Roman Simovic, alegría y pasión para un concierto en el que hizo bailar a la OSPA

Una peculiaridad de Simovic es la colocación de los instrumentistas. Lo hemos visto en Beethoven. Simovic pone de pie a toda la orquesta menos a los chelos, dando una sensación de movilidad, de movimiento y de baile. Por otra parte, él se integra en la orquesta como apoyo del concertino, en este caso, Aitor Hevia. No dirige con la batuta, sino tocando el violín.

El 'Concierto para violín n.º 2 en mi menor', de Felix Mendelssohn, además de su especial brillo y virtuosismo nunca gratuito, es una obra de un carácter concertante exquisitamente refinado entre el violinista y la orquesta. Simovic proyectó una versión integradora, en la que el solista -es decir, él mismo- era una parte de la orquesta. Por otro lado, su manera de tocar es prodigiosa, muy bien cantada, con un lirismo impecable y un gusto por el que no se queda en el virtuosismo de una obra compleja, sino en la musicalidad y el lirismo. En la segunda parte, la OSPA interpretó la 'Cuarta Sinfonía', de Beethoven. Como una fiesta musical y casi camerística, con los instrumentos en pie y Simovic como uno más en el atril de los violines. Y eso no fue óbice a entradas siempre precisas, a un juego muy delicado de los instrumentos de viento, especialmente fagot y clarinete, y a una versión vibrante, muy poética en el segundo movimiento y desenfrenadamente alegre en el último. Una versión con la que el director ucraniano hizo bailar a los músicos de la OSPA. Fue muy aplaudido por el público. Una lástima que no haya tocado un bis como violinista solista. Hubiese sido un deleite para todos.