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Herminio, en su taller de La Caridad. JORGE PETEIRO
«En el origen de cada obra siento como un cantarín»

«En el origen de cada obra siento como un cantarín»

Creador autodidacta y de dedicación tardía, su intuición llevó a Herminio a forjar una obra que explora la magia real de la física en las líneas visibles e invisibles de la forma

P. A. MARÍN ESTRADA

Viernes, 6 de marzo 2020, 00:16

Herminio Álvarez (La Caridad, 1945) está contento. Acaba de llegar de Art Madrid de exponer su obra con la galería gijonesa Aurora Vigil-Escalera «y todo nos fue muy bien», apunta, desvelando la otra razón de su alegría. Se encuentra de nuevo en su villa natal, donde vive, tiene su estudio y «donde me siento realmente a gusto», añade frente a su taller, mientras saluda uno por uno a los vecinos que pasan. Los próximos meses le traerán nuevos regalos felices: el 30 de mayo presentará en la galería Cayón de Madrid una de sus últimas piezas, dialogando con una obra del maestro americano del minimalismo, Fredd Sandback. Y a finales de verano verá como el concejo de El Franco rinde homenaje a su admirado amigo Martín Chirino con una muestra de parte de su obra y de sus recuerdos vitales.

«El arte es la vida misma, expresar lo que llevas dentro, yo no sé teorizar sobre arte, hago lo que siento», afirma abriéndonos la puerta a un espacio que define como «íntimo» y donde, sin embargo, le gusta recibir con agrado «a quien sabe apreciar lo que hay aquí». En el interior, el complejo y fascinante universo de Herminio se expande por cada rincón de un estudio que se levanta en el mismo espacio donde el artista y su mujer tuvieron un supermercado. «Me siento muy orgulloso de mi pasado y sobre todo del apoyo que tuve siempre de mi familia», expresa al evocar el origen de la obra de quien está considerado uno de los escultores vivos más importantes de nuestro país. No se olvida de los primeros guías que tuvo en el intrincado camino del arte: el crítico Villa Pastur y Humberto García del Villar.

Nos muestra un álbum con fotos del escaparate del supermercado: se ven torres de ingeniosa arquitectura y color formadas por botes de colacao, cajas de galletas o de licor. Cuando Chirino visitó el estudio se quedó fascinado ante estas imágenes: «Tú ya eras escultor», le elogió. Al recordado artista canario le maravilló igualmente visitar la antigua forja de Ángel, el tío ferreiro de Herminio: «Estaba obsesionado con lograr el movimiento continuo, nos pasábamos noches enteras en su desván intentándolo». Su sobrino ha seguido buscando como creador en las líneas ocultas de la física y en las visibles de la forma un prodigio más sutil: la emoción. Está en cada una de las decenas de piezas que le arropan en torno a su banco de trabajo: en las delicadas filigranas de alambre inspiradas en los carros del país, las inquietantes esculturas móviles, los volúmenes geométricos que se sostienen en el aire sin tocarse, en cada compleja maravilla que elevan de la realidad hilos colgantes. También en los precisos ingenios que ha ido desarrollando como herramientas de trabajo: desde la vieja chuletera del comercio a la silla «desde donde miro y doy vueltas a las piezas». Usa un hermoso símil para describir el punto de partida de cada obra: «Siento como un cantarín: titititi...». De esa intuición salen todos sus milagros.

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