El testamento perenne de un clásico

La historia de las hermanas Prózorov tiene el sabor de las piezas perennes, que nos dejan su testamento porque se adentran en mundos interiores que trascienden épocas. El anarquista Kropotkin dijo de Antón Chéjov que había retratado como nadie «el fracaso de la naturaleza humana en la civilización actual». Esa actualidad permanece. Y Tejón, sobre un escenario prácticamente desnudo, prolongó esa sensación de derrota que encarnan unas hermanas que sueñan con la vuelta a Moscú desde un lugar simbólico, mientras «la vida sucede», monótona y frustrante. Dándole forma a las inquietantes preguntas que pespuntean los diálogos, el sentido de la vida y del dolor, la responsabilidad que nos concierne acerca de nuestros desasosiegos (mientras «hacemos otros planes») o los interrogantes sobre la libertad y la conciencia.

La primera vez que levantó el telón 'Tres hermanas', en 1901, fue dirigida por Stanislavski, creador del famoso 'método'. Algún eco de esa circunstancia se advirtió en el elenco. No obstante, se hubiera agradecido mayor proyección en las voces. Con todo, les premió una inmensa ovación de un teatro abarrotado. Se vendieron todas la entradas.