Sonaba de fondo en el bar 'She drives me crazy', cuando Nacho Vegas empezó a hablar. Este cantautor es hombre de pocas palabras, pero las deja fluir si la situación lo precisa porque le gusta mojarse y no le importa calarse hasta los huesos y ... las convicciones. Su profesión, él cree que va de eso: de tener un compromiso con este lugar que habita y al que tanto le canta; de hablar de lo que ocurre, más allá del amor y de su cruel ausencia. Hoy publica nuevo álbum, 'Mundos inmóviles derrumbándose'.
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–El título del disco anuncia ya lo que esconde, ¿le sirvió este trabajo para apuntalar su mundo cuando se estaba tambaleando?
–Sí, yo tenía una sensación de necesidad de reinventarme a mí mismo como autor de canciones y sentía además que había una necesidad social. Estamos en un momento en el que necesitamos derrumbar cosas, para volver a levantar otras nuevas. Pretendía que mi mirada fuera un poco más esperanzadora, pero la realidad se impuso y estamos en un momento más jodido de lo que esperaba cuando empecé a escribir estas canciones. Percibo un mundo más hostil.
–¿Tanto le golpeó la pandemia?
–En el momento que comenzó el confinamiento, tenía que ponerme a escribir las canciones de este disco. Ese proceso siempre lo hago en la intimidad, siempre me gustó disfrutarla y ahí fue cuando me di cuenta de la diferencia entre la soledad elegida y la soledad impuesta, en la que la gente se está muriendo y vives en una ciudad fantasma. De aquella, aún pensaba que íbamos a aprender a cuidarnos mejor, pero parece que no y eso también fue un golpe, una hostia: darme cuenta de que estamos en un momento en el que hay que empezar a reconstruir muchas cosas que creíamos ya consolidadas.
–Se retiró entonces un tiempo a Ortiguera, ¿le sirvió para reconstruirse?
–Más bien para desbloquearme. Era un momento en el que se me estaba cayendo la casa encima y ya no era ese lugar agradable e íntimo para componer. Necesitaba cambiar un poco de aires porque notaba que me faltaban los estímulos necesarios para escribir canciones. Solo se hablaba del coronavirus, estaba en todas las conversaciones y parecía que cualquier otro problema quedaba en segundo plano, parecía que hasta penalizaba. Irme a Ortiguera fue huir de esta especie de ruido silencioso. Me llevé solamente el ordenador, el teclado, una guitarra, un micrófono y a mi mejor amigo. Ese lugar me dio una especie de sosiego que en Gijón no sentía y que lo necesitaba para escribir canciones.
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–¿No le gustaría instalarse en un pueblo después de esa experiencia?
–Yo, que soy bastante urbanita, sí que me lo estoy planteando en estos últimos años, pero, para eso, tendría que hacerlo con alguien. Se necesita algo de valentía y, de momento, no tengo tampoco un proyecto de vida como para pensármelo seriamente, pero es una cosa que no me parece tan inverosímil ahora como hace unos años.
–Volviendo de Ortiguera al disco, ¿le gusta esta fórmula que ha empleado de ir lanzando 'singles' o hubiera preferido sacarlo todo de una?
–Al principio, me pareció un poco locura esa idea, pero luego me convencieron de que era como se hacían las cosas ahora. Hace apenas cuatro años, todavía no era así, es que los hábitos de escucha de la gente han ido cambiado. Los discos, realmente, no son un fin en sí mismos, son un medio para organizar el caos que suele ser el repertorio que tienes en la cabeza y, al ponerlo todo junto, te das cuenta de que tiene un sentido, que pertenece a un momento y a un lugar determinados. Ir lanzando adelantos, poco a poco, pensaba que iba a ser como destripar el disco, pero creo que, al final, es otra forma de escuchar música. No podemos negar que estamos en el mercado y, a la vez, no podemos dejarnos fagocitar por él, ya que una de las cosas bonitas de la música es que se le presupone la libertad, pero la libertad es bastante relativa. Este relato de que ahora es más fácil que nunca ser artista es una gran mentira, la verdad es que ahora lo tienen más difícil.
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–Triunfar es más fácil que nunca, ¿pero cree que también es más fácil fracasar?
–Se ha abierto una brecha de desigualdad entre los nombres que triunfan. La industria peca de ser demasiado prepotente y de pretender saber qué es lo que le gusta a la gente y cómo le gusta a la gente, para que lo consuman masivamente. En cambio, yo creo que el público es soberano a la hora de elegir cómo le gusta escuchar las canciones. Lo vemos en los cientos de festivales que hay al año y vemos las cabezas de cartel y son las mismas que hace veinte años. La competencia entre festivales hace que se paguen barbaridades a los nombres principales y eso va en contra de los grupos más jóvenes.
–Y esa burbuja perjudica también a las salas.
–Sí, las salas han salido muy perjudicadas, pero es verdad que tampoco ha habido unas praxis ejemplares por su parte, por parte de algunas. Empezaron a cobrar alquileres desorbitados que no podían pagar grupos jóvenes y muchas, de esa manera, han cavado su propia tumba y han sido víctimas de su propia visión del negocio.
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–Pero no todo va mal, en una de las canciones de este nuevo disco, canta al don de la ternura, ¿qué es ese don?
–Es un término que sería lo opuesto al cinismo que está tan de moda. El cinismo parte de uno mismo y acaba en uno mismo, sin embargo, la ternura implica reconocer a la otra persona, implica no solamente cariño, también cuidar y dejarte cuidar. Y cuidar me refiero como un apoyo mutuo y como una manera de empoderarnos. La ternura implica generosidad y empatía, es un arma que nos puede servir también para empoderarnos y para enfrentar nuestras luchas vitales.
–A la ternura, se une en el álbum otra canción explícitamente política, 'Big Crunch', ¿hubo algún acontecimiento que la desencadenara?
–No, más bien me la planteé como una canción-panfleto porque tenemos que reivindicar el panfleto. La música politizada ha estado lastrada por estar vestida con un ropaje grave o solemne que hace que pueda ser un coñazo, por eso, yo quise, en 'Big Crunch', mezclar el humor y la melodía luminosa con un tema serio.
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–¿Nunca se planteó empezar a callarse sus opiniones políticas o forma parte de su identidad?
–Pienso que lo importante en la vida es establecer compromisos y eso es lo contrario al egoísmo. El compromiso implica hacer cosas porque las tienes que hacer, no porque quieras. Asociar el compromiso político con la música y acompañar a algunos movimientos sociales, me pareció siempre muy natural porque mis canciones se nutren de la realidad, aparte de mis intimidades y de mis obsesiones. Creo que es muy saludable abrir las ventanas y que las cosas que pasan fuera se cuelen en las canciones. En el indie se solía evitar meterse en esos temas, pensando que era una actitud de rebelión, pero ser apolítico es también una postura política. Ahora que está casi hasta de moda ser facha, los músicos cada vez tienen más miedo a posicionarse por si eso los penaliza, se ha normalizado la aberración de que haya músicos en la cárcel y exiliados.
–Otro de sus compromisos es con la oficialidad, de hecho, en este disco hay temas en asturiano, ¿no podían faltar?
–Los temas en llingua están escritos con Pablo Texón, con el que me apetecía colaborar y hay también una adaptación al asturiano de una canción de John Prine. Quise cantarla en asturiano porque una de las cosas que tenemos que vencer es que se puede hablar del mundo en asturiano, que no tenemos que hablar solo de Asturias o de cosas humorísticas. El asturiano debe ser una lengua que utilicemos para hablar de todo como el castellano.
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–¿Ve por fin cerca la oficialidad?
–Yo, que llevo yendo veinticinco años a las manifestaciones, hubo mucho tiempo en el que me parecía una batalla perdida porque no había voluntad política por parte de los gobiernos, pero ahora sí que parece una realidad. Creo que la campaña que le hizo Vox a Adrián Pumares ha hecho que esté más convencido de dar ese voto que falta. Lo que está claro es que ponen más impedimentos de los que deberían para algo que es una riqueza inmaterial a la que tenemos derecho. Es cierto que proponen una oficialidad blanda, pero es necesaria. El objetivo es acabar con la diglosia y que las lenguas sean un elemento de cohesión social y no de distinción, que nos sirvan para tomar conciencia de que somos un pueblo con una realidad cultural y popular.
–Todos los temas los escucharemos en directo en la gira (comienza el 28 de enero en Navia) y, además, con nueva banda, ¿cómo han encajado?
–Está siendo muy bonito porque siempre aprendes mucho. Una vez que acabas las canciones y que las compartes con la banda, se convierte en un proceso colaborativo y yo tengo la virtud de rodearme de gente muy bonita y más sabia que yo. Son todo músicos con sensibilidades muy marcadas, así que, las canciones antiguas, al interpretarlas tiempo después, será como reescribirlas porque cada uno de ellos las interpreta con su propia sensibilidad y eso se va a ir definiendo, a medida que la gira avance.
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–¿Tiene ya ganas de echar a andar?
–Es un poco duro porque me pongo nervioso hasta que la cosa coge forma. Además, estamos en un momento de incertidumbre, parece que todavía la gente tiene miedo a entrar en sitios cerrados y coincide con que muchos artistas van a salir de gira ahora. Mi objetivo es que las canciones manden por encima de cada uno, que los egos se diluyan y formemos un todo. Cuando sucede eso, aunque toques noche tras noche, las mismas canciones suenan diferente. Si noto que hay algo mecánico, las quito del repertorio para no caer en ese vicio de tocar una canción por inercia.
–Año, disco, gira y banda nuevos, ¿tiene algún deseo?
–Si vamos a deseos posibilistas, sin pretender que se acabe el capitalismo en 2022, espero que vuelvan a tener vida las calles. Con la pandemia, perdimos la calle y quiero que se vuelva a ver una escena musical mucho menos conservadora de lo que venía siendo últimamente, menos anclada en ciertos clichés excesivamente anglófilos y que la música nos ayude o acompañe en esas luchas que hacen tanta falta ahora.
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