream' gestado en el parque del Retiro (hoy, Las Meanas) el ocho de septiembre de 1910. Ese día. decenas de indianos rindieron homenaje al presidente del Centro Asturiano de la Habana, Maximino Fernández, con una suculenta comida regada por la sidra achampanada de José Cima y los versos en asturiano de Marcos del Torniello, que recitó su poema 'Reteyu d'una llacuada' a los presentes. Entre ellos se encontraba José María Menéndez Pavón, un corverano asentado en Artemisa (Cuba) que contraería matrimonio, quince días después, con su prima Otilia, hija del juez municipal de Corvera. Los novios, de 32 y 25 años a la sazón, tenían todo un futuro por delante. Pero al otro lado del océano, eso sí.
En Artemisa, el matrimonio Menéndez Pavón no olvidó sus raíces asturianas. En 1914, cuando nació su hija Nieves Blanca, hicieron padrino de la criatura a Ramón García, socio de la Casa Maribona; ella misma, con su hermana Rosita, donó una máquina para bordar de la marca 'Singer' a la escuela de Cancienes en 1923. Todos aquellos felices acontecimentos quedarían registrados en las páginas de sociedad de periódicos como 'El Diario de la Marina', que en 1925 destacaba del primogénito de los Menéndez, un chaval de 14 años a quien todos llamaban 'Pepín', las buenas notas obtenidas en el Colegio de las Escuelas Pías de Guanabacoa, «donde han recibido su educación muchos hombres ilustres de Cuba». Todo se desarrolló según las convenciones sociales mandaban. 'Pepín' pronto emparentó con el ponderado doctor Enrique A. Llanio, catedrático de la Universidad y padre de la prometedora Carlota Llanio, campeona nacional de natación. La boda se celebró en diciembre de 1938, cuando se desangraba la patria que había sido de los Menéndez. Tal vez también de los Llanio, porque, aunque hace años uno de los hijos del doctor, Raimundo (considerado hoy como el padre de la gastroenterología cubana) asegurase lo contrario, lo cierto es que, según datos del INE, este tiene su mayor prevalencia en Asturias.
Asturianos o no los Llanio, lo cierto es que la familia corverana, hasta entonces propietaria de la compañía homónima Menéndez Pavón, incrementó visiblemente su patrimonio y fama social con el enlace. Todo parecía encauzado; el destino, poco dado a favorecer la movilidad social, por más que eso asegure el sueño americano, pintaba mejor que bien. Pero la historia es tozuda; perversa, en ocasiones. El futuro de los Menéndez estaba llamado a torcerse dos veces. La primera sobrevino a finales de los 50, con la Revolución Cubana. 'Pepín' Menéndez, llamado a ser prohombre de la flor y nata cubana, como lo era ya su padre y como lo fue su suegro, tendría que emigrar a Estados Unidos para conservar su estatus social. En esta ocasión –la primera había sido por estudios, en 1925– lo hizo acompañado de su flamante mujer, Carlota, y de sus hijos. Uno de ellos llevaba el nombre de su abuelo materno. Se trataba de José Enrique Menéndez, que llegaría a ser un alto ejecutivo de la RCA Records. Antes de eso, contra los deseos de su familia, se casó con una maestra de ascendencia nórdica, 'Kitty' Andersen, con quien tuvo dos hijos. Lyle y Erik Menéndez fueron la cuarta generación desde aquellos indianos de Nubleo que disfrutaran, en 1910, de los versos en asturiano de Marcos del Torniello. Criado en un asfixiante ambiente de continua promoción social, llegó un día en que José Enrique Menéndez tuvo aspiraciones de convertirse en senador. No vivió para conseguirlo: él y su mujer fueron acribillados a balazos por sus propios hijos mientras veían la televisión. Durante el proceso, la antaño campeona de natación Carlota Llanio defendió con uñas y dientes a sus nietos. «Son buenos chicos», aseguraba. Con ellos se acabó aquel sueño de prosperidad fraguado en el parque avilesino de Las Meanas. Son las vueltas que da la vida.
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