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M. F. ANTUÑA
AVILÉS.
Sábado, 18 de agosto 2018, 00:43
Es un espectáculo valiente, revelador, vertiginoso. También mágico, cómico, rítmico, irónico, mordaz. Tiene todos los ingredientes mezclados en un extraño cóctel 'Lehman Trilogy', un combinado dulce y amargo bien cargado de música en el que más de un centenar de personajes van apareciendo en escena para ir hilando una suerte de lección de historia que transita por siglo y medio determinante para el fulgor y crisis del capitalismo que habitamos, para trazar su deriva y explicar el cómo hemos llegado hasta aquí. El final de los Leahman, esa familia judía que bautiza y simboliza la crisis económica, es público y notorio. No hay misterio que desvelar al caer telón; es en el camino donde se van hallando todos los porqués, los cómos y los cuándos.
Seis actores ejercen de maestros, en los sentidos pedagógico, musical y teatral del término, para ir componiendo en tres actos bien diferentes la aventura de la familia que llegó a Estados Unidos en el último tercio del siglo XIX desde Alemania e hizo dinero a costa de perder valores. Porque de eso habla esta adaptación del texto de Stefano Massini que firma y dirige Sergio Peris-Mencheta, de deshumación, de olvidar las raíces. Tres generaciones de esa familia ocupan las tablas en cada uno de los actos mientras los actores se van transformando, ante los ojos del público, en hombres, mujeres y niños, hacen sonar el piano, la guitarra, el violín, el bajo, el banyo, el theremin, cantan y bailan y apenas si les queda tiempo para respirar.
Es durísimo el trabajo que afrontan los seis hombres orquesta que salen a escena. Pepe Lorente, Víctor Clavijo, Darío Paso, Litus, Aitor Beltrán y Leo Rivera se dejan la vida en esta balada que abunda en el poder destructor del dinero, que se mueve a ritmo de música tradicional judía, de espirituales negros, de rhythm and blues, de twist, de música clásica. La escenografía, muy efectiva y efectista, en doble altura y con una plataforma circular movil.
El Palacio Valdés se llenó hasta la bandera para disfrutar y aplaudir, merecidamente, el esfuerzo de los intérpretes y el trabajo de Peris-Mencheta, que adapta una dramaturgia muy densa y compleja, distribuyendo con agilidad el juego musical y narrativo.
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