–¿Porque decidió marcharse en 1989 a estudiar a la URSS?
–Quería hacer la especialidad de oftalmología y preferí irme a hacerla fuera. En la URSS tenían fama de estar muy avanzados, surgió la oportunidad y no lo dudé. Había una convocatoria de beca, me presenté y me la dieron.
–Estaba en Ucrania, pero decidió irse a Moscú, ¿por qué?
–Lo de Ucrania no lo escogí yo. Fue donde me dieron la plaza en 1989, en Járkov, donde estuve hasta el 92. Entonces me cambié a Moscú porque había un ambiente complicado, prebélico, y pensé en estar más cerca de un aeropuerto por si había que salir pitando .
–Fue el verano previo a su marcha a Moscú cuando hizo el viaje en tren que relata en su libro.
–Fue en el 91, antes de volver a España de vacaciones. Como no podía desplazarme sin un permiso ni reservar una habitación de hotel, pensé que un buen sistema era el tren nocturno. Eso me permitía avanzar, pasar la noche a cubierto y saltarme la prohibición. Así viaje a Tallin, Riga, Vilna, Lvov, Kiev y Odesa.
–¿Por qué no se podía ir a todos esos lugares sin un permiso?
–Los extranjeros teníamos que tener una invitación de alguien que viviera en el sitio al que ibas y que se responsabilizara de ti ante las autoridades.
–No se podía hacer turismo...
–No libremente. Por ejemplo, para ir a Leningrado, una persona de allí tenía previamente que hablar con las autoridades locales para que le dieran permiso para acogerte. A su vez, a ti tenían que darte permiso en el lugar de trabajo, en la comisaría y la residencia dónde vivías. Quien te invitó era responsable de darte alojamiento y comida, y si hacías alguna fechoría, la pagaba.
–Cinco repúblicas en siete días sin permiso. ¿No le dio miedo?
–En aquel momento ni lo pensé. No sé lo que habría pasado si me hubieran pedido el visado, pero en los trenes era fácil viajar y en no hubo ningún tipo de control.
–¿Y cómo fue la experiencia de viajar en tren de noche?
–Es enriquecedora porque viajamos en compartimentos de cuatro literas o abiertos, con muchísima gente. El revisor traía té y siempre había conversación porque la gente era muy habladora, con ganas de compartir experiencias y un poco de vodka.
–Entonces ya sé presentía la caída de la URSS, ¿no tuvo usted problemas al respecto?
–En Riga había barricadas y en Vilna no éramos capaces de conseguir un billete porque estaba todo el mundo intentando salir de la república, pero tenía 29 años y quería comerme el mundo.
–Chernóbil también es importante en esta historia, ¿verdad?
–Cuento el encuentro con una familia relacionada con personas de Chernóbil en el momento de la explosión. Y Járkov, donde estudiaba, fue una de las ciudades qué más liquidadores mandó. Iban a apagar el fuego y se chuparon la radiactividad sin saberlo.
–Y en 1996 viajo en persona a Chernóbil.
–Sí, cuando se cumplían diez años del accidente. Fui para hacer unos reportajes. Estuve en Prípiat, la ciudad muerta, y en Slavutych, la ciudad nueva que crearon.
–Tuvo que ser muy impactante visitar la ciudad muerta.
–Está completamente vacía, pero sigue habiendo ropa tendida en los balcones. Y la sensación de que salieron en estampida sobrecoge, aunque quizá me sobrecogió más visitar Slavutych, donde vivían familias que, habiendo estado en el desastre, seguían orgullosas trabajando en la central.
–Y con todas esas experiencias ha escrito este libro.
–Desde que acabé el viaje todo estuvo en mi cabeza. Me apetecía contarlo y lo escribí hace tiempo. Ahora que se cumple el 30 aniversario del fin de la Unión Soviética, ve la luz.
–¿Y cómo vivió el desmoronamiento de la URSS?
–Donde estuve era Unión Soviética pura al 100% y a pesar de que se estaba cayendo, la gente no lo veía. No era consciente de lo rápido que iban las cosas. No soportaban a Gorbachov porque les había abierto los ojos y no sabían si lo que veían de Occidente era verdad o propaganda. Ellos llevaban mucho sacrificándose, creyendo que construían el hombre nuevo, y el resto del mundo había estado de fiesta.
–¿Echarán de menos esas repúblicas el antiguo régimen?
–Habrá de todo. La gente joven ni se acordará, pero la gente que lo vivió y que ha visto como en 30 años no han despegado, lo añorará. Hubo quienes se quedaron viendo pasar el tren del capitalismo, qué allí es arrollador.
–Un tren que no todos pudieron coger...
–Pasó para los que estaban en cabeza. Pasó la locomotora con el primer vagón lleno y los demás ahí se quedaron.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.