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M. F. ANTUÑA
Viernes, 26 de abril 2019, 06:53
Sostiene Rubén Díaz (gijonés, 32 años), que ver a Bob Dylan en directo es algo parecido a tener a Pablo Picasso delante brocha en mano ante el lienzo; que es, siempre salvando las distancias, los tiempos y los oficios, como ver a William Shakespeare sentado ante el papel en blanco. Sus conciertos -dice- son puro arte, porque el de Minnesota no se copia a sí mismo noche tras noche, se reinterpreta, se reinventa, se rehace y renace. Y por eso se enganchó a él, a su música y por eso tiene ya en la buchaca más conciertos que años: lleva 35. Eso sí, ninguno en Gijón. «En el 93 y el 99 me pilló un poco lejos. El del domingo será el primero y la verdad es que me hace mucha ilusión verlo en Asturias».
A este empleado de supermercado de La Calzada le nació la pasión por el músico cuando tenía 21 años. Le dieron el Premio Príncipe de Asturias de las Artes y comenzó a investigarlo, a meterse en su mundo, a descubrir su angulosa personalidad. «Lo vi la primera vez y me cautivó su profesionalidad, las tablas que tiene, lo que transmite, que no se traiciona a sí mismo ni a la audiencia», afirma. Y desde entonces hasta ahora ha viajado de Francia a Inglaterra pasando por Portugal e Irlanda para verle en directo, siempre cuadrando las vacaciones, siempre buscando la manera de que el trayecto sea 'low cost'. «Al final es una pasta, porque además desde que le dieron el Nobel el precio de las entradas se ha triplicado», anota. Y este año, salvo el concierto con el que abrió anoche gira española en Pamplona, tiene localidades para todos sus recitales. A saber: Bilbao, Gijón, Santiago, Sevilla, Málaga, Murcia y Valencia. «Este año me cuadró que tenía vacaciones, no tuve que pedir días».
Cuando se hizo fan estaba soltero; ahora está casado y ha incorporado a su mujer al club. Ella le acompañará en Gijón, aunque no en el resto de su particular gira de la que espera todo y más. Porque para él no hay concierto malo de Dylan. «Es un tipo que tiene 77 años y va cumplir 78, hay que ir con la mente abierta a disfrutarlo, ya se sabe que no va interpretar sus clásicos, no va a tocar la misma canción del disco», explica. Sus conciertos comienzan siempre con 'Los tiempos están cambiando' y es así porque el músico aspira a no quedarse anclado en el pasado, sino que busca mirar al hoy y al mañana. Sus conciertos son para Rubén la definición exacta del arte. «Yo me dejo llevar, para mí uno de los momentos más especiales es cuando sale al escenario», afirma. Y añade: «Nunca defrauda, es puntual, estricto, metódico con su trabajo, no sabes cómo va a interpretar cada canción, sobre la marcha reinventa melodías, versos, frases que le surgen en la cabeza».
Todo lo que otros consideran negativo del genio, ese carácter arisco del que hace gala, no solo no molesta al fanático sino todo lo contrario. «A mí Dylan me gusta por su arte, por lo que hace, el Nobel lo agradeció, pero ese tipo de actos no le gustan, a él no le va figurar, hacerse la foto, le gusta compartir su obra ante el público, puede sonar desagradable que no salude, pero es honesto consigo mismo, donde tiene que rendir es en su trabajo».
Dicho lo dicho, ni se la ha pasado pr la cabeza intentar acercarse a él para pedirle un autógrafo. «La forma en que disfruto de Dylan es otra, es con su música y lo que a mí me transmite». Ni pretende ni busca nada más que ese goce en vivo y en directo con un ser humano nada convencional de quien resulta muy difícil elegir un álbum. «Uf, ahora mismo te digo 'Time Out of Mind', pero mañana te diría otra cosa». Eso sí, tiene claro cuáles son los conciertos más potentes de los que ha sido testigo: «En Cap Roig, en Girona, en la gira de 2012, tengo muy buenos recuerdos, fue un aforo muy reducido, unas mil personas, y un ambiente muy especial, y también Glasglow en 2011, fue un Dylan muy potente, con mucha fuerza».
Hoy, en Barakaldo, comienza la aventura para atesorar más recuerdos y puede que hasta mejores. «Él está diez meses al año dando conciertos, por eso yo creo que va a morir en el escenario, porque es su vida», concluye.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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