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El mar, la mar, que decía Alberti. Salta, grita, calma, alegra, se embravece y se queja. Es el mar de costas ciertas y soñadas. Ahora ... también pintadas. El mar, los mares por cuyas crestas nos invita a viajar, en la galería Aurora Vigil-Escalera, Javier Torices (Madrid, 1968). El creador que, con sus olas cabalgando en bendita liturgia sobre tabla, convocó a miles de espectadores en la madrileña Sala de Vacas hace solo unos meses, y que ahora permanecerá en el espacio gijonés de la calle Capua hasta febrero, con 'Fragmentos'.
Es Torices un habitual en esta veterana sala, donde ha creado una legión de fieles, cautivados por sus paisajes marinos. Y es que si les miras fijamente, detenida la vista en su espuma, si lo haces en silencio o mejor dejando que entre el olor a Cantábrico por las aceras de la calle Capua, sentirás como respiran. Son tan apabullantemente reales sus olas, incluso cuando, en la cercanía, las pinceladas se hacen hermosamente evidentes y se elevan por encima de esa realidad devolviendo su trono a la pintura, que por momentos la esperanza de que rugan en sus bastidores como ruge el Cantábrico deja de parecer una utopía.
Los mares de Torices están vivos, existen, son verdad, aún detenidos bajo capas de acrílico. Lo son sus aguas, lo es la arena, está vez con un protagonismo especial, acentuando el rito de amor y pasión por la naturaleza que gobierna toda la obra y que brilla en la orilla sobre pisadas recientes y otras que están por llegar.
Todo parece posible dentro de un cuadro de este madrileño que invierte su sabiduría técnica en compartir las sensaciones que él mismo cose a su experiencia observando el mar. Atrapándolo con su cámara y dejando que la fuerza, la belleza y la magia de sus olas bravas y de sus aguas tranquilas se fundan con sus pinceles llenos de emoción. Y esta vez no es solo la epidermis del mar la que nos muestra. En 'Fragmentos' también están las entrañas del océano, pues a la piel que habitan sus obras, pincelada a pincelada, hora a hora de finísimo trabajo, se une una nueva mirada. En algunas obras nos exhorta, utilizando un formato circular, a observar el mar como a través de la lente imaginaria de un periscopio. Allí el sueño de las olas se desintegra en favor de las burbujas, pero también la idea romántica de las crestas espumosas y juguetonas se muda en una suerte de naturaleza sujeta a microscopio, donde no todo es lo que parece. Y donde la ceremonia de pintar se desdobla en diálogo con la pintura, con uno mismo y con la luz que lo inunda. Ese es su juego y también su secreto.
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