Eran los años sesenta cuando en las salas de fiestas de Gijón sonaba rock playu y los chavales formaban grupos con sus amigos porque andaban sobrados de referentes musicales en nuestra ciudad. Miguel Escalada fue uno de esos críos que, a los diecisiete ... años, empezó a hacer rock and roll con su primera banda, Los Sony's, en unos tiempos en los que las pintas que llevaban les hacían ganarse un grito de «maricón» al pasar por debajo de cualquier andamio.
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Él llegó a la música «porque vi que aquí se ligaba mucho», confiesa, pero se quedó en ella porque encontró algo que lo enganchó, más allá de la innegable diversión que le granjearon aquellos años. El domingo, Escalada recibe el Premio Amas Honorífico, un galardón que «hace ilusión porque siempre está bien que a los 74 años se acuerden de ti y más los compañeros de profesión», asegura. Este reconocimiento aplaude una trayectoria que comenzó adolescente «tocando en colegios de monjas con la luz apagada» y siguió en la radio, regalando primeras oportunidades a los grupos de música asturianos.
«Empecé en la radio, en los 80, como locutor, haciendo programas, sobre todo, nocturnos», relata. Radio Gijón y Cadena Ser fueron algunas de las emisoras en las que trabajó y en las que enseñó a sus muchos oyentes las novedades que estaban naciendo en la tierrina y que luego se harían sumamente conocidas. «Apoyé a la música asturiana porque quise hacer con los demás lo que nadie hizo conmigo», explica. Así que, aquellas noches, por las ondas viajaban las melodías de Vicente Díaz, Stukas, Cuélebre, Jerónimo Granda, Danny Daniel y Pipo Prendes, entre una eterna lista. «Yo creo que este es el motivo para entregarme el premio, la ayuda a los grupos y a los cantantes», piensa.
Aquellos programas gustaban tanto que crecían imparables y rebasaban fronteras. «Logramos una audiencia tremenda», asegura. La misma que tuvo entre los emigrantes españoles, en Bruselas, donde se ganó el cariño, no solo de los asturianos, sino también de andaluces, madrileños, catalanes..., daba igual la comunidad autónoma de origen, todos se sentían más cerca de casa cuando lo escuchaban.
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A la radio, Escalada le debe la suerte de haber podido unir su afición por las ondas a las canciones, aunque él nunca se hubiera imaginado dedicándose a ninguna de las dos cosas. «Yo soy hijo de un reparador de radios, así que la mamé en la infancia, pero no me veía dentro de ella», recuerda. «Cuando mi padre arreglaba transistores, había que sintonizarlos para comprobar que funcionaban», señala. De esa manera, nació un gusto al que se uniría el que le surgió, de casualidad y entre ritmos de rock and roll, durante la adolescencia. Todo eso con la suerte de vivir en Gijón, que «fue una plaza imprescindible para los cantantes de la época, todos querían venir a tocar», señala.
Tanto era así que, alguna vez, ocultó su procedencia para que no lo atosigaran con propuestas. «Siempre que iba a Madrid, paraba en un bar de General Pardiñas al que iban todos los artistas como Massiel y Los Brincos, y, al enterarse que era de Gijón, venían todos a por mí», explica. Le daban carteles de espectáculos y presupuestos para que los repartiera por las salas de la ciudad, tanto que «me llenaban el coche y, al llegar a Gijón, me tenía que dedicar a ir de un lado para otro repartiéndolos», recuerda entre risas. «Me usaban de representante, pero sin cobrar», bromea. Así que, curado ya de espantos, en el siguiente viaje le dijo al camarero que les contara que era de Mieres «y que nunca pisaba Gijón» para ahorrarse tanto trajín.
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«Es que aquí era tremendo el ambiente que había», dice con la memoria atrapada en la voz. «Todo lo mejorcito de la época venía en verano a dar conciertos», rememora. «Tenías a Nino Bravo cantando en el Parque del Piles, a Raphael en el Jardín y a Camilo Sesto en el Náutico», dice.
Eso gracias a que fue una ciudad en la que la vida musical era una parte imprescindible que acabó perdiéndose con el paso del tiempo, pero que no debe caer en el olvido. «Es una historia que se le debe a Gijón, debería ser escrita porque por mucho que se contó, no está reflejada al completo ni con toda la importancia que tuvo. Yo lo sé porque la viví», indica.
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Gijón sonaba muy bien de aquella, Miguel Escalada lo recuerda. Y recuerda también que tiene parte de culpa de aquello y de que muchos artistas se dieran a conocer, los mismos que este domingo aplaudirán su Amas honorífico, ganado a pulso y a ritmo de rock and roll.
Faltan cuatro días para que el Teatro Campoamor acoja, a las 19 horas, la XVI gala de los Premios Amas, la más rara de las vividas hasta la fecha y también la más necesaria porque toca reivindicar, con más fuerza que nunca, la música asturiana y a quienes la hacen realidad. Será una cita sin público porque el aforo del coliseo ovetense ya estará prácticamente completo con los nominados a cada una de las categorías.
A diferencia de en otras entregas de premios, en esta sí estarán presentes los candidatos. Así que nada de pantallas para quienes reciban alguno de los veintiún reconocimientos porque podrán seguir la gala sin pantallas de por medio, aunque nada de abrazos: toca celebrarlo con distancia. Además, la ceremonia contará con dos premios honoríficos cuyo destinatario ya se conoce, pues irán a parar al músico y promotor musical Miguel Escalada y al grupo Felpeyu.
Este año, no se entregará el premio dedicado a la música en directo por la imposibilidad que han tenido los artistas para realizar giras, pero para compensar, habrá dos actuaciones musicales durante la velada que tendrán muy en cuenta las medidas de seguridad. «Los músicos que no canten irán con mascarilla y todo se hará con muchísimo cuidado», insiste Juan Carlos Román, director de los Amas.
La gala servirá para reivindicar, de nuevo, la seguridad de la cultura y festejar que las circunstancias sanitarias no hayan empeorado para que la fiesta de la música asturiana pueda celebrarse, aunque sea adaptada a la situación.
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