
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No hace mucho, escuchamos en el Campoamor el consejo que da maese Pedro a su ayudante Trujamán: «Llaneza, muchacho, no te encumbres, que toda ... afectación es mala». Algo de llaneza y contención escénica no le hubiesen venido mal a esta nueva coproducción de la Ópera de Oviedo y el Festival Castell de Perelada de 'La traviata', representada ayer en primera función en el Campoamor, como penúltimo título de la 76 Temporada de Ópera. La fuerza de 'La traviata', la tercera ópera que más veces subió al coliseo ovetense, está en la perfecta fusión del texto o libreto de Piave con la música de Verdi. Drama y voz constituyen una unidad total. Un exceso de estímulos visuales, elucubraciones simbólicas, acrobacias por las paredes y desdoblamientos psicológicos, es una afectación que aporta poco al trágico melodrama. Así lo vio el público, que, primero, tardó en aplaudir -prácticamente, hasta el final del primer acto- y, después -al menos un sector considerable del mismo- pateó la escena.
Paco Azorín es un director y escenógrafo imaginativo, obsesivo y excesivo. En Oviedo hemos visto, dentro de la Temporada de Zarzuela, dos recreaciones suyas difíciles de olvidar. 'Maruxa', en la que convirtió una égloga lírica de Vives en un alegato contra el 'Prestige' y la contaminación del mar, y 'Maria Moliner', la ópera protagonizada por la lexicógrafa y su diccionario. El planteamiento escénico de Azorín en esta 'Traviata' algo forzada, bebe en algunos rasgos extremos de los montajes de la Fura del Baus. La acción se traslada, dentro de cierta ambigüedad temporal, a los años ochenta del pasado siglo. Cuatro mesas de billar son una constante en los tres actos. En el primero, en horizontal. En el segundo, en vertical, sobre las paredes. Y, en el tercero, inclinadas. Probablemente el billar simboliza el juego y, como vimos en el segundo acto, la vida disoluta.
Por otra parte, hay una intervención en este acto de acróbatas en torno a las mesas de billar que no llega a proyectar lo que probablemente era la intención de Azorín de crear dos mundos: el horizontal, el real, y el vertical, el mundo de los deseos, las ideas y los sueños. Otra licencia es la aparición de una niña, presumiblemente la hija de Violeta, que no tiene mucho sentido. Hay un exceso de imágenes en movimiento, de colores, con trazos que recuerdan la pintura matérica de Tapiès y de una presencia a veces forzada de personajes siempre en la escena.
Musicalmente, Óliver Díaz, al frente de su bien conocida Oviedo Filarmonía, realiza un trabajo impecable. También es un buen trabajo vocal y escénico el del Coro de la Ópera de Oviedo (Coro Intermezzo) que dirige Pablo Motos.
Se ha repetido hasta la saciedad que la Violeta ideal requeriría tres voces: una soprano ligera, para el primer acto, una soprano lírica y una soprano dramática. Ekaterina Bakanova, probablemente una lírica ligera, se desenvolvió mejor en el tercer acto -con un 'Addio al passato' muy aplaudido- que en el primero que en teoría era más apropiado para su voz, pero en el que estuvo fría.
Aunque dibujado dramáticamente con cierta tendenciosidad para hacer de Giorgio Germont un padre más severo de lo que en realidad es, el barítono Juan Jesús Rodríguez cantó con belleza, aplomo y cierto grado de empatía este rol. Sin duda fue la voz más compacta y aplaudida, especialmente en 'Di provenza il mar, il suol', cantada con un legato bellísimo.
Debutó ayer en el Campoamor el tenor mexicano Leonardo Sánchez como Alfredo Germont, el apasionado enamorado de Violeta. No tuvo su noche, le faltó brillo, tersura y homogeneidad vocal.
Los secundarios de esta 'Traviata', poseen un nivel de primera. La mezzo Annna Gomà y el tenor Jorge Rodríguez-Norton se lucieron en las escenas concertantes del segundo acto. Correctos los otros partaquinos, especialmente Andrea Jiménez, como Annina, la criada de Violeta, o José Manuel Díaz, como el barón Duphol.
Al final, no hemos visto ni la Violeta empoderada, feminista, sempre libera, que en la intención de Azorín daba la vuelta a este papel. No. Fue una Violeta con algunos aciertos, pero muy al margen de lo que sería una mujer precursora del feminismo actual.
De todas formas, a esta 'Traviata' la salvaron las dos voces principales.
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