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PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
GIJÓN.
Domingo, 14 de febrero 2021, 02:15
Ara Malikian suele recordar en todos sus conciertos la historia del violín que salvó a su abuelo del genocidio armenio. Es un relato que explica su propio destino como artista y también una bella metáfora de cómo la música, cualquier forma de cultura, representa siempre ... la supervivencia y la esperanza del ser humano. Habituado a actuar ante audiencias masivas con la potente banda que lo acompaña y en medio de su gira internacional 'The Royal Garage', la pandemia le obligó -como a todos los de su oficio- a parar el tren y reinventarse, transformando el gran formato del espectáculo en 'Le petit Garage', un recital que pone sobre las tablas al violinista acompañado al piano por Iván 'Melón' Lewis. Así los vimos el pasado verano en la plaza de Toros de Gijón y ayer teníamos de nuevo la oportunidad de disfrutar de su fiesta en el Teatro de la Laboral, con el repertorio de este tour especial volcado en un disco titulado como este.
El músico salió abriéndose camino por el pasillo de un teatro con el aforo completo y en el violín uno de sus 'hits' más rodados: 'Con mucha nata', delicado e intenso preludio para fundirse ya en el escenario con el piano de Lewis y arrancar con el arco vertiginoso su viaje gijonés. Con los primeros aplausos, mostraría que su humor estaba tan en buena forma como sus dedos y tras un carraspeo al saludar, estuvo rápido: «Tranquilos no tengo coronavirus. Y me hago tantos PCR que la nariz ya ni la siento».
El recuerdo a su infancia en Beirut sirvió para seguir con el tema que evoca en sus intrincados arabescos melódicos aquellos juegos en el barrio natal de Bourdj Hammoud, el título de la pieza. Y un respiro, de mágica melancolía sin abandonar el reino de la niñez: la 'Canción que me cantaba mi madre' de Anton Dvorak, llevada a su fértil terreno. Tocaba momento monólogo y Malikian relató el divertido episodio de su juventud en Europa amenizando bodas judías para introducir otro de sus prodigiosos temazos: 'Pisando flores'.
Su facultad para volar del festín a la intimidad casi sin mover las alas le llevaría a 'Lucine', pieza de su vertiente más clásica. Y de ella a un nuevo divertimento: 'Las milongas de Alfredo Ravioli', electrizante duelo de esgrima con el piano de 'Melón' Lewis.
Así, entre bromas -monologadas- y veras -a dúo- de virtuosismo iría el libanés lanzando toda su genial pirotecnia del 'Life on Mars' de David Bowie a la 'Campanella' de Paganini, otro juguete a su medida. Más sorpresas con 'Bachelorette' de Björk, en portentosa deconstrucción. Y una nueva digresión surrealista con Lewis -y sus dotes para el ballet- como víctima para llegar a otro momento alto de la noche con el 'Vals scherzo' de Chaikovski.
El viaje iba llegando a su fin -no por ganas del músico sino del límite horario del toque de queda («ya sabéis, como Cenicienta tenemos que estar en casa antes de cierta hora») y su hasta pronto lo dejaría con 'Nana arrugada' -compuesta durante el confinamiento- y el recuerdo al dolor causado por el virus con la llamada a cuidarse «por los demás». El mago del violín se fue en un mar de merecidos aplausos.
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