Cuando Emilio Sagi empezó a dibujar en su cabeza 'Il turco in Italia' pensó rápidamente en aquella exuberante Gina Lollobrigida que enamoró a media Europa y toda América, pero no la que interpretara en la gran pantalla 'L'elisir d'amore' o 'Lucía de Lammermoor', de Donizetti. No esa que se acercó a la ópera, sino la que paseaba su belleza en el asiento trasero de una vespa levantando pasiones por las calles de Roma al lado de VittorioGassman. También imaginó a una joven Sofía Loren y no a la que llevó al cine 'Aida', doblada por la soprano Renata Tebaldi, sino a la de 'El oro de Nápoles'. Aquella que Vittorio de Sica rodó entre la vieja arquitectura de la ciudad más poblada del sur de Italia. Buscó en sus recuerdos cinematográficos de Alberto Sordi, Marcello Mastroianni y otros grandes y pronto empezó a ver sobre la entonces futura escena del Campoamor en el que levanta mañana mismo el telón, una pizzería napolitana, el tranvía cruzando la calzada, una ventana con tendal, una frutería con manzanas. Y escuchó entre sus formas y potentes colores la música de Gioachino Rossini (Pesaro, 1792 – París, 1868). Luego dejó que el texto que Felice Romani escribió basándose en la obra de Caterino Mazzolà, titulada como la ópera del italiano 'Il turco in Italia', discurriera ante las fachadas imaginadas. No necesitaba minimalismo ni conceptualismo ni tecnología punta. Solo un pequeño trozo de aquel Nápoles de Gina y de Sofia ya consolidado en su cabeza. Tocaba sacarlo de ella y llevarlo al teatro y para hacer ese viaje necesario estaba Dani Bianco, autor de la escenografía de este segundo título de la temporada de ópera de Oviedo, que construyó una réplica en su mesa de trabajo del sueño de Sagi.
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Primero fotografío la ciudad real y luego la recreó a escala. Como si se tratara de un «Belén», explica el director de escena asturiano, Bianco fue encajando, pieza a pieza, cada uno de los rincones exactos donde poner en marcha el drama bufo en dos actos de Rossini. Luego, esa «maravillosa maqueta» se construyó a tamaño real y colocó finalmente sobre la tarima del centenario coliseo en el que lucirá cinco días. Mañana, el 9, el 11, el 12 y el 13 de este octubre. Cinco días y cinco funciones que se espera culminen con éxito. «Tocamos madera, que en el teatro nunca se sabe», bromea el director de escena que cuenta con la seguridad que da haber presentado ya esta producción de la Ópera de Oviedo en coproducción con el Théâtre du Capitole de Toulouse y el Teatro Municipal de Santiago de Chile, precisamente, en los dos escenarios colaboradores. «Allí fue un auténtico éxito de público y crítica. Esperemos que aquí también». Y cuando dice aquí Emilio Sagi dice en casa. Ese lugar donde sabe que tras el estreno alguien le parará por la calle para decirle cómo ha ido. Generalmente «lo bien que ha ido».
Pero también es cierto que antes de esos y otros triunfos ya sumados al presente de esta ópera, cuando fue estrenada, en La Scala de Milán, el 14 de agosto 1814, 'Il turco' fue recibido sin aplausos y con enormes críticas.
Nadie sabe exactamente por qué, aunque Sagi, ya atrapado por todas sus virtudes, cree que fueron varios los factores que llevaron al fracaso de este Rossini en su tiempo: «'Il turco in Italia' arrastraba la sombra de otras grandes obras, sombras como la de 'El barbero de Sevilla', que era y es muy alargada. Además, el músico de Pesaro había hecho reír, y mucho, a la gente con sus títulos bufos y aquí, aunque hay muchos momentos muy pero que muy cómicos, no son tantos como en otras óperas. Y, por si eso fuera poco, su público no esperaba del compositor ninguna complicación. Estaba acostumbrado al disparate, a la exageración, incluso al absurdo». Y aquí, en esta «comedia burguesa Rossini sí ofrece complicación y no hay grandes disparates, ni grandes payasadas. Solo una genial comedia burguesa».
¿Y cuál es esa máxima complicación? Por un lado la modernidad del tratamiento, incluso la fortaleza y carácter de los personajes femeninos, y por otra, más evidente quizá, la estructura dramática, «sus 'sketches'», apunta Sagi, «con escenas individuales, pero conectadas cada una por el final de la otra». Y por supuesto «el metateatro». El teatro dentro del teatro.
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En este caso, la escritura de una peculiar dramaturgia durante el desarrollo de la obra, tomando sus acontecimientos y personajes como hilos del texto que llegan de nuevo al papel. Tal situación la provoca un personaje que discurre por su propio plano argumental. Se trata de Prosdocimo, el poeta, que será cantado por los barítonos Manel Esteve y Pablo Gálvez (en el segundo reparto), y que Sagi hace emerger de una alcantarilla. «Es una metáfora, porque creo que busca su historia en las cloacas y al final, cuando la encuentra, ve que se la ha dado la vida real de personas normales».
El poeta, «que es un personaje en busca de autor y a la vez un autor en busca de personaje», presenta un rol esencial, pero paralelo a la trama, que resulta «totalmente actual», ya que Rossini es «un músico no solo intemporal, sino moderno, que nunca podrá parecer anticuado para el público de hoy».
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Un Rossini que exige no solo a quien le observa desde el patio de butacas, sino también, y muy especialmente, a quien le canta. «Interpretarlo es muy difícil, es necesaria una técnica muy depurada por la cantidad de escalas que suben y bajan y los muchísimos adornos con sentido dramático que alberga la partitura».
Busca el compositor italiano elevar su trabajo «a un nivel intelectual alto». Sagi está convencido de ello y por eso esta historia de pasiones, encuentros y desencuentros de un matrimonio mal avenido, el que forman Fiorilla (Sabina Puértolas y Sara Blanch) y Geronio (Alessandro Corbelli y Pablo López), en cuyas vidas se cruza Selim, el turco (Simón Orfila y Ricardo Seguel), que viaja a Italia en busca de placeres, no se queda solo en la persecución de la risa. No es que haya, como en otros Rossini, sobre esa intención otra de crítica social, pero sí «es evidente una objeción a la vida rutinaria, desapasionada».
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Contra ella se levantará el telón del Teatro del Campoamor a partir de mañana y hasta el día 13, dejando tras los cortinajes ese Nápoles de arquitectura clásica que soñó Sagi cargado de vida, música y mucha comedia.
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