Tras el galardón seguirá habiendo lectores que valoren más el mismo texto firmado por un hombre –lo que Husvedt llama el «efecto del realce de lo masculino»– y continúen pensando que Auster se lo enseñó todo, pero al menos ya habrá quien empiece a creer que, tal y como reconoció él mismo, «ella es la intelectual de la familia».
Definir a esta escritora de mirada serena pero reivindicativa no es sencillo. Tal vez empezaría por incidir en esa capacidad suya para no fijarse tanto en las relaciones de pareja como lo hacen otros celebrados autores masculinos como John Updike o Philip Roth y centrarse más en lo que les ocurre a las mujeres por dentro, más allá de su estado civil o emocional. Es quizás esa habilidad para indagar en lo más oculto de lo femenino, lo que a mí me interesa más de toda su excelente producción de obras de ficción y no ficción.
Siempre he entendido que es preciso investigar sin prejuicios en lo femenino para no asociar el feminismo a una pérdida de feminidad (cosa que ha ocurrido, según Husvedt), y sobre todo para no enfrentar ambos conceptos como si fueran enemigos en vez de soldados de las mismas filas. Escarbar en el interior de las mujeres ayuda a descubrir, por ejemplo, que lo que cuentan no tiene sexo, como tampoco lo tiene la literatura. De hecho lo recomendable sería que los lectores se abstrajeran a la hora de leer, porque como asegura la premiada y yo secundo sin fisuras «cada obra es libre y posee su propio género, independientemente del autor».
Dijo Husvedt al ser informada de su reconocimiento que «los premios llegan del cielo», pero me voy a atrever a contradecirla a ella y también a su padre luterano y a afirmar que ya era hora de que se lo adjudicaran en la tierra. Son pocas las personas que reúnen tanta autoridad intelectual y creativa en nuestros días o lo que es lo mismo, que lo merezcan más. Ella que escribe por esa necesidad de llenar el vacío («Escribir es un modo de localizar mi hambre , y el hambre no es sino un vacío», dice en 'Todo cuanto amé'), nos ayuda a interpretarnos a nosotros mismos, a vivir con nuestras propias miradas e incluso a aceptar que «olvidar forma parte de la vida tanto como recordar». ¿Se puede pedir algo más?
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