«Somos tan religiosos como antaño, solo cambia el nombre de los dioses»
Manuel Astur, escritor ·
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Manuel Astur, escritor ·
El autor publica 'San, el libro de los milagros', una novela con los pueblos, las deidades y el ser humano como protagonistasLETICIA SÁNCHEZ RUIZ
GIJÓN.
Lunes, 27 de abril 2020, 00:05
Marcelino comete casi sin querer un acto brutal y huye al monte. Entonces todas las historias comienzan a ser contadas. Tras el ensayo 'Seré un anciano hermoso en un gran país', el escritor asturiano Manuel Astur regresa con 'San, el libro de los milagros' (Acantilado), ... una novela de una belleza deslumbrante sobre los pueblos, los dioses, nosotros mismos y los cuentos que se cuentan junto al fuego. «Todo está ocurriendo en este momento y es igual de importante, lo único que varía es quién y por qué lo cuenta. Todo es un milagro». El libro está inspirada en el conocido caso de Tomás Rodríguez Villar, 'Tomasín', que acabó con la vida de su hermano y después logró ocultarse casi dos meses con decenas de agentes de la Guardia Civil siguiéndole el rastro hasta que fue detenido.
-¿Quién es Marcelino y qué le asusta?
-Marcelino es un santo, un héroe, un niño y el tonto del pueblo. Le asustamos todos nosotros, que decimos una cosa y hacemos lo contrario.
-¿Quiénes narran este cuento junto al fuego?
-Como todos los cuentos que se cuentan junto al fuego, no son narrados por un solo autor, sino que los narramos todos: los que fuimos, los que somos y los que serán.
-Ésta es la historia de Marcelino, pero también la de la vida y milagros de un pueblo y de sus habitantes. La historia del mundo.
-No concibo otro modo de narrar la historia (que es el cuento que cuenta junto al fuego la tribu vencedora) que desde lo pequeño. Una de mis películas preferidas es Novecento, de Bertolucci. En ella se cuenta la historia del siglo XX, con sus guerras mundiales, sin salir de una pequeña granja en Italia. Tenemos tendencia a pensar en la historia como si fuera un teatro o una película interpretada por actores famosos. Pero lo cierto es que nosotros somos los guionistas, nosotros los actores y nosotros los espectadores.
-¿Por qué, como afirma en la novela, es absurdo creerse mejor por el hecho de estar vivo?
-Porque haber nacido no tiene ningún mérito, del mismo modo que morir no demuestra nada. En línea con lo de antes, solemos convertir a los muertos, a nuestros antepasados, en personajes planos y simples, no como nosotros, que somos inteligentes y complejos. Pero la verdad es que ellos eran exactamente igual que nosotros. Aquellos que iban al Coliseo de Roma a ver cómo se mataban los gladiadores, aquellos campesinos que morían de peste, todos los que creían en hombres lobos, brujas y posesiones demoníacas, los que estaban seguros de que la Tierra era plana y los que cometieron todos los errores que llevaron a la guerra, todos eran exactamente igual que nosotros y tenían tantas dudas, certezas y temores como nosotros. También creían estar haciendo lo correcto. Nosotros seremos pasado dentro de nada.
-En el libro junta curas, xanas, profetas, santos, leyendas, mitos, cuentos de pueblo... Afirma que los espíritus «reflejan lo que somos en cada momento».
-Claro. Yo, como el filósofo George Santayana y tantos otros, creo que una cosa son los hechos y otra muy diferente son las verdades. Los hechos son las cosas indiscutibles. Las verdades son la interpretación de esos hechos, son poesía. Y desde ese punto de vista, casi todo lo que nos quita el sueño y por lo que estamos dispuestos a morir o a matar es poesía, literatura que pretendemos convertir en hechos, que es el error en el que caemos una y otra vez. La poesía, y creo que la religión, es la mayor creación poética de la humanidad, nos sirve para trascender nuestra pequeñas y efímeras identidades. Ser una gota, sí, pero saberse parte del océano.
-La sociedad actual está cada vez más desligada de las religiones clásicas. Decía Chesterton que el que no cree en Dios es capaz de creer en cualquier cosa. ¿Está de acuerdo?
-Seguimos siendo igual de religiosos que hace mil años, lo único que cambian son los nombres de los dioses a los que adoramos. Esto te sonará muy freak, pero yo, cuando veo alguna promesa de futuro, por ejemplo el Progreso, o cuando me encuentro ante un nuevo temor, por ejemplo el famoso virus, lo primero que pregunto es: ¿qué viejo dios o demonio se esconde tras esta nueva apariencia? Y siempre lo encuentro.
-La contemplación en muy importante en este libro.
-Así es. ¿Nunca te han dicho eso de «en manos ocupadas no entra el diablo»? Siempre he pensado que es un refrán terriblemente equivocado. Si el diablo existiera nos querría ocupados a todas horas, pensando en nosotros mismos, avanzando hacia la muerte sin enterarnos del regalo. Y que conste que no creo que viajar mucho y acumular experiencias sea la solución: son otros modos más modernos de estar ocupado. La maldición del hombre de acción es descubrir que la vida se le ha pasado más rápido que a los demás. Detenerse y contemplar nos libera de la muerte, durante unos instantes somos eternos.
-¿Cuál es su parte preferida de la novela?
-No tengo una parte preferida. Si alguna parte fuera menos preferida que otras, la habría quitado. Pero sí le tengo mucho cariño a las historias del Macho Cabrío y Olvido, que fueron lo primero que escribí, hace años, y al personaje de Pando, que fue lo último. Olvido, además, fue una mujer de verdad. Era mi vecina del pueblo: una anciana coja, fea y sonriente que me quería mucho y me daba galletas María Fontaneda cuando era niño. Murió hace unos años y sigo echando de menos su sonrisa detrás de la ventanita de su casa. Como muestra de gratitud, quise que todos la quisierais tanto como la quise yo.
-¿Están muriendo los pueblos? ¿Están muriendo los dioses? ¿O ambos son eternos?
-Como a la novela, a los pueblos llevan queriendo matarlos desde hace muchísimo tiempo, pero creo que existirán mientras exista la humanidad, ya que son un modo de estar en el mundo. Los dioses son más fuertes que nunca: nuestro último gran dios, al que llamamos Progreso (con toda su cohorte de dioses pequeños: la Fama, la Riqueza, la Individualidad, la Opinión, etc.), es un tirano que amenaza con destruir el mundo, pero no me cabe duda de que, a la larga, lo venceremos de nuevo.
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