Entre las cumbres de la interpretación pianística están Yefim Bronfman y Gregorio Sokolov. Yefim es más analítico y objetivo; Sokolov, más magnético y subjetivo. ... A Sokolov le veremos el próximo domingo en el Auditorio Príncipe Felipe. Al primero, le hemos escuchado ayer en el mismo escenario, en un viaje variado, apasionado, claro y emocional por la música de Mozart, Schumann, Debussy y Chaikovski. A pesar de la calidad del pianista, el auditorio estaba al 60 o 70% de aforo.
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Yefim Bronfman nació en 1958 en Uzbekistán, entonces perteneciente a la Unión Soviética. De familia judía, se crió en Israel, para emigrar luego a los Estados Unidos. En su vida y en su formación se dan la mano la brillante escuela rusa, caracterizada por el color y la vitalidad; la tradición centroeuropea, firme y estructural y el vuelo del pianismo americano. Una síntesis de imaginación tímbrica, sentido del orden, fantasía comunicativa y expresión sincera. Con estos mimbres nos ofreció un concierto memorable y apasionado, emotivo y muy aplaudido.
Comenzó el recital con una versión comedida de la 'Sonata N.º 12 en Fa mayor, K. 332', penúltima de las cinco sonatas 'parisinas' de Mozart. Vertiginoso el tercer tiempo, un poco plano el primer movimiento, que posee una carga romántica que Yefim apenas esbozó y muy adornado el segundo movimiento.
La 'Arabesca en do mayor' op. 18 se considera una obra fácil y clara, pero también abierta hacia profundidades expresivas y ensueños líricos, como hemos apreciado en la recreación que de ella hizo Bronfman. Excepcional el epílogo, esa parte lenta que es una síntesis emocional de esta arabesca.
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Cerró la primera parte el libro II de 'Imágenes', de Debussy, una versión fascinante en el timbre, sugerente y luminosa. Fue lo más peculiar del concierto. Un Debussy que parecía evocar imágenes exóticas, peces dorados y sonidos de campana, mediante una tímbrica que trasciende el propio color del piano.
En la segunda parte, Yefim interpretó la poco frecuente 'Gran Sonata en sol mayor', de Chaikovski, una obra densa, difícil técnicamente, e influida por Schumann y Chopin. La obra es endiablada, con unas dificultades sobrehumanas, que Yefim abordó con naturalidad y sin aparente esfuerzo. Esta composición, que apenas se oye actualmente, a veces es algo profusa en temas y, especialmente, el último movimiento no se puede decir que sea de una gran musicalidad. Los dedos de un gran pianista salvan esos pequeños y farragosos aspectos compositivos.
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Tras el concierto hubo tres propinas. La primera, 'Octubre. Canción de otoño', de Chaikovski, fue una especie de bálsamo, tras la sonata anterior. Perfectamente cantada y con un clarísimo contrapunto. La segunda, el 'Estudio revolucionario' de Chopin, una sobrecarga de adrenalina. Tras los bravos y aplausos del público, ofreció otra brillante pieza: el 'Preludio en sol menor' de Rachmaninov, exuberante y, al mismo tiempo, delicado, como el propio pianista.
El próximo domingo, tendremos a otro gigante del piano, Sokolov, y el 9 de marzo, a Arcadi Volodos, que había cancelado su recital de diciembre y regresa a este casi festival del piano en Oviedo.
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