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PABLO ANTÓN MARÍN ESTRADA
OVIEDO.
Domingo, 2 de diciembre 2018, 02:14
¿Cómo era el mundo de quienes habitaban el actual territorio de Asturias hace más de 10.000 años? Los prehistoriadores han descrito a esas comunidades dispersas de cazadores, pescadores y recolectores que se refugiaban en cuevas o abrigos próximos a los ríos. En las paredes de muchos de ellos, sus moradores dejaron impresa su visión de ese mundo y de los animales que lo poblaban. El arte rupestre ofrece solo una parte de ese paisaje humano y natural, tal vez la más 'vistosa' a los ojos del observador actual, pero no la única. Las piezas del arte mobiliar -por lo general de pequeño tamaño- localizadas en esos yacimientos representan algo así como los archivos visuales del periodo paleolítico.
En el Museo Arqueológico de Asturias una pequeña sala de la primera planta muestra algunas de las piezas más significativas de ese arte que no siempre despiertan la atención del visitante. Ángel Villa Valdés, arqueólogo del museo, es quien formula el símil de la fototeca: «Lo que hay aquí son algo más que piezas de animales muertos o trozos de piedra. Es la fotografía de la primera sociedad humana». Este especialista y el catedrático de Prehistoria de la Universidad de Oviedo Miguel Ángel de Blas Cortina disertaron recientemente en una conferencia en el Ridea sobre el acercamiento al público de este legado. «Creemos importante destacar la relevancia de las manifestaciones de arte paleolítico mobiliar en nuestra región: tienen una categoría continental, que es tanto como decir al máximo nivel», explica Villa, para quien igual de esencial es recordar «la fragilidad de estos bienes. Sobre la pintura se habla mucho, pero no tanto sobre estos objetos que son igualmente frágiles».
Cada una de estas piezas puede considerarse una pequeña obra maestra en la que sus autores, además de su destreza para dibujar sobre soportes de unos pocos centímetros y material diverso, piedra, astas, dientes de animales, muestran una gran capacidad estética.
Basta ver algunas de estas joyas exhibidas en el Museo Arqueológico para comprobarlo: en un fragmento de asta hallado en la Cueva de La Paloma en Las Regueras el buril de un artista paleolítico grabó con la habilidad de un miniaturista dos figuras de renos machos en una cara y en el anverso la de una una hembra de la misma especie y una cabra.
El catedrático De Blas Cortina explica ante la vitrina donde se expone la información que proporciona este objeto: «Lo primero que nos cuenta es que en la cuenca del Nalón hace unos 12.000 años había renos, también del interés por la caza de quienes los representaron y de su preocupación porque ese recurso no se agote, ya que los machos aparecen en las actitudes típicas de su época de celo y la hembra con las cuernas que tienen en ese periodo». Cerca se muestra un diente de cachalote con un bisonte dibujado con idéntica precisión. Se encontró en la cueva de Las Caldas, en Oviedo. «Nos habla de que existían intercambios entre quienes vivían en la costa y los del interior, nos remite posiblemente a otras categorías del pensamiento si pensamos que eran bienes apreciados por sus portadores y que un diente de cachalote tal vez tenía usos especiales que hoy ignoramos», apunta el investigador, para recordar que «no hay una explicación única para cada pieza, no nos acerca solamente a una parte de la realidad sino a muchas».
Un ejemplo ilustrativo de las múltiples lecturas que se pueden extraer de los objetos del arte mobiliar paleolítico la presenta la llamada 'Venus de Las Caldas', una figurilla femenina con rostro bestializado que en realidad es el fragmento de un propulsor, un útil que prolongaba la extensión del brazo para lanzar venablos. La decoración y el trabajo escultórico sugieren asimismo que no es un instrumento cualquiera. «Puede identificar a un cazador de gran prestigio o al linaje de uno de ellos. Nos habla también de las actividades económicas de una comunidad y del poder que tiene quien las ejerce mejor», señala el catedrático. Es un caso similar al de los rodetes -aparentes botones- como el de la Cueva de Llonín, interpretados por De Blas como «los galones militares, símbolo de rango», una significación evidente en piezas como el Bastón de Mando de Tito Bustillo. En la cueva riosellana y en la ovetense de La Viña -excavada por el prehistoriador- se hallaron otros objetos que cambiarían las ideas preconcebidas del magdaleniense asturiano como fruto de una población aislada: son las cabezas recortadas de caballos que lo entroncan con el arte mobiliar del suroeste de Francia.
Detrás de cada una de estas joyas no hay un hallazgo casual, sino el trabajo de «especialistas como Soledad Corchón, Francisco Jordá, Javier Fortea o Ignacio Barandiarán, que dedicaron muchos años de su vida a descubrir, leer y traducir la realidad que expresaban todos estos elementos», apunta Ángel Villa, quien señala la necesidad de que los visitantes del museo conozcan lo que representan las piezas expuestas. Miguel Ángel de Blas subraya otro atractivo para el público. «La mayor parte de las cuevas no son visitables, esta colección sí y son las obras originales».
El veterano investigador, uno de los mayores expertos en la prehistoria asturiana, añade con humor una razón más para acercarse a conocerlo. «Es la posibilidad de ver arte paleolítico sin mancharse de barro los zapatos, con luz suficiente y hasta con calefacción».
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