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La fusión más íntima y perfecta de poema y música, palabra y melodía, se da en el lied, en la canción. Esta unidad fue el ... hilo conductor del recital celebrado ayer en el Teatro Jovellanos, protagonizado por José Manuel Montero y el pianista Eduardo Frías, organizado por el Festival Poex y la Sociedad Filarmónica de Gijón.
De Montero recordamos su interpretación para la Filarmónica de Gijón el 'El viaje de invierno', un ciclo emocional de Schubert cantado con expresividad y emoción, pese a sufrir un fuerte catarro. Reparo en esta anécdota porque para el intérprete, más importante es la expresión que la forma. Estas cualidades las posee en muy alto grado, tal como escuchamos ayer, en el concierto en el que él y Frías interpretaron el ciclo 'Amor de poeta', de Schumann sobre poemas de Heine y las 'Siete canciones populares', de Falla.
Las dieciséis canciones de 'Amor de poeta' se integran en una historia lineal que va del nacimiento y la ilusión del amor a la separación y la amargura del desamor. Montero introdujo unas pinceladas sobre la situación de Schuman cuando compuso estos lieder. En el Jovellanos, contamos con la proyección de los textos gracias a Alejandro Carantoña, lo que facilitó la comprensión de la obra. El tenor dio un carácter muy redondo a cada palabra, forzando en ocasiones los agudos en aras de la expresión. Delicadísima la interpretación del pianista, subrayando el significado de los textos.
En la historia de la Filarmónica de Gijón las 'Siete canciones populares españolas' de Manuel de Falla fueron interpretadas por primera vez en 1917, con el propio compositor al piano, acompañando a la cantante Aga Lahowska. Ayer, más de un siglo después, Eduardo Frías y Manuel Montero volvieron a estas canciones. Desde la raíz popular, Falla crea, fundamentalmente a través del piano, un paisaje musical evocativo de España muy personal.
Una cualidad de Montero es la vocalización perfecta. Además de comunicar emocionalmente, se le entiende y muy bien lo que dice. Para estas canciones de Falla, esta vocalización es fundamental. De las siete piezas gustaron especialmente la asturiana, la jota, y la última, el polo, cantado este último con garra flamenca. El pianista, siempre preciso, y especialmente acertado en la jota y el polo, con sus complejas polirritmias que sugieren el rasgueado de la guitarra. El público aplaudió mucho, por lo que los interpretes ofrecieron dos propinas: el lied 'La mañana' de Richard Strauss y la 'Canción del grumete' de Joaquín Rodrigo. Una forma serena de cerrar este recital poético musical.
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