AZAHARA VILLACORTA
OVIEDO.
Sábado, 8 de febrero 2020, 00:23
No hay nadie que haya cantado mejor a Asturias que un señor de Mieres que lleva sobre los escenarios más de cincuenta años sin darse demasiada importancia, además de un paisano en la acepción que en Asturias se da a ser un paisano. Eso ... es una verdad como un teatro. De esas que, a estas alturas del disco, pocos se atreven a discutir, por más que casi todo sea cuestionable. Así que, cuando anunció que volvía a su tierra por la puerta grande, su público de siempre, ese para el que ha compuesto la banda sonora y sentimental de sus vidas, agotó las entradas para escucharlo en el Teatro Campoamor no una ni dos veces, sino tres. Y porque no hubo una cuarta fecha y una quinta.
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Anoche estaba marcada en rojo en el calendario la primera de esas citas para seguir avivando la llama de un amor mutuo que dura más de lo que duran muchos matrimonios, porque hoy y mañana vuelve. Y, claro, había ilusión y nervios casi de principiante. Pero Víctor Manuel, que fue recibido con un aplauso cerrado, llegaba con el viento de cara, como demuestran las cifras de ventas de su último libro de recetas, un mapa de la memoria más que culinario, y los quereres del uno y los otros no se defraudaron.
Y, además, lo hacía arropado por quien mejor lo conoce en lo musical y lo personal, su mano derecha, además de productor y director musical de esta gira que ahora retoma y que, crítico y combativo como siempre ha sido el mierense, ha titulado 'Casi nada está en su sitio': su hijo, David San José. Con él al piano, al teclado y a los coros, actuó acompañado por otros cinco musicazos: Ovidio López (guitarra acústica y eléctrica y coros), Ángel Crespo (batería), Santiago Ibarretxe (saxo, flauta, percusiones, teclado y coros), Osvi Grecco (guitarra española y eléctrica y coros) y Daniel Casielles (bajo, contrabajo y coros).
Sobre un escenario presidido por las páginas de un 'Diario noticioso' con imágenes de Asturias y tras entonar, primero, 'Allá arriba al norte' -que va camino de convertirse en uno de esos himnos imprescindibles por estas latitudes- y, después, 'La romería', el de Mieres dijo: «Buenes noches. Bienvenidos. Estoy muy contentu de estar en casa».
Quería hablar y, antes de 'Cómo olvidarme' lanzó un primer mensaje con carga de profundidad: «Ojalá no tenga que cantar nunca esta canción. Parez mentira que sigan en cunetas, en foses y en tantos pozos como tenemos en Asturies y en toda España. Se calcula que son 100.000. Parez mentira que en este país que hizo tantas cosas bien, como la Transición, no hayamos sabido solucionar este problema de lesa humanidad».
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Confesó a continuación que, de adolescente, se enamoró de Brigitte Bardot «como un burro» antes de seguir con 'A dónde irán los besos'. Él, espléndido de voz. El sonido, impecable. El público, entregado. ¿Quién es capaz de no emocionarse con una de sus composiciones más queridas?
En el Campoamor, anoche, el respetable se entregó por igual a ella que a 'No me digas' y 'Bailarina', aunque un lapsus con la letra de esta última le valió aún más aplausos. «De todas las canciones, esta es la más peligrosa y siempre se me escapa alguna línea», explicó a un público que ya le había perdonado antes de la broma: «Toda la gente de mi edad canta con teleprómter. Yo no».
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Continuó con 'Luna' y 'El hijo del ferroviario'. «Siempre que salgo por ahí tengo que explicar qué ye un cuélebre, pero a vosotros qué os voy a contar», presentó la danza. Un enorme 'Quiero abrazarte tanto', con el que la gente se volvió loca, fue el preludio a 'La madre', una canción que, a pesar del paso de los años, sigue erizando la piel.
'Así me siento hoy' y 'Cachito' -donde volvió a resbalar con la letra sin que su público se lo tuviera en cuenta-, fueron además de una sabrosa muestra de su último álbum el preludio perfecto a un bloque de clásicos que arrancó con 'Nada sabe tan dulce como su boca', 'El abuelo Víctor' -con ovación especial-, 'La planta 14', 'Ay amor' y 'Nada nuevo bajo el sol', dedicada a su hija Marina.
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Cantó 'Canción pequeña' sentado sobre una pila de periódicos, para dar paso luego a 'Soy un corazón tendido al sol', en la que le acompañaron sus fieles, y 'Solo pienso en ti', ese canto contra los prejuicios y el estigma. «Es la canción que más alegrías me ha dado en los últimos cuarenta años por lo que significó y lo que sigue significando», se sinceró.
Todo estaba listo para encarar la recta final, tras nombrar a sus músicos y, entre ellos, a su hijo, «el jefe de todo esto». Sonó 'Digo España', esa digna heredera de 'España, camisa blanca de mi esperanza' que es un homenaje a un país en el que «casi nada está en su sitio y al que le gustan, a qué engañarnos, los precipicios». «Yo que he viajado tanto sé que no hay ninguna región superior a otra», lanzó. Y, al fin, coreada por cientos de gargantas y ovacionada hasta casi echar abajo el teatro, 'Asturias', esa tierra en la que, anoche, Víctor Manuel demostró, con una fidelidad y una naturalidad poco comunes entre los que un día la dejaron para triunfar fuera, por qué sigue siendo profeta en su tierra.
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Y, como aquel rapaz de las cuencas nunca dejó que el éxito le nublase la mollera, aún hubo tiempo para los bises ('He cortado estas flores', 'Esto no es una canción'), a pesar de ser el dueño comprometido e indiscutible de algunas de las más grandes piezas de la historia de la música popular en español. El padre abrazando al hijo. El Campoamor, en pie ante una estrella. Ante un paisano.
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