Morante de la Puebla, en la Maestranza. EFE

Mucho más que tres toreros artistas

Morante de la Puebla, José María Manzanares y Juan Ortega se las verán esta tarde con toros del Puerto de San Lorenzo y la Ventana del Puerto

Sábado, 17 de agosto 2024, 02:00

E l término arte o el calificativo de artista es un término tan amplio y engobla tanta materia que, frecuentemente, da origen a equívocos o confusiones. La tercera corrida de la Feria de Begoña está así catalogada por los expertos. «cartel de toreros artistas», dicen. Pero la realidad refleja que el vocablo tiene mucho de tópico. Porque los tres matadores que se anuncian este sábado en El Bibio son mucho más que eso.

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Morante, es el ejemplo más palpable. Su toreo, que amalgama lo más vetusto y asolerado de varias tauromaquias, lo que más destila, es valor. Si. Han leído bien. ¿Valor un torero artista?, me dirán. Exacto. Porque a uno le tienen que arrastrar para torear de esa manera tan lánguida, tan natural, y sobre todo, tan reunida. Por eso, Morante no es sólo un toreo artista. Su toreo cuenta igualmente con grandes dosis de técnica. Porque hay que manejar muchos registros para imponer tu toreo a astados de tan dispar condición. Y de encastes tan diferentes como, de cuando en vez, cuando lo considera, hace frente el maestro de La Puebla. Y hacerlo además sin aparente esfuerzo y sin prostituir su concepto. Eso es lo verdaderamente difícil.

Manzanares es el menos «artista» de los tres. Pero, a cambio, su toreo reúne empaque y estética. Es heredero directo del tronco ordoñista, un sello heredado de su progenitor y que fue icono del público de los sesenta, cuando se hizo torero el llorado maestro alicantino. Entonces, para presumir de buen aficionado, tenías que ser de Ordóñez. El Manzanares de ahora es el directo sucesor de aquella manera de torear, dando el pecho en el cite, echándolo por delante en el embroque, y deletrear cada muletazo al tiempo que hunde el mentón en la tráquea y da a trincheras y cambios de mano, carta de suerte fundamental.

Juan Ortega es un ejemplo de torero cocinado a fuego lento. Pocos se acuerdan de su época de novillero, porque sus triunfos tampoco fueron de relumbrón. Tanto, que su alternativa fue en un pueblo en lugar de una plaza de capital y en una feria del circuito. El torero de Triana, vinculado familiar y emocionalmente a Córdoba, se estaba haciendo, y su sello no acabó de definirse hasta hace cuatro o cinco años que empezó a descollar a base de faenas que por el compás y la armonía de sus movimientos y la sutileza con que deslizan el trapo sus muñecas, calan hondo en unos tendidos que cada vez que hace el paseíllo, tienen menos de público y más de partidarios. Ortega es un ejemplo de que a los toreros hay que esperarlos, y no triturarlos a las primeras de cambio. Y más, si atesoran en sus poros tanta clase como el sevillano.

Con sus claras diferencias, a los tres les une un vínculo común: El sentimiento a la hora de interpretar. Por eso, más allá de ver cortar, una oreja más que otra o vivir o no una Puerta Grande más, el público que acuda esta tarde a El Bibio debe ir con una sola intención: Ver torear. Las orejas son despojos. Y hoy más que nunca, con tres toreros de tanta categoría.

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