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Adolf Hitler, acompañado de un grupo de jerarcas nazis, examina un vehículo en abril de 1939. RC
Nazis, de la sexualidad de Röhm al monóculo de Hess

Nazis, de la sexualidad de Röhm al monóculo de Hess

El historiador británico Richard Evans retrata en el libro 'Gente de Hitler' a la cúpula de colaboradores del Fürher

Álvaro Soto

Madrid

Domingo, 5 de enero 2025, 00:51

Aunque manida, la famosa expresión 'banalidad del mal', acuñada por la filósofa Hannah Arendt para describir al criminal de guerra nazi Adolf Eichmann, encajaría como una perfecta explicación del nuevo libro del historiador británico Richard J. Evans. 'Gente de Hitler' (Crítica) es un recorrido por la historia vital de los hombres, sobre todo, pero también de las mujeres, que levantaron, y hundieron, el Tercer Reich, de su día a día, muchas veces anodino, de sus preocupaciones, de sus miserias, para trazar un retrato finalmente inquietante: no eran monstruos o psicópatas, sino seres humanos que se parecen demasiado a las personas que se consideran normales.

Sir Richard Evans, catedrático emérito de Historia en la Universidad de Cambridge y uno de los grandes estudiosos del nazismo, cuenta que antes de convertirse en el Führer, las aspiraciones vitales del propio Adolf Hitler no diferían demasiado a las que pudiera tener cualquier adulto de su tiempo, en concreto, encontrar una pareja, o muchas. «A sus poco más de cuarenta años, Hitler había logrado por fin gozar de alguna forma de estabilidad personal en su vida. Lejos de ser una persona fría, asexual y carente de emociones -como la han imaginado muchos historiadores-, siempre había sido susceptible al encanto femenino. Es bien sabido que se sentía próximo a cierto número de mujeres mayores, por lo general acaudaladas y bien situadas», escribe el autor, que dibuja a un hombre vegetariano y abstemio, apasionado por el cine, por Wagner, por los coches rápidos o por la planificación de edificios magnos, amante de los pastelitos de nata y al que le provocaba asco el humo de los cigarrillos.

Todos esos rasgos, sin embargo, no ocultaban la verdadera cara del genocida: un militar mediocre que «en sus pronunciamientos públicos insistía hipócritamente en que él solo deseaba la paz. Pero al mismo tiempo aseguraba: 'Nuestro mandamiento supremo es garantizar que Alemania disponga de más espacio vital'. Su país tenía derecho a poseer más 'espacio vital' por la mayor 'calidad de vida' del pueblo alemán, por su energía, por su inventiva».

Vanidad, corrupción y desprecio

Una vez diseccionado al líder del nazismo, Evans, que ha publicado libros imprescindibles sobre este periodo histórico como la trilogía 'La llegada del Tercer Reich' o 'Hitler y las teorías de las conspiración', además de una obra magnífica sobre el siglo XIX, 'La lucha por el poder: Europa 1815-1914', se dedica a analizar a buena parte de su guardia pretoriana. Poca humanidad encuentra en Hermann Göring, al que en algún momento se vio como el segundo del régimen, pero que guardaba con el Führer un trato formal (siempre de usted).

A Göring le atribuye el historiador cualidades poco nobles: «Su brutalidad -evidente en episodios como la Noche de los Cuchillos Largos-, su ambición implacable, su vanidad, su corrupción, su indiferencia ante el sufrimiento humano y el desprecio hacia las buenas costumbres de la conducta humana, entre otras características, hicieron que diversas personas, como Gustave Gilbert, el psicólogo penitenciario, lo calificaran de psicópata». Pero al mismo tiempo, subraya Evans, «reducirlo todo a una patología personal resultaba demasiado simple. Si un hombre como Göring pudo alzarse casi hasta la cumbre absoluta del poder, fue solo porque habitaba en el universo moral retorcido del Tercer Reich».

Joseph Goebbels, el temible propagandista del nazismo, aparece a los ojos de Evans como una persona «servil» respecto a Hitler, un pelota que solo quería «adivinar sus intenciones y reforzarlas y animarlo a hacerlas realidad». De Ernst Röhm, breve comandante en jefe de las SA, las fuerzas de asalto del Partido Nacionalsocialista, resalta su homosexualidad, y que ni su antigua amistad con el Fuhrer le pudo salvar de la Noche de los Cuchillos Largos, la purga que llevó a cabo Hitler entre compañeros de bando para acabar de controlar las estructuras del Estado alemán.

Complejos

Los complejos y las pequeñas ruindades de la 'Gente de Hitler' quedan perfectamente explicados en el libro. Rudolf Hess, que fue lugarteniente del Führer (puesto al que accedió por, entre otras cualidades, ser un excelente mecanógrafo) y al que se le atribuye la popularización del saludo 'Heil Hitler', decidió utilizar monóculo para darse importancia en los círculos berlineses; a Leni Riefenstahl la admiraba tanto el dictador que cuando la conoció, en 1932, le dijo: «Cuando lleguemos al poder, tú tienes que rodar mis películas».

Y la reseña de Luise Solmitz, un ama de casa que se hizo famosa por escribir un diario desde 1905 hasta 1973 que se utiliza como fuente historiográfica, se puede resumir en una frase que ayuda a comprender cómo el nazismo capturó al alma de los germanos: «Como muchos otros alemanes de la clase media, estaba dispuesta a aceptar casi cualquier medida que los nazis adoptaran, si la podían justificar con los fines del mantenimiento del orden y la supresión de las amenazas revolucionarias».

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